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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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El independentismo sale del armario

Josep Ramoneda

De Arenys surgió la Sinera de la literatura de Salvador Espriu, con acento de fundación mítica de Catalunya. Arenys de Munt -el del lado de montaña- se ha hecho con un estreno muy codiciado en el Principado: ha sido la primera ciudad que ha protagonizado una consulta sobre la independencia. Todo el mundo sabe que la consulta carecía de valor legal, por tanto, de incidencia institucional, pero sin duda tendrá consecuencias políticas. Algunos medios han hecho escarnio y mofa sobre la consulta, que es una manera de negar la importancia de la cosa. Otros han subrayado el carácter anecdótico como modo de minimizarla. Y no han faltado los que, como siempre, han optado por llamar a la guardia civil: que el Gobierno actúe por la vía judicial. Desde un punto de vista democrático, una consulta a la ciudadanía organizada, con rigor y sin alteración de orden público, por una entidad privada se enmarca en el normal ejercicio de la libertad de expresión, primer y principal derecho de la sociedad abierta.

Pero la principal conclusión a extraer de este episodio y de su repercusión mediática -un diario moderado como La Vanguardia abrió con esta noticia en portada a toda pastilla- es algo que se viene constatando desde hace ya algún tiempo: el independentismo ha adquirido carta de naturaleza política en Cataluña. Ha dejado de ser una cuestión marginal para incorporarse plenamente en el debate político. Y de nada sirve negar la evidencia aludiendo a su inconstitucionalidad. No por ello la movida independentista dejará de existir.

Esquerra Republicana, que desde la transición ha llevado la independencia en su ideario, ha jugado un papel importante en la salida del armario del independentismo. Sin embargo, la eclosión del fenómeno independentista en Cataluña llega cuando todos los sondeos dan el voto de Esquerra a la baja. ¿Cómo hay que interpretarlo? De una manera muy sencilla: el crecimiento del independentismo lo ha hecho transversal. Hay independentistas en las bases electorales de casi todos los partidos.

Se ha dicho que la gestión de Aznar fue una fábrica de independentistas y se ha dicho también que la frustración de la España plural de Zapatero, que empezó como una promesa y acabó como un simple eslogan, y los obstáculos al despliegue del Estatut han sido otro factor de impulso del independentismo. Siendo cierto que estos acontecimientos han ayudado a los independentistas en la medida en que se ha visto el encaje del autogobierno catalán en España como una misión imposible, creo que sería erróneo atribuir el crecimiento del independentismo sólo a factores externos. El asentamiento de la democracia y la visualización de un marco europeo para el futuro ha propiciado el final de los tabúes de la transición y, por tanto, el despliegue sin complejos de un nacionalismo y un catalanismo que ya no se sienten obligados a ocultar su deseo de ver la potencia (la nación) transformada en acto (el Estado). Para decirlo claro: si un día Bélgica se partiera en dos Estados y ambos permanecieran en la Unión Europea, la independencia de Cataluña subiría inmediatamente al primer puesto de la agenda política.

Dicho esto, ¿qué cabe esperar? El independentismo ha visto en las consultas ciudadanas una vía para la acumulación de fuerzas. La euforia inicial puede fácilmente tornarse en fatiga o en frustración si no se traduce en progresos políticos. Las elecciones autonómicas catalanas adquieren en este sentido una nueva dimensión. La probable irrupción de un candidato externo a los partidos, un neoliberal, independentista y futbolero como Laporta -¿quién no pensará en Berlusconi?- podría añadir más complicación al juego. Para los partidos que ocupan la centralidad política catalana, la eclosión del independentismo es un embrollo. A CiU, por mucho que buena parte de sus dirigentes esté sentimentalmente con las consultas, le complica la vida. Ya perdió el monopolio del nacionalismo. Ahora le entra una competencia que le obliga a tomar posiciones que pueden ser consideradas excesivas por una parte de su electorado. El PSC tendrá que perder el miedo a ofrecerse como representante de los catalanes que todavía creen que se puede estar en España, que, hoy por hoy, son mayoría. En cualquier caso, el independentismo catalán está aquí por vías pacíficas y democráticas. ¿No se decía que ésta era la única condición? Está cumplida. Se equivocará el que lo minimice o el que piense que puede acabar con él con un simple auto judicial.

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