El ensueño de El Asad
El régimen sirio continúa reprimiendo a sangre y fuego las manifestaciones pacíficas que desde principios de año se suceden en las principales ciudades del país. El sobrecogedor suma y sigue de muertos -el pasado miércoles se añadieron otros 40- se ha convertido en una línea de no retorno para Bachar el Asad, cuya continuidad al frente de Siria es definitivamente inviable. Da igual lo que prometa e, incluso, lo que haga: un gobernante que ha masacrado a sus ciudadanos no tiene otro destino que abandonar el poder y, llegado el caso, responder ante la justicia, sea la internacional o la de su propio país. Francia ha calificado estas actuaciones como "crímenes contra la humanidad".
El Asad cree que la violencia, por un lado, y el hasta ahora incondicional apoyo de Rusia, por otro, le permitirán continuar en la presidencia de Siria como si nada hubiera pasado. Son dos gravísimos errores a los que aún habría que sumar un tercero: suponer que el papel de Siria en el conflicto de Oriente Próximo blinda su régimen. Israel no está en condiciones de volver a significarse como valedor de los dictadores árabes, como ya le ocurrió con Mubarak. Rusia, por su parte, no tendrá más remedio que distanciarse de Damasco si continúa la represión. Y, por desgracia, la represión va a continuar, porque ha sido el propio régimen sirio el que se ha cerrado cualquier salida negociada.
Próxima a finalizar la guerra civil en Libia, la atención internacional se dirige inexorablemente hacia Siria. Y aunque medidas concretas como las sanciones puedan tardar debido al veto de Rusia en el Consejo de Seguridad, es tan imprescindible como urgente que la oposición al régimen de El Asad reciba un inequívoco mensaje de apoyo internacional a su causa. El tiempo de los dictadores ha pasado en la región, aunque El Asad persista en el ensueño que alimentan sus errores.
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