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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora de Cameron

Los resultados electorales británicos dan sentido a un pacto entre conservadores y liberales

Las disputadas elecciones británicas del jueves han liquidado la era de la hegemonía laborista y defraudado las expectativas suscitadas por el tercer partido, el liberal-demócrata. Y a la vez que han hecho buenos los pronósticos de un Parlamento sin mayoría absoluta, por primera vez desde 1974, han puesto de manifiesto, en su desarrollo, la improcedencia de lidiar con medios electorales del siglo XIX realidades del siglo XXI. La falta de un rotundo ganador se ha visto inmediatamente reflejada en la caída de la libra.

El sistema otorga en estas circunstancias al primer ministro la capacidad de intentar formar Gobierno. Gordon Brown lo anunció así en un postrer intento de aferrarse al cargo. Pero eso fue antes de que el victorioso líder de la oposición, David Cameron, lanzara en un terso mensaje a los liberales su propuesta de hacer un Ejecutivo estable y fuerte con la holgada mayoría en los Comunes que permite la suma de sus escaños. Un elemental sentido común aconseja, como solicita Nick Clegg, que sean los conservadores los que lo intenten. Cameron se dice dispuesto a dar cabida en el acuerdo a la reforma del injusto sistema electoral, la mayor aspiración liberal, que a cambio de Gobiernos estables maltrata a fuerzas sin amplia base nacional. En este terreno, los resultados de ayer colocan a Clegg como árbitro, pero en peor posición que la esperada.

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Londres, donde ha funcionado durante un siglo un duopolio entre laboristas y conservadores, no tiene tradición de coaliciones, pero parece llegado el momento. Aunque posible, sería poco práctico para los tories buscar un Gobierno minoritario, con apoyos puntuales de otros partidos, para sacar adelante leyes concretas. La delicada situación de Reino Unido no está para parches que aboquen en meses a nuevas elecciones, como sucediera en 1974. Es improbable que esos apoyos, aun si funcionaran en lo pequeño, sirvieran para aprobar en Westminster la reducción drástica del gasto público o la inevitable subida de impuestos.

En los días venideros habrá grandes maniobras para formar Gobierno. Lo deseable, especialmente en estas circunstancias de incontrolable volatilidad económica, es saber cuanto antes quién manda en Reino Unido. Que los partidos lleguen a pactos creíbles a tiempo para que el 25 de mayo la reina pueda anunciar en su tradicional discurso las prioridades legislativas del nuevo Gabinete.

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