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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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Los ingleses de Wallingford

Soledad Gallego-Díaz

'Midsomer Murders' es una famosa serie de televisión británica, que emite la ITV desde hace nada menos que catorce temporadas. Ocurre en un pueblo de la campiña inglesa, el ficticio Causton, que quiere representar a todos los pequeños pueblos de la Inglaterra más tradicional. Su productor, Brian True-May (apellido auténtico), pensó que precisamente porque era un pueblo inglés tan estereotipado nunca debería acoger a un personaje que no fuera blanco y así lleva catorce años sin mostrar a ningún vecino que no responda a esa imagen. A True-May se le ocurrió decir hace unas semanas que Midsomer Murders no mostraba "diversidad racial" porque Causton era un "bastión de la esencia inglesa" y fue suspendido durante unos días de empleo y sueldo.

Resulta estúpido entregar el Acuerdo de Schengen a la extrema derecha europea, como han hecho Sarkozy y Berlusconi

Sancionar al señor True-May puede ser un reflejo de la "corrección política" y una soberana tontería. Pero igualmente tonta es su creencia de lo que constituye la "esencia inglesa". El desmentido más concluyente le llegó a través de un reportaje que hizo The Independent en el pueblo en el que realmente se rueda la serie: Wallingford, en la hermosa Oxfordshire, quizás elegido no solo porque tiene ruinas sajonas sino porque allí vivió Agatha Christie. Bueno, no realmente en Wallingford, sino tres kilómetros al sur, en la parroquia de Cholsey.

La cosa es que en el auténtico Wallingford el estereotipo del pueblecito inglés no está tan claro. De hecho, tiene un restaurante que dirigen desde hace años Mohamed Shah Zillur y su familia; un local de comida tandoori, que atienden unos vecinos que nacieron en Bangladesh y otro local que es propiedad de otros vecinos de origen turco. Por lo que se ve, la enfermera que atiende una residencia de ancianos de la localidad es de Trinidad Tobago y también andan por allí otros ingleses de pinta algo más oscura que los imperturbables protagonistas de Midsomer Murders. De hecho, es muy posible que el estimado señor True-May tenga que hacer algunos esfuerzos para que esos vecinos no aparezcan en las calles de Causton y para que los espectadores que siguen la exitosa serie en lugares tan distintos como Nueva Zelanda, Hungría, Dinamarca o Sri Lanka puedan seguir creyendo que los pequeños y preciosos pueblos de Oxfordshire son así, y no como el más real y agradable Wallingford.

La historia de estas dos ciudades quizás dibuje la realidad europea, empeñada en verse de una forma que no refleja ningún espejo. Inglaterra no es así, como no lo es Francia, ni Alemania, ni Italia, ni España. La inmigración forma parte ya de la esencia francesa como de la alemana o la española. Y va a seguir llegando a Europa, no porque nos "invada", sino porque la Unión Europea la va a seguir necesitando, si es que algún día recupera el pulso, como demuestran las predicciones del Instituto Alemán de Estudios Económicos (DWA), que ha reclamado la entrada urgente de 500.000 nuevos inmigrantes para apoyar su renovado crecimiento. Y si no fuera así, si no volvieran a llegar inmigrantes a Francia, España o Italia, sería mucho más preocupante porque significaría que Europa está definitivamente muerta.

El lamentable espectáculo que han dado esta semana en Roma Silvio Berlusconi y Nicolas Sarkozy debería encender las alarmas a los ciudadanos europeos mucho más que la llegada de algunos miles de inmigrantes tunecinos o libios. Resulta increíblemente estúpido entregar el Acuerdo de Schengen a la extrema derecha europea, como han hecho estos dos inconsistentes políticos. Es increíblemente estúpido perder el tiempo con juegos tan peligrosos, en lugar de hacer frente a la responsabilidad europea en el norte de África y de mirar a nuestro propio patio trasero, más agitado de lo que pensamos. Sarkozy, que procede de una familia húngara, debería estar mucho más inquieto por las consecuencias que pueda acarrear para Europa lo que está pasando en Budapest que por las trampas que fabrica su colega italiano.

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