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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El envite iraní

Teherán eleva el tono de su desafío nuclear mientras mantiene la represión interna

Los disturbios de ayer en Irán, 31º aniversario de la revolución islámica, han revestido menos gravedad que en señaladas citas anteriores. No se ha producido aparentemente (pese a la dificultad de obtener informaciones veraces) el tipo de violencia policial que en diciembre pasado causó la muerte a ocho personas. El Gobierno ha preparado esta vez concienzudamente el terreno con una campaña de represión e intimidación que ha incluido centenares de arrestos entre políticos, periodistas y opositores de a pie.

La misma determinación con la que un régimen sacerdotal, sumido en su peor crisis en 30 años, combate el auge evidente de la oposición democrática se manifiesta en el ámbito nuclear, su otro gran frente de acoso, exterior éste. Si el presidente Ahmadineyad anunciaba esta semana el comienzo del enriquecimiento de uranio al 20%, un gran salto respecto al 3,5% anterior, ayer mismo aseguraba que su país tiene ya la capacidad para llegar al grado cercano al 90% necesario para su utilización en un arma atómica. Lo confirmaba su máximo responsable técnico, Alí Akbar Salehi, que anticipaba el próximo funcionamiento de nuevas plantas de procesamiento.

Lo que convierte a Irán en una bomba de relojería es la conjunción de un régimen progresivamente inestable y deslegitimado interiormente, que a la vez mantiene posiciones inflexibles en todos los frentes. El presidente Obama, parece que finalmente desengañado de su voluntarismo inicial, anuncia la inminencia de nuevas sanciones del Consejo de Seguridad para contrarrestar las ambiciones nucleares de los ayatolás, aun cuando redactar y negociar una nueva resolución puede llevar meses.

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Irán lleva cuatro años jugando con la ONU, cuyas sanciones no han tenido en la práctica ningún coste relevante para el régimen, y ha aprovechado este tiempo para avanzar inexorablemente en su designio atómico. La cuestión no es ya si el Consejo (donde China y Rusia tienen capacidad de veto) vuelve a castigar a Teherán, sino cuál es el alcance real de ese castigo. Y, sobre todo, si Washington y sus aliados europeos están dispuestos a ir más allá si el Gobierno iraní, al margen de represalias que pueden complicar su comercio o hacer la vida más incómoda a algún gerifalte, mantiene sus centrifugadoras refinando uranio hasta grados cada vez más cercanos al que se precisa para disponer del arma definitiva.

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