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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de la OTAN

Washington critica frontalmente la escasez de gastos militares de sus socios europeos

La guerra en Libia, que está poniendo de manifiesto los reducidos límites del poderío militar europeo, ha servido de pretexto al secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates, para advertir en tono testamentario y frontal a los aliados de Estados Unidos de que la OTAN puede acabar convertida, más pronto que tarde, en una alianza militar irrelevante y sin futuro.

Europa, acusa, no dedica suficiente dinero a sus Ejércitos. Solo cinco de sus 28 miembros destinan a ello el 2% de su PIB. Washington carga con un inaceptable 75% del presupuesto de la Alianza. Consecuencia: en Libia la carencia europea de recursos aéreos adecuados acaba recayendo sobre EE UU. Muchos de los países que votaron por la intervención han decidido no participar en los combates.

Los agravios de Gates, aunque unilaterales, merecen reflexión. La OTAN fue el indiscutible bastión frente a la URSS. Tras la caída del Muro, la Alianza ha buscado un nuevo papel con resultados inciertos. Afganistán está suponiendo una crucial prueba con perspectivas poco airosas para una coalición que nunca había participado en una guerra convencional, aunque su intervención fuese decisiva en Bosnia o Kosovo.

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En la Alianza confluyen dos brazos tan diferentes como EE UU y una Europa militarmente fragmentada. Los países pequeños y medianos tienen poco interés en aventuras internacionales. Y los importantes, que como Francia y Reino Unido llevan la voz cantante en Libia -Alemania sigue atenazada por su papel militar en el siglo XX-, no quieren depender de otros en el desarrollo de su capacidad bélica. Hay una creciente ineptitud europea, en sintonía con su disminuida influencia global, para mantener y desplegar llegado el caso una fuerza contundente.

El mensaje de Gates no solo entierra la idea de que la potencia militar occidental podía enderezar el mundo. Apunta a un inquietante horizonte en el que EE UU -acosado por su déficit, aunque destine casi el 5% de su PIB a gastos militares- comienza a desengancharse del lado europeo de una Alianza a la que considera mermada por la escasa voluntad de la mayoría de sus miembros para participar en misiones de combate. Europa es cada vez menos una prioridad para Washington, volcado en otros escenarios. Pero, como pone de relieve lo que pasa en el vecino mundo árabe, el Viejo Continente sigue manteniendo una dependencia militar absoluta del otro lado del Atlántico.

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