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¿Qué hacemos con los malos profesores?

Hace unas pocas semanas, publicó The New Yorker un artículo titulado The Rubber Room, que relataba los problemas que plantean algunos profesores en el sistema escolar no universitario neoyorquino. Leí con atención ese artículo por recomendación de José Joaquín Brunner, buen amigo, que fue ministro chileno en el Gobierno de Fre, entre 1994 y 1998. Valía la pena hacerlo. El texto analizaba la motivación de los profesores y las políticas más convenientes para mejorar la eficiencia educativa. Su título correspondía a la manera coloquial que allí se utiliza para denominar a los Temporary Reassignment Center, lugares donde destinan a los profesores conflictivos con los que no saben qué hacer. Las dificultades son universales.

Hay que acabar con el sentido patrimonial de los que olvidan que son servidores públicos

¿La universidad española tiene buenos o malos profesores? En el pasado había una cierta percepción social de que el profesorado vivía bien y, aunque sus sueldos fuesen reducidos, estaba acomodado, tenía largas vacaciones, y era poco proclive a adaptarse a situaciones nuevas. ¿Es esto cierto ahora? No, es un caso más de cómo un tópico cala con facilidad y esconde la realidad. A la universidad española le queda bastante por avanzar, pero no es poco el progreso realizado en los últimos 25 años, y en él tiene mucho que ver el trabajo de sus profesores.

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Dejadas las cosas en su lugar, o sea, los profesores tienen capacidades suficientes, en su inmensa mayoría, la cuestión es: ¿cómo seguir en adelante? ¿Por pura inercia o, por el contrario, dándole un nuevo impulso a la política de profesorado? ¿Cómo aprovechar los cambios que propicia el Proceso de Bolonia? Es obvio que no es posible la transformación universitaria si los profesores no están comprometidos con ella y no son los actores principales de la misma, junto con los estudiantes.

En los últimos meses se ha iniciado el debate sobre el alcance y el detalle de un nuevo estatuto docente e investigador. Puede ser una ocasión propicia para reflexionar sobre algunas claves imprescindibles en una nueva política de profesorado. Los cambios que se pretendan deben centrarse en las personas, no en continuas modificaciones legislativas. Los universitarios se sienten cansados de tantos vaivenes normativos que suelen ocuparse más de las formas que de los fondos.

La movilidad y la apertura internacional debe ser uno de los aspectos esenciales de esa nueva política. Si muy bajo es el porcentaje de estudiantes extranjeros en las universidades españolas, inferior al 2%, aún menor, inapreciable, es el de los profesores foráneos. La universidad española tendría que incorporar profesorado extranjero de buen nivel y prestigio científico de manera permanente. La convocatoria en revistas académicas internacionales de un porcentaje de las plazas a cubrir, por ejemplo un 10%, sería una medida sencilla y eficaz. El desarrollo de programas de intercambio, mediante estancias cortas en las mejores universidades de América y Europa para el conocimiento de las buenas prácticas de enseñanza, sería otra.

Otro asunto clave se refiere a la flexibilidad de la carrera del profesorado. Los profesores no tienen por qué hacer las mismas tareas y con la misma intensidad en docencia, investigación y gestión al comienzo que al final. Diferentes itinerarios, con mayor dedicación unos en la docencia, otros en la investigación y, temporalmente, otros en la gestión, puede facilitar el mejor aprovechamiento de los recursos humanos en las instituciones universitarias. A finales del siglo XIX, decía Giner de los Ríos: "La cátedra es un taller, y el maestro, un guía en el trabajo". Su pensamiento no puede estar más vivo; en él se fundamenta la renovación metodológica que debe acompañar al proyecto europeo de universidad. Este principio es una piedra angular de la excelencia en la educación superior. La incorporación de nuevas tecnologías y la reorganización -y diversificación- de las tareas docentes dan vida a todo el cambio universitario. Para que sea viable, se necesita disponer de un profesorado motivado y convenientemente preparado. Formación e incentivos son elementos sustanciales, por tanto, de la política de profesorado.

Junto al nuevo estatuto docente, emerge en la actualidad un elemento de gran valor, el Pacto Político y Social por la Educación. Quizás sea una buena ocasión para dotar de contenido a un contrato de la sociedad española con la universidad. La sociedad debe sentirse más próxima a las instituciones universitarias, y éstas más sensibles a las demandas formativas de los ciudadanos, con modelos educativos atractivos y adaptados al entorno. También, el Pacto debe contener aspectos que condicionan el trabajo de los profesores, su formación pedagógica, los recursos disponibles... Aquello que decía Cossío: "Formad maestros, aumentad los maestros; gastad, gastad en los maestros".

Salvada la mayoría, y aunque sean pocos o muy pocos, la cuestión inicial sigue subsistiendo: ¿qué hacemos con los incompetentes? Con las limitaciones de la legislación española sobre la función docente, habrá que buscar una salida para los que se marginen de esta oportunidad de cambio. Para aquellos que ven como una amenaza cualquier modificación de su estatus actual, la solución puede pasar porque, con más o con menos pausa, se termine con el sentido patrimonial de quienes olvidan que son servidores públicos y anteponen su interés particular al avance social.

Francisco Michavila es catedrático de Matemática Aplicada y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la UPM

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