La dictadura discreta
El presidente Ben Alí se eterniza en Túnez recurriendo al arsenal del poder absoluto
Tras las elecciones presidenciales del pasado domingo, Ben Alí podrá sumar otro mandato a los 22 años que lleva ejerciendo el poder en Túnez. Para alcanzar este récord a la vez inquietante e inverosímil, no ha dudado en modificar la Constitución tunecina adaptándola a sus deseos de permanencia en la jefatura del Estado; algo que podría intentar de nuevo, si no quiere quedar excluido de la siguiente elección, para derogar el límite de edad exigido a los candidatos, fijado en 75 años. Pero Ben Alí ha necesitado, además, recurrir a todas las estratagemas de los déspotas que pretenden dar un barniz democrático a su poder; entre ellas, la de contar con el beneplácito de la comunidad internacional a sus maniobras electorales fraudulentas.
Mientras que Francia y España se han prestado a convalidar un proceso sin las mínimas garantías de igualdad entre los candidatos y de transparencia en el recuento, Estados Unidos ha expresado su "preocupación" por la ausencia de observadores internacionales. Para el Elíseo, la actitud condescendiente hacia Ben Alí forma parte de una cuestionable tradición diplomática que antepone la celebración formal de elecciones a las condiciones reales en que se desarrollan. En el caso de España, por el contrario, demuestra una vez más los límites y los errores de una política exterior que asegura estar basada en los principios y que, sin embargo, se pliega una y otra vez a intereses de la más variada naturaleza. No será cerrando los ojos al despotismo en Túnez, y en general en el Magreb, como España logre afianzar sus relaciones con Washington.
Ben Alí ha pretendido esconder el carácter autoritario de su poder presentándose ante la comunidad internacional como un campeón en la lucha contra el yihadismo y como un defensor de los derechos de las mujeres, utilizando a su favor la distancia que ha marcado en este terreno con los países de su entorno. Hasta ahora esta estrategia elemental le ha funcionado, hasta el punto de haber convertido el régimen tunecino en una de las dictaduras más discretas del mundo. La condescendencia hacia Ben Alí, amparada, además, por los relativos éxitos económicos de su régimen, no ayudará a resolver los graves problemas a los que se enfrenta Túnez ni tampoco el Magreb. Como demuestra la experiencia internacional, no pasa de ser una forma insensata de seguir cebándolos.
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