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ANÁLISIS | OPINIÓN
Columna
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El día en que González Pons fue aún más bocazas

En la noche del miércoles, Iñaki Gabilondo, en el editorial con que abre su programa en CNN+, fue directo al grano: la ciudadanía está asustada, muy asustada; siente que sobre ella cae una catarata de sucesos inexorables que anuncian que lo peor puede estar por venir. Así es: la gente, a estas alturas de la crisis, ya va comprendiendo que vivimos más en capitalismo que en democracia, que los gobernantes poco pueden hacer frente a los que de verdad mandan, los llamados mercados financieros internacionales, y que estos son tan insaciables a la hora de hacer dinero como a la de exigir los "ajustes" y "reformas" que corresponden a sus ideas e intereses: más despidos, sueldos más bajos, recortes en las prestaciones sociales, jubilación más tardía, subidas de los impuestos que pagan las clases populares y medias, privatizaciones de lo que quede en manos públicas...

El miércoles, tras haber doblegado a Grecia e Irlanda, y explotando la debilidad fundacional del euro -una unión monetaria sin gobierno económico-, los mercados ponían proa a la península Ibérica: primero Portugal, luego España. En el común de los españoles se instalaba el temor al que aludía Gabilondo: vienen a por nosotros; obligarán al Gobierno a hacer más "ajustes" y "reformas"; el año 2011 puede ser tan malo o peor que 2010.

Mientras tanto, todos nuestros responsables políticos y económicos se lanzaban a los micrófonos para proclamar que no había que dejarse llevar por el pánico, que la situación española no es, ni mucho menos, la de Grecia e Irlanda.

¿Todos? No, Esteban González Pons, portavoz del PP, sembraba dudas sobre la solvencia española. Grecia falseó sus cuentas, Irlanda parece que también, esperemos que España no lo esté haciendo, dijo el político conservador. Ahí va la cita literal: "Nos gustaría que lo que está diciendo el Gobierno de España fuera la verdad; le exigimos que diga la verdad y que no mienta como es su costumbre".

Tan habituados estamos al tremendismo del PP que si no fuera porque el miércoles fue un día muy especial, los comentarios de González Pons se habrían sumado sin mayor notoriedad a la verborrea audiovisual española. Desde el 11-M hasta la presente crisis internacional, el PP ha responsabilizado a Zapatero de todos los males ocurridos desde 2004, y, desde mentir compulsivamente hasta traicionar a las víctimas del terrorismo, le ha atribuido todos los pecados imaginables.

Pero el miércoles no era un día cualquiera, lo que nos jugábamos eran las cosas del comer. Del comer de nuestras empresas y bancos, de nuestros funcionarios y pensionistas, de nuestros asalariados y autónomos. Y no hacía falta ser un gran estadista ni un premio Nobel de Economía para saber que, en un momento en que elementos tan subjetivos como la confianza y la credibilidad pesaban tanto como los datos objetivos, era de oficio en cualquiera con un mínimo de responsabilidad en los asuntos patrios reivindicar nuestra solvencia con claridad y firmeza.

No fue así, González Pons dio la nota. Resulta desesperante que el PP no pierda ocasión de intentar clavarle puntillas al ataúd político de Zapatero... aunque sea en las espaldas de todos los españoles.

A comienzos de esta legislatura, se nos intentó vender la idea de que González Pons y María Dolores de Cospedal encarnaban una nueva etapa del sempiterno viaje al centro de la derecha española, de que, al lado de los Zaplana y Acebes, iban a ser unos adalides de la elegancia, la educación y la moderación. Ahora sabemos que, políticamente, González Pons es un mero oportunista, y Cospedal, una derechista de manual, y que, sobre todo, ambos son unos bocazas.

Uno y otra han desarrollado además una particular habilidad para cultivar un género que se lleva mucho entre nuestra derecha política y mediática: el de la sugerencia insidiosa, el de la sospecha insinuada, el de la acusación velada. Es ese "no lo digo yo, pero se dice por ahí" que llevó hace unos meses a Cospedal a exigirle al Gobierno que probara que no estaba negociando con ETA. Es ese guiño lanzado a los mercados por González Pons de que tal vez nuestras cuentas públicas estén falseadas, porque, ya se sabe, este Gobierno tiene la costumbre de mentir.

En el pensamiento inquisitorial es la víctima la que debe probar su inocencia frente a acusaciones calumniosas; en el del Siglo de las Luces es el acusador el que, primero, tiene que presentar formalmente la denuncia y, luego, probarla. Pero parece que no estamos solo ante una Gran Regresión en el terreno social, también en el intelectual. Y hasta es posible que González Pons y Cospedal no sean tanto unas figuras tradicionales de la derecha carpetovetónica como unos muy contemporáneos exponentes locales de la nueva derecha global, la de Sarah Palin.

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