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Las drogas: una nueva derrota

Hoy día, algunos sectores económicos ofrecen terreno para la reflexión. Se prohíbe la fabricación y el comercio al por mayor de ciertas cosas, pero se tolera o legaliza su consumo y comercio de menudeo. Por el contrario, hay productos cuyo uso y consumo están prohibidos y demonizados en muchos casos, pero su fabricación y exportación a gran escala son actividades respetables.

Es obvio que en el primer supuesto hablamos de algunas drogas. Los ejemplos para el segundo son menos evidentes, aunque la fabricación y el comercio de armas ofrecen uno adecuado. ¿Estarán convencidos nuestros fabricantes de armas de que todas sus exportaciones terminan en manos de las fuerzas armadas/de seguridad de países con impolutas credenciales democráticas?

La represión produce graves daños y no soluciona nuestro problema de drogodependencia
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¿Es pura coincidencia que Occidente sitúe su doble actuación, consumo de drogas/producción y exportación de armas, en el lado de lo políticamente correcto?

El consumo de estupefacientes es una catástrofe sanitaria, pero podemos estar haciendo un ejercicio de hipocresía: cada vez son más quienes afirman que el problema lo generamos nosotros.

¿Qué ha ocurrido exactamente para que en 60 años se haya pasado de una situación de tolerancia, con unos pocos drogadictos conocidos y compadecidos, a una situación de represión con un problema masivo de drogodependencia? ¿Es posible que el detonante del proceso fuera precisamente el comienzo de la cruzada represiva? Pero nuestra responsabilidad va más allá del consumo como generador de la demanda y acicate de la producción. Recordemos datos bien conocidos.

La marihuana era un grave problema hace 25 años. Hoy no se percibe así, quizás porque Estados Unidos es uno de los mayores productores. Desde 1981 su producción se multiplicó por diez, 10 millones de kilos, un quinto del total mundial, con un valor de 35.000 millones de dólares: la mayor cosecha de EE UU. Superior, hasta 2006, a la suma de maíz y trigo. La cocaína entra en avionetas a EE UU, donde se vende y consume. El producto de la venta, sacos llenos de billetes, también sale en avioneta. El volumen de los sacos de dólares que salen es mayor que el de los sacos de cocaína que entran. El tráfico aéreo ilegal en el sur de EE UU es más denso que el de una hora punta alrededor de La Cibeles. Los traficantes necesitan precursores químicos para transformar la hoja de coca en cocaína. Nosotros se los vendemos.

La droga es un mundo peligroso, una actividad ilegal que mueve dinero. Las armas son imprescindibles para la gestión del negocio. Europa y Norteamérica las fabrican, las venden a los narcotraficantes, aseguran sus repuestos, suministran la munición. Miles de millones de euros de beneficios anuales circulan por nuestro sistema financiero y, convenientemente lavados, terminan depositados en nuestros bancos o invertidos en bolsas y sectores inmobiliarios. EE UU y la UE no paran de promulgar medidas represivas para combatir la retahíla anterior, pero basta con hojear la prensa para comprobar su escasa efectividad.

La realidad es que vivimos en sociedades neuróticas y esquizofrénicas plagadas de contradicciones y necesitadas de válvulas de escape individuales. Quizás por eso lo que hace 60 años era un fenómeno minoritario se ha convertido en un problema masivo en el que la represión juega el papel de detonante y caldo de cultivo. El resultado ha sido no sólo una catástrofe sanitaria, sino también la proliferación del crimen organizado, el incremento de delitos y, a la postre, una amenaza contra la democracia y el Estado de derecho. Era bastante previsible que termináramos llegando a donde estamos porque ¿bajo qué lógica se puede criminalizar la fabricación y el comercio de un producto cuya posesión y consumo están socialmente tolerados cuando no legalmente despenalizados? Todo ello por no hablar de la producción en Occidente de marihuana y drogas de diseño.

Si la oferta fuera determinante de la demanda consumiríamos a diario kilos de plátanos americanos y litros de vino manchego. Ni la oferta es el problema ni la represión la respuesta, salvo para engañarnos. No hemos aprendido del fracaso de la Ley Seca. En sentido contrario, la lucha contra el tabaco, igual o más adictivo que otras drogas, muestra el camino a seguir. ¡Basta de hipocresía! Releyendo la monografía de EL PAÍS del 13 de enero de 1994 vemos que estamos exactamente donde estábamos. Hay que debatir cuanto antes el cómo y el cuándo de la despenalización de la producción y del comercio. La catástrofe sanitaria permanecerá y quizás aumente transitoriamente, pero disminuirá el crimen organizado. Ayer Colombia, hoy México... ¿qué más necesitamos para reconocer que es nuestro problema y asumir nuestra responsabilidad? Los seis mil asesinados en México, sólo en 2008, lo exigen desde su tumba. Debemos terminar con este reguero de muerte.

La represión produce graves daños y no soluciona nuestro problema de drogodependencia. Es obvio que la estrategia seguida los últimos 50 años ha fracasado. Es urgente cambiar de rumbo, cambiar la derrota. Por supuesto que las drogas son una maldición. Se trata de encontrar la manera más eficaz de luchar contra ellas y sólo desde la legalización se podrá atacar la raíz del problema: las causas del consumo masivo. Mientras tanto seguiremos falseando la realidad.

Ignacio García-Valdecasas es diplomático español.

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