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Del fútbol y otros demonios

Carla Guimarães

Soy brasileña y no me gusta el fútbol. Paradójico, ¿no? Vengo de un país cuyos índices de natalidad suben después de cada Mundial, crecí cercada de pelotas y de gente que insistía en patearlas, dije Pelé antes de decir papá y aprendí el himno nacional para poder cantarlo en un estadio.

Pero a pesar de todo esto, o quizás por todo esto, empecé a desarrollar un extraño odio hacia este deporte. El fútbol está sobrevalorado, y me impresiona ver la importancia exagerada que tiene en nuestra sociedad. Vivimos en un mundo donde los futbolistas se convierten en héroes y la gente se pelea en los estadios por defender a un equipo. Yo tenía muy clara mi posición hacia el fútbol e incluso estaba orgullosa de ella hasta que hace un par de meses tuve que hacer un reportaje sobre Robben Island, la cárcel sudafricana donde estuvieron los presos políticos del apartheid.

A los presos de Robben Island el fútbol les devolvía a la infancia. A todos nos pasa lo mismo
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Robben Island es una isla que está a 12 kilómetros de Ciudad del Cabo. Un trocito de tierra en medio del mar, cercado de rocas, vallas y torres de vigilancia. Una isla aparentemente desierta, poblada de gaviotas y de recuerdos.

De los 27 años que estuvo encarcelado, Nelson Mandela pasó 18 en Robben Island, en el módulo B de la cárcel, la zona destinada a los presos más peligrosos. Cualquiera que visite la isla puede acceder a la celda de Mandela, un espacio diminuto con algunas mantas, un cojín y un balde que servía como baño.

Mandela es uno de los principales responsables de que el Mundial de 2010 se celebre en Sudáfrica. En su discurso para la FIFA Mandela habló de Robben Island y recordó la liga que los presos habían creado en esta cárcel: la Makana. El motivo de mi reportaje era hablar de esta liga y de cómo los presos usaban el fútbol como herramienta política. Es importante explicar que en la Sudáfrica del apartheid el fútbol era un deporte mayoritariamente negro, mientras que el rugby era el deporte de los blancos. Jugar al fútbol era muy importante para los presos, no solo porque era una forma de entretenerse, de olvidar por unos minutos la cárcel, sino también porque representaba una reafirmación de su raza.

En Robben Island cualquier forma de entretenimiento colectivo estaba prohibida. Era una prisión de trabajos forzados y los presos pasaban el día picando piedras. En la cárcel había un cajón donde los prisioneros ponían sus demandas; casi todas eran denegadas. Durante años una única petición se repetía cada semana: que les dejaran jugar al fútbol los sábados.

Ante el boicot internacional hacia el sistema del apartheid, los dirigentes blancos empezaron a hacer algunas concesiones y decidieron dejar que los presos jugasen al fútbol en Robben Island. Puede parecer irrelevante, pero para los prisioneros fue una gran conquista. La liga Makana tenía diversos equipos, trofeos y campeonatos. Los presos pertenecían a diferentes organizaciones que luchaban contra el apartheid, y todas estas facciones, que a veces discrepaban en su modo de actuar en contra del sistema, se habían puesto de acuerdo para crear la liga. Los guardias miraban los partidos desde sus puestos de vigilancia y algunos de ellos, en secreto, empezaron a seguir la Makana.

A principios de los noventa, con la salida negociada de Mandela de la cárcel y el fin del apartheid, todos los presos políticos fueron liberados. Robben Island se convirtió en un museo y algunos de los ex detenidos, en sus guías. Para el reportaje grabamos horas y horas de entrevistas con ex prisioneros de la isla. Todos hablaban de la cárcel con mucho dolor, les costaba mucho recordarlo, pero casi todos sonreían cuando les preguntábamos sobre la liga Makana de fútbol.

¿Por qué los ex prisioneros de Robben Island sonreían cuando hablaban de Makana? Esta pregunta estuvo días en mi cabeza... Quizás los partidos de fútbol en la cárcel les transportasen a un momento de su infancia, cuando jugaban en compañía de sus amigos del barrio, de sus hermanos, de sus padres... Cuando probablemente ni siquiera sabían qué era el apartheid, cuando su única preocupación era despertar al día siguiente para jugar otra vez. Un viaje en el tiempo que les permitía regresar a la celda al final del día y aguantar una semana más. Fue cuando me acordé de Brasil, de ir a la playa con mi padre, mi madre y mi hermana y de jugar en la arena. Lo hacíamos todos los domingos. Este sencillo recuerdo también me hizo sonreír.

Pensar en el fútbol como un juego de mi infancia, como un momento que compartía con mi familia, me hizo entender por qué millones de personas están tan enamoradas de ese deporte.

Debo confesar que sigo detestando toda la parafernalia que existe alrededor del fútbol, pero ahora la veo de una manera diferente. La liga Makana me ha hecho entenderlo desde otro punto de vista. Ir al origen de la pasión y dejar de lado todo lo accesorio. Ahora no solo entiendo el interés de tantos por este deporte, en algunos momentos, incluso lo comparto. Recordar a mis padres, los domingos en la playa, los partidos en la arena y el cielo azul de Salvador de Bahía... Para mí no hay nada más importante que esto.

Carla Guimarães es escritora y guionista brasileña, y reside en Madrid.

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