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Un epicureísmo ultramoderno

Emilio Lledó ha escrito que "la lectura de Epicuro sigue siendo un saludable estímulo para la defensa de la vida, del gozo, de la serenidad y de la solidaridad". De todo ello ha habido en los 103 años de José Bello, el mítico Pepín Bello, amigo de Lorca, Dalí y Buñuel en la Residencia de Estudiantes. Una vida defendida con tanta pasión como inteligencia en medio de las terribles convulsiones del siglo XX; defendida en el puro gozo de vivir con la serenidad de quien no teme a los dioses ni a la muerte -porque sabe que cuando ambos lleguen ya no estará para recibirlos ni sufrirlos-, con el valor de quien se apoya en la solidaridad de sus amigos, que decir Pepín Bello es decir sobre todo amistad.

Pepín Bello se formó en la gozosa sabiduría de la Institución Libre de Enseñanza
Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate son el núcleo del liberalismo
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José Bello Lasierra nació en Huesca el 13 de mayo de 1904. Dos años después, otro notable protagonista de esa Edad de Plata española, el barcelonés Josep Pijoan i Soteras, conoció a Francisco Giner de los Ríos en el jardín de su casa, en el madrileño paseo del Obelisco, sede entonces y hoy de la Institución Libre de Enseñanza y lugar de peregrinación y referencia de la tradición liberal española. Aquel emocionante encuentro y los sucesivos fueron evocados en un delicioso librito, Mi don Francisco Giner, publicado por Pijoan en 1923, que sigue siendo, a mi juicio, una de las más finas y penetrantes semblanzas del fundador de la Institución. En él, Pijoan se refería al "epicureísmo ultramoderno" de Giner de los Ríos, destacando en la devoción científica de Giner su voluntad de trascender la especialización, al procurar acercarse a las diferentes ramas del saber con infinita curiosidad: "Se le veía ávido de absorber y contagiaba su deseo a los discípulos".

Ésta es la educación que recibió José Bello, quien desde que llegó al grupo infantil de la Residencia en 1915 hasta el último momento siguió mostrando su interés y profusos conocimientos de medicina, geografía, literatura o historia.

La pedagogía institucionista no sólo fomentó el cultivo de las ciencias de la naturaleza y las humanidades, y el diálogo entre ellas; también rompió el aislamiento en el que habían vivido los alumnos de su mundo circundante, y convirtió la observación, el disfrute de la vida y de la naturaleza en objeto del conocimiento. Es "el arte de saber ver", en afortunada expresión del principal colaborador de Giner, Manuel Bartolomé Cossío, a quien José Bello tuvo la suerte de tratar asiduamente. Un conocimiento que debe ser estimulado por la belleza que se encierra en todas las cosas, desde lo que Giner llamó "la costra sólida del planeta" hasta las más sofisticadas creaciones humanas.

El retrato que José Bello solía hacer de Giner, Cossío y los demás institucionistas está muy lejos de la caricatura de Menéndez Pelayo sobre los krausistas en los Heterodoxos españoles: "Todos se parecían (...), aunque no se pareciesen antes, porque el krausismo es cosa que imprime carácter y modifica hasta las fisonomías (...). Todos eran tétricos, cejijuntos, sombríos; todos respondían por fórmulas hasta en las insulseces de la vida práctica y diaria; siempre en su papel; siempre sabios, siempre absortos en la vista real de lo absoluto". Todavía en 2008 hay quien sigue cargando sobre institucionistas y krausistas este sambenito y otros peores, y persiste en considerarlos antiespañoles, cuando la Institución Libre de Enseñanza descubrió una nueva España a través de sus diferentes culturas y devolvió a las clases populares el orgullo de sus tradiciones. "Se empezó en las Misiones Pedagógicas", escribió Cossío en los años de la República, "por llevar al pueblo, para su inteligencia y emoción, lo que está más cerca de la naturaleza de todos los hombres: los cuentos, los romances, los versos, para hacer gozar, para divertir con la belleza del asunto, con la belleza del significado de las palabras (...). Y con la poesía de las palabras (...), las Misiones llevaron la música. ¿En qué pueblo, por pobre que sea, no habrá una dulzaina, una guitarra, una pandereta? ¡Cuando no hay esto, se usan hasta los almireces!".

Otro rasgo epicúreo es la defensa que Giner y los suyos hicieron de "la paz perpetua", la doctrina kantiana traída al liberalismo español por el propio Jovellanos. Requería mucho cuajo sostener entonces una posición que, de estar tan arraigada como ahora lo está en la sociedad española, nos hubiera ahorrado una contienda atroz y una amarga y larguísima dictadura.

Giner murió seis meses después de estallar la I Guerra Mundial, atormentado por el futuro que se cernía sobre el mundo. José Bello, que tanto sufrió en el Madrid de la Guerra Civil y la posguerra, se sentía un buen español, políticamente conservador, con excelentes amigos progresistas y conservadores, amante de la paz y temeroso de pocas cosas excepto del insomnio. En su veneración por Giner y la Institución, a Pepe Bello nunca le estorbó el radicalismo que don Francisco guardó para él y sus más allegados, mera reserva espiritual que tampoco estorbó la estrecha y fructífera amistad que Giner mantuvo con Segismundo Moret, Montero Ríos o Romanones. Porque, por mucho que se empeñen algunos, no hay más tradición liberal en España que aquella que tiene en su núcleo a Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate, a la que también pertenecen Sagasta e incluso Cánovas, Julián Besteiro y Fernando de los Ríos. La de liberal a secas, a la vieja manera, no ya doceañista: cervantina.

Cuantos hoy nos sentimos partícipes de esta tradición (que forma parte del principio y fundamento de la actual democracia española) nos hemos reunido muchas veces con José Bello en ese otro jardín de Epicuro que es el de la Residencia de Estudiantes, donde se rinde culto a la felicidad como nos ha sido transmitido por nuestros fundadores: en el diálogo entre ciencia y arte, en el ejercicio de la solidaridad, la tolerancia y el respeto de la diferencia.

La fiesta anual de la Residencia acoge a muchos de sus amigos y, hasta ahora, siempre a su cabeza, su presidente de honor, José Bello Lasierra, cuya alegría, serenidad e inteligencia eran "una especie de milagro laico, o concatenación de circunstancias favorables" (en palabras de Agustín García Calvo sobre la casi inexplicable supervivencia del vasto poema de Lucrecio De rerum natura). Así fueron los 103 años de José Bello: un canto a la vida, a su más puro goce y, sobre todo, a la amistad. Lo dijo Epicuro: "De todos los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad".

José García-Velasco es presidente de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales.

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