_
_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El fútbol católico

Juan Cruz

Vaya por Dios. Ahora resulta que el fútbol es católico.

Dios es redondo, escribió Juan Villoro para hablar de fútbol. Él, además, cree que Dios es azulgrana; pero esa es otra cuestión. Lo que nos trae ahora aquí es esa afirmación de Rouco Varela mientras acariciaba la Copa del Mundo: el fútbol es católico. Vaya por Dios. El arzobispo se toma muy en serio la doctrina según la cual Dios está en todas partes.

La verdad es que la mitología del fútbol siempre ha tenido algo que ver con Dios, porque en el césped se manipula mucho al Sumo Hacedor. A uno de los grandes del balompié se le identificó (y se identificó a sí mismo) con Dios en persona. Maradona era Dios, o al menos su mano. Mourinho recibió el otro día a Maradona y le escribió en la camiseta, más o menos, Señor yo no soy digno. Maradona y Mourinho, dios y dios, por decirlo muy resumido.

Pero aquel dios (Maradona) ya no es tan divino, decíamos. Si hubiera ganado en Suráfrica, hoy estaría a la diestra de Dios padre en su país y en el mundo. Pero ahora está más cómodo rememorando sus tiempos de cuando le asistía la mano de Dios.

Cuando los futbolistas se caen del pedestal y ya no marcan goles (o no los evitan) dejan de ser divinos. Hay algunos que aguantan un tiempo la divinidad, pero los que llegan están deseando quitárselos de encima al menor tropiezo. Ahí vieron ustedes llorando a Andoni Zubizarreta, cuando al Barça lo vapuleó el Milan (4-0) en la Copa de Europa. Pues había sido un héroe, y al día siguiente ya Johann Cruyff lo consideró un villano. Y ahí estaba, llorando. A Pep Guardiola lo fueron arrinconando hasta la humillación; ahora lo veneran, pero ya veremos qué pasa si se tambalea el equipo. Y miren lo que pasó con Raúl González en sus últimos años de madridista: poco a poco le fueron repudiando hasta que lo vistieron de alemán. Y para qué rememorar otra vez lo que sucedió en ese mismo club con el ahora glorioso Vicente del Bosque.

Dios perdona, pero el fútbol no perdona.

En fin. Sabíamos lo de Dios, pues, pero no estaba tan claro que el fútbol fuera católico. Rouco Varela está muy contento, le dijo a Ángel Villar, a Vicente del Bosque y a otros directivos de la Federación de Española Fútbol, de que los futbolistas se santigüen al salir al campo. No dijo nada de los que se santiguan al salir. Y eso, el santiguarse, lo considera el prelado un signo de catolicismo. Para establecer su teoría de que el fútbol está tan cerca de Dios como de los futbolistas añadió que la mayoría de los aficionados a este deporte son católicos. No se basó en ningún sondeo. Le basta la fe.

El fútbol es católico, pues. Como diría el maestro Juan Cueto, lo que resulta seguro es que el fútbol es, ahora, catódico. La televisión lo ha multiplicado hasta límites estratosféricos. El partido de mañana en Barcelona será un encuentro verdaderamente universal, es decir, católico en el sentido literal; sobre él habrá ojos de católicos, protestantes, ateos, agnósticos, mahometanos... Algunos futbolistas se harán la señal de la cruz, y por ahí pensarán que ese es el resultado de alguna rara superstición española. Pero Rouco estará contento. La mies es mucha. El fútbol está sembrado.

Angel María Villar, junto al cardel Rouco.
Angel María Villar, junto al cardel Rouco.EFE

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_