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El efecto colateral de Obama

Jordi Soler

De lunes a viernes, a las ocho en punto, hora de la isla, el canal 4 de la televisión inglesa emite el noticiario de Jon Snow. Este singular comunicador, que llega montado en su bicicleta a ruedas de prensa y conferencias, sostiene desde hace años un proyecto noticioso que oscila entre el rigor y la campechanía. Por su estudio pasa medio mundo, sus entrevistas a los personajes del momento son un artefacto mediático que combina el desparpajo con la rudeza; nunca deja que un invitado, por importante que sea, se sobrepase ni del tiempo que ha calculado para la entrevista, ni del tema específico que está tratando. Esta rigurosa dirección del informativo contrasta con una explosiva vestimenta, que queda generosamente expuesta gracias a la combinación del escritorio bajo y traslúcido, en que comparece cada noche, y los vertiginosos encuadres de sus operadores de cámara: la corrección británica de su traje oscuro se estrella contra el escandaloso arco iris que lleva en la corbata y en los calcetines.

¿Está España preparada para políticos y creadores de opinión de origen latinoamericano?
Aquí no existe un telediario con un español, un peruano y una uruguaya
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Jon Snow, que es un hombre blanco como su apellido, comparte diariamente el plató con Krishnan Guru-Murthy, un joven de ascendencia india, que cuando a Snow le da por irse de enviado especial, o a una rueda de prensa en bicicleta, se queda como anchor man, y con una chica negra que se ocupa de las noticias, digamos, contingentes.

La edición nocturna de Channel 4 News es un fiel reflejo de lo que sucede en un país como Inglaterra que, cuando menos mediáticamente, da juego a las etnias que componen su complejo tejido social. La pluralidad racial que puede verse en la calle en Londres se refleja en los noticiarios que suelen ser la zona más conservadora de las cadenas de televisión.

Lo mismo que pasa en el plató de Jon Snow, sucede en el de la BBC, que en una de sus emisiones tiene un presentador negro, y también en ITV y en Sky; se trata de un asunto de equilibrio elemental entre la realidad y el medio que la refleja que, sin embargo, no sucede en todos los países.

Hace unos meses el semanario inglés The Economist, que se ha vuelto últimamente muy famoso en España, publicó un interesante artículo sobre los juguetes europeos, con énfasis en dos marcas muy potentes: Lego, de Dinamarca, y Playmobil, de Alemania. El punto de vista de aquel artículo era el de un analista situado en Inglaterra, una isla que no suele considerarse parte de Europa; desde su cómodo extrarradio el analista hacía notar que, a diferencia de los juguetes ingleses o estadounidenses, en los muñecos europeos no existe el mestizaje. "En el tema racial, casi todas las figuras de Playmobil son blancas", puntualizaba el artículo, y añadía: "Sus diseños, modelos y filosofías, ofrecen una fotografía de las aspiraciones europeas, de sus ansiedades y de sus debilidades".

Las recientes elecciones en Estados Unidos, la noticia de que en unas cuantas semanas el presidente del país más poderoso del mundo será un hombre de raza negra, ha sido, entre otras cosas, un triunfo indiscutible de la integración racial que articula aquel país; a pesar de sus detractores, y de esa multitud de estadounidenses que siguen creyendo en la supremacíadel hombre blanco, la mayoría de aquel país ha demostrado que el color de la piel ha dejado de ser un obstáculo y que la gran mezcla que da cuerpo al "país de las oportunidades", al american dream, funciona perfectamente.

Todo esto es por supuesto discutible, Barack Obama es mucho más que un hombre de raza negra, es un político que sabe infundir confianza y un orador superdotado; pero no puede perderse de vista que la moraleja de su historia personal pasa por la reivindicación de las minorías, como ya lo anunciaba su famoso y mediático "yes we can".

El ejemplo de Obama no sólo da esperanza a los negros en Estados Unidos, también a los integrantes de otras minorías como los latinos; lo que acaba de suceder abre el camino para que en unos años el presidente de aquel país pueda ser un hombre de ascendencia mexicana.

Pero la influencia de Obama, como ha quedado claro durante su campaña, trasciende las fronteras de su país y puede extenderse a las minorías indígenas de los países latinoamericanos que, con alguna ruidosa excepción, siguen viviendo al margen de la sociedad, sistemáticamente olvidados por sus gobiernos.

Este mismo efecto colateral también tendrá que repercutir en las minorías de inmigrantes que empiezan a repoblar Europa, por ejemplo en los inmigrantes latinoamericanos que viven en España; esto tendría que empezarse a notar a nivel personal, con el reconocimiento respetuoso del otro, del que viene de ultramar y habla castellano con otro acento y tiene otro color de piel: después de la proeza de Obama ya no parece decente definir con el término sudaca a cualquier persona que hable en castellano y no haya nacido en España.

El éxito de Barack Obama en Europa tiene algo de paradójico, los ciudadanos europeos hemos caído rendidos ante el carisma arrollador del presidente electo pero, ¿cómo caería en Francia, o en Alemania, o aquí mismo en España, un candidato a la presidencia negro?, o, para ajustar el ejemplo a nuestra creciente minoría: ¿cómo caería un candidato ecuatoriano o boliviano?

El efecto colateral de Obama es que ha dado visibilidad a las minorías, les ha dado esperanza y, a los ojos del otro, las ha dotado de cierta potencialidad; no sería pertinente comparar aquí el melting pot que define a los Estados Unidos, su mestizaje feroz, con nuestra incipiente diversidad; más bien se trata de asumir que eso que pasa allá, pasará inevitablemente aquí.

Pensando en el programa de Jon Snow, y en los demás telediarios que emite la televisión inglesa, no está de más ir haciendo la siguiente observación, concediendo que la creciente minoría latinoamericana en España habla también en castellano: ¿cuántos presentadores de informativos de televisión en España no son españoles? La respuesta salta, literalmente, a la vista: ninguno, todos son españoles y también lo son quienes co-presentan el programa y los que hacen otras secciones como los deportes o el clima.

Un telediario como el de Jon Snow sería hoy impensable en España, un plató de televisión donde un nativo compartiera el micrófono, todas las noches, con un peruano y una uruguaya parece todavía un delirio; sin embargo el momento llegará, por ese efecto colateral que ha desamarrado Obama, que en realidad no es más que la evidencia de que el mundo se encuentra en un proceso de mestizaje irreversible y de que a los hombres todavía, de vez cuando, nos asiste la razón.

Jordi Soler es escritor.

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