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La hora del cambio en Reino Unido

Tal vez no sea bueno que el laborismo, tras diez años en Downing Street, siga allí a trompicones. Pero los conservadores tampoco son una gran novedad. El problema británico no es quién gobierna sino cómo gobierna

Timothy Garton Ash

Llámenlo la paradoja del político. Los políticos democráticos deben insistir en que su partido merece ganar todas las elecciones. Pero, si un partido ganase todas las elecciones, nunca habría un cambio de gobierno, algo que es esencial para la democracia. Así que, en algún momento, si uno vive en una democracia, llega el momento de cambiar. En Gran Bretaña hemos alcanzado ese momento.

El nuevo laborismo no nos ha dado el peor gobierno en la historia moderna de Gran Bretaña, ni mucho menos, pero se ha vuelto cada vez más cansado y sórdido, como ocurre con todos los partidos que llevan más de 10 años en el poder. Si el laborismo continuara a trompicones durante otro mandato no sería bueno ni para el país ni para el propio partido. Fíjense en lo que les ocurrió a los conservadores cuando se mantuvieron a duras penas hasta 1997. Algunos políticos laboristas reconocen esta realidad en privado, tanto con sus hechos como por lo que no dicen. No obstante, en público, siguen insistiendo en que la victoria de cualquier otro partido será el final de la civilización que conocemos.

El Estado británico es a la vez el más destartalado y el más entrometido de las democracias avanzadas
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Nos encontramos, pues, junto a la paradoja del político, con el pretexto del político: nos enfrentamos a una elección dramática entre unas visiones fundamentalmente distintas de cómo hacer avanzar la sociedad, la economía, la familia, la nación, etcétera. Es lo que dicen todos, ¿verdad? Creen que tienen que hacerlo. Y los periodistas les jalean, y les dan resonancia, para inyectar algo de emoción, muy necesaria, en una historia sin vida. Porque ¿acaso el deber moral supremo del periodista no es vender más periódicos y atraer a más espectadores? En el mundillo de Westminster, el pretexto del político y el pretexto del periodista se refuerzan mutuamente.

Sin embargo, la aburrida realidad es que, tanto en estrategia como en ideología, las diferencias entre los grandes partidos son menores que en ningunas otras elecciones generales que yo recuerde en Gran Bretaña. Como observa el veterano analista político David Marquand, los conservadores, después de que David Cameron les haya dado la nueva imagen de "compasivos" e incluso "progresistas", ahora "nadan en la misma piscina abarrotada del post-thatcherismo y el post-socialismo que los laboristas y los demócratas liberales".

Si hiciéramos una cata ciega de las estrategias de los partidos en muchos temas económicos, sociales y de seguridad, sin ver las etiquetas de partido en cada botella, muchas veces acabaríamos atribuyéndolas al que no es. Entre un 70% y un 80% de los contenidos políticos actuales es, por así decir, intercambiable.

No pretendo insinuar que algunas de esas políticas concretas no sean mejores que otras, ni que no importe qué equipo de gestión esté al frente de la empresa Reino Unido. Y todavía existen algunas diferencias importantes: por ejemplo, sobre Europa, o sobre el trato a los más ricos. Pero no hay unos conjuntos de políticas sólidos, ideológicamente definidos, distinguibles y coherentes que diferencien siempre a un partido de otro. El debate sobre "inversión frente a recortes", por ejemplo, divide al Partido Laborista por la mitad. Estamos hablando de variantes del capitalismo demócrata liberal. En comparación con los agudos contrastes ideológicos de hace 30 años, que enfrentaban a los rojos más rojos contra los azules más azules, ahora tenemos tonos de rosa, terracota y magenta.

Los electores británicos se dan cuenta de ello. En cualquier caso, están hartos de los políticos, sobre todo después del escándalo de los gastos. Y saben que, venza el partido que venza, un déficit presupuestario en alza obligará al nuevo Gobierno a recetar alguna medicina muy desagradable, lo cual no es una perspectiva muy halagüeña. De modo que lo más probable es que la mayoría de la gente empiece a interesarse sólo cuando comiencen los debates televisados -en abril, si las elecciones son el 6 de mayo- entre los líderes de los tres grandes partidos. Serán el equivalente político a los concursos de cantantes como The X-Factor o Britain's Got Talent, y Gordon Brown asumirá el papel de Susan Boyle, la mujer escocesa de mediana edad que saltó a la fama en Britain's Got Talent por el aparente contraste entre la belleza de su voz y su aspecto físico. Ahora bien, ¿podrán ser Nick (Clegg, el líder de los demócratas liberales) o Dave (Cameron) el equivalente político a Joe McElderry, el joven y atractivo vencedor del X-Factor del año pasado?

Mientras aguardamos esa apoteosis de la democracia británica contemporánea, existe una cuestión verdaderamente fundamental en la que podrían influir estas elecciones. Se trata, no de quién gobierna Gran Bretaña, sino de cómo se gobierna. Porque los británicos vivimos hoy en un Estado que es, al mismo tiempo, el más destartalado y el más entrometido de todas las democracias avanzadas del mundo. Marquand nos recuerda que hace más de 35 años que el juez Leslie Scarman definió la necesidad de "un nuevo convenio constitucional" en Gran Bretaña, un país cuyo sistema de Gobierno fue tachado poco después por el conservador Lord Hailsham de "dictadura electiva". En este periodo, mediante un proceso de reformas concretas e incoherentes, nuestras disposiciones constitucionales se han vuelto cada vez más extrañas. Nuestro ejecutivo, excesivamente centralizado y dominante, tiene más poder que nunca y se entromete cada vez con más insistencia en los últimos rincones de nuestras vidas, antes privadas. Así que lo que menos necesita hoy Gran Bretaña es cambiar a un dictador electo por otro.

Mi punto de vista ante estas elecciones se resume en esta pregunta: ¿qué pueden aportar a la reforma fundamental del Estado británico? ¿Cuál es la mejor forma de utilizar mi voto y mi voz, como ciudadano británico y comentarista, para impulsar ese cambio que necesitamos? La respuesta es complicada, y el cambio no se producirá en un solo paso. Dependerá en gran parte, por ejemplo, de que el resultado de las elecciones sea un Parlamento muy igualado y, en tal caso, con qué correlación de fuerzas.

Hablaré de las opciones de voto en otro artículo, pero, mientras tanto, quien esté de acuerdo con este objetivo debería estar pendiente de dos cosas y hacer una tercera. Un comité parlamentario presidido por Tony Wright ha propuesto algunas reformas positivas para reforzar la independencia del Parlamento, su capacidad de examinar al Gobierno y su sensibilidad hacia las preocupaciones de la población. El comité Wright elaboró un proyecto de resolución, pendiente de aprobación en la Cámara de los Comunes, en el que resume sus propuestas, pero diversas fuerzas dentro de los dos principales partidos (no los demócratas liberales) llevan dos meses bloqueándolo. Como dijo The Guardian, el Parlamento tiene que ponerse las pilas y aprobar el documento de Wright.

En segundo lugar, Brown repitió esta semana su promesa de celebrar un referéndum, tras estos comicios, sobre la introducción del sistema de voto alternativo para las elecciones generales. Es muy poco y llega muy tarde, pero podría añadirse como enmienda a un proyecto de ley de reforma constitucional que se encuentra actualmente en el Parlamento, con lo que tal vez podría aprobarse todavía en el "aluvión" legislativo justo antes de las elecciones. Debería aprobarse. Sería un paso hacia la reforma electoral del que a un Gobierno conservador le costaría más retroceder.

Lo que puede hacer el votante británico de forma inmediata es visitar la página http://www.power2010.org.uk/votes y votar por las que le parece que son las cinco reformas políticas más importantes que necesita Gran Bretaña. El movimiento Power 2010 presentará las demandas a los candidatos parlamentarios e intentará convencerles de que las apoyen. Cuantos más seamos, más empuje tendrá la campaña.

En el momento de escribir estas líneas, las cinco propuestas más votadas son: 1. Un sistema de voto proporcional. 2. La eliminación de los documentos de identidad y el retroceso del Estado de las bases de datos. 3. Una duración fija para las legislaturas. 4. Una constitución escrita. 5. Que sólo los ingleses voten las leyes que afectan a Inglaterra

[sin participación de los parlamentarios de Escocia, Gales e Irlanda del Norte]. Pero esta lista puede cambiar a medida que vote más gente. No hace falta esperar hasta mayo. Ésta es una elección que los británicos pueden hacer ya.

Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos, ocupa la cátedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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