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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La huelga del silencio

EL PAIS -como el resto de la prensa madrileña, salvo El Alcázar- no salió a la calle el día de ayer. Nuestros lectores pueden pensar que se trató de una decisión voluntaria y consciente, adoptada por la dirección de esta publicación, la empresa que lo edita. Dos razones podrían sustentar esa creencia. De un lado, la continuada defensa que ha hecho EL PAIS de la libertad de expresión, las también permanentes denuncias que ha formulado contra quienes tratan de coartarla o suprimirla, y los editoriales publicados los días 21 y 22 de septiembre solidarizándonos con las víctimas del criminal atentado contra El Papus y exigiendo eficacia al Ministerio del Interior contra, los grupos incontrolados de extrema derecha. De ' otro, la presentación equívoca de la «huelga de silencio» de la prensa de Madrid como el desenlace lógico y coherente de la campaña que los propios profesionales de la prensa pusimos en marcha, desde los tiempos, que hasta ayer parecían lejanos, del franquismo, para afirmar el pleno ejercicio de la libertad de expresión y cerrar el paso a sus adversarios.Sin embargo, ni la ausencia de EL PAIS en los quioscos en la mañana del 23 de septiembre obedeció a una decisión voluntaria de las personas a cuyo cargo corre la responsabilidad de este periódico, ni creemos que la huelga de ayer sea la forma congruente de ratificar la solidaridad con las víctimas del atentado de Barcelona o un paso hacia adelante en la lucha por defender la libertad de expresión. Creemos, por el contrario, que la huelga de ayer fue un paso atrás en la defensa de esa libertad.

Ante todo, conviene dejar en claro que la «huelga de silencio» fue el resultado, azaroso y sólo a medias previsible, de una pugna incierta entre sectores de legítimas lealtades políticas, desarrollada en un clima emocional y en el breve plazo que transcurre entre la confección de los periódicos y su tirada. No se trató de una decisión adoptada tras un intercambio suficiente de argumentos, en un ámbito institucional adecuado y entre interlocutores cuya representatividad estaba más legitimada por factores emocionales que por unas elecciones sindicales o políticas. Ni que decir tiene que la responsabilidad última de esos hechos hay que situarla en el lento e interminable desmontaje por el Gobierno de las instituciones franquistas; las medias luces que separan al viejo verticalismo de la reglamentación aún pendiente de la acción sindical dentro de las empresas son, precisamente, la situación ideal para que grupos de escasa representación tiren fríamente de la cuerda de las emociones, sea éste o no el caso de esta huelga.

La libertad de prensa tiene en este país muchos y muy poderosos enemigos. Todavía no han desaparecido del escenario político, conservando sus viejas camisas o transmutados momentáneamente en demócratas, quienes convirtieron a los periódicos españoles en ridículas d y

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cajas de resonancia para los fastos del poner en órganos ciegos, sordos y mudos para todo lo que pasara en la calle. La presencia de los más poderosos grupos de presión, que defienden intereses económicos, religiosos o internacionales, en el ámbito periodístico es fácilmente constatable por cualquier lector avisado. Y los diarios y revistas que aspiran a la independencia sufren el continuo asedio, a través de mil caminos, de esos grupos, que utilizan desde' procedimientos de persuasión amistosa hasta métodos que se aproximan al chantaje. EL PAIS está contra toda forma de censura, desde la ejercida directamente por el Poder, hasta la que ejercen los terroristas, pasando por la que se puede intentar imponer a través de un asambleismo meramente voluntarista. Finalmente, los mercenarios de extrema derecha ponen en práctica la vieja sentencia de Clausewitz de que la guerra, es la continuación de la política por otros medios: los atentados a Diario 16 y El Papus, son la mejor prueba de ese aserto. Realmente lo único que faltaba a la profesión periodística era la importación en España de los métodos que llevaron casi al colapso a la prensa independiente portuguesa en' 1975 o que transformaron al más prestigioso periódico mexicano, Excelsior, de órgano de libre expresión crítica, en una oficina del Gobierno, mediante la manipulación de un sindicalismo pervertido y corrupto.

La libertad de prensa necesita un complejo sistema de condiciones previas para existir. Precisa completa libertad para la creación y difusión de periódicos y revistas. En este terreno, es obvio que hemos avanzado un largo trecho: El Socialista, Mundo Obrero y Unión del Pueblo comparecen ante los lectores junto a periódicos como EL PAIS, Diario 16, los otros habituales de nuestra historia, o semanarios como Fuerza Nueva. A partir de ese momento, son los lectores quienes, ejerciendo sus derechos in alienables de elección, los compran o no los adquieren. La época del franquismo ha pasado, o al menos debemos esforzarnos por enterrarla definitivamente. Porque a esa época de censura y de imposibilidad de publicar revistas o periódicos que no fueran del agrado del Régimen pertenecen los hábitos de manipulación, en el interior de las publicaciones existentes, para levantar el techo informativo y critico o para llevar hasta la opinión pública -como en la fracasada huelga de febrero de 1975- las reivindicaciones de una profesión apaleada y humillada por poderes incontrolados. Como firman hoy en sus primeras los directores de los diarios de Madrid, «nos gustaría equivocarnos», pero estimamos que lo mejor de la buena voluntad de esta profesión puede haber cometido un error sobre el que, como poco, debemos todos reflexionar.

Si las bombas contra los órganos de prensa y los atentados contra los periodistas (nadie parece recordar ahora las decenas de profesionales de prensa que han muerto víctimas de atentados o en el cumplimiento de una misión informativa) están destinados precisamente a tratar de hacernos callar, no parece que la respuesta coherente sea decidir, por nuestra propia cuenta, guardar silencio, aunque sólo sea por un día. Y ni siquiera creemos que ese espectacular vacío informativo sea un arma útil para forzar al Ministerio del Interior a que, finalmente, controle a los incontrolados. En definitiva, si la huelga de ayer sienta el precedente de una doctrina establecida habremos regalado a los grupos de ultraderecha (e incluso a cualquier Gobierno) la regla de oro para que la prensa española guarde silencio en los momentos adecuados: bastará con que se sigan enviando bombas a las redacciones, método, al parecer, seguro para que, al día siguiente, la prensa diaria suspenda su aparición.

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