La herencia de Darwin
Desde tiempos preevolutivos, o incluso prebiológicos, la biología lleva dividida en dos bandos. En el siglo XVII, los contendientes vinieron representados por René Descartes -que explicaba el conocimiento humano por la existencia de ideas innatas- y John Locke, para quien la mente absorbía toda su estructura del entorno. La versión evolutiva de Locke es el darwinismo: los seres vivos absorben su estructura del entorno, puesto que todos sus dispositivos y funciones especializadas son adaptaciones al medio, y es el medio quien decide qué individuos sobreviven y dejan descendencia. Ésta es la teoría de la evolución por selección natural, publicada por Darwin en 1859.
La versión evolutiva de Descartes es el formalismo, o estructuralismo, representado ante todo por la gran tradición de la morfología alemana, que admite los efectos del entorno sobre las adaptaciones locales, pero no los considera una explicación satisfactoria del funcionamiento de los seres vivos, de su lógica interna más profunda.
Para esta escuela, los procesos evolutivos a gran escala ocurren en buena medida promovidos desde dentro, como consecuencia de cambios en los procesos fundamentales del desarrollo; en términos actuales, valdría decir que la evolución está en parte codificada en el genoma; que está impulsada, facilitada o canalizada por algún tipo de motor interno del cambio.
Por todo lo que sabemos hoy, ambas ideas son fructíferas. Y hay que decir en honor de Darwin que su mecanismo evolutivo,
la selección natural, tiene una profunda relación con ambos.
La gran percepción de Darwin fue que lo que hacía especiales a las entidades biológicas era su capacidad para sacar copias de sí mismas. Porque esa propiedad puede hacer que un pequeño sesgo colonice una población entera en unas cuantas generaciones. Ésta es la esencia de la selección natural. Quienes compiten pueden ser los individuos dentro de una especie, como en la selección darwiniana clásica, o los genes dentro de un genoma, como en algunos de los más recientes modelos de generación de nuevas especies. Lejos de refutar a Darwin, todo este conocimiento es la prolongación natural de su obra.
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