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Lo inoportuno y lo inaceptable

Manuel Rico

Antonio Gamoneda no estuvo especialmente oportuno con sus declaraciones sobre Mario Benedetti durante la rueda de prensa de presentación de Un armario lleno de sombra, su último libro. Cuando todo el país expresaba de forma diversa su condolencia por el fallecimiento del uruguayo, no fue lo más adecuado aludir de forma crítica a su obra. Sobre ello hay unanimidad en la opinión pública. Pero tras subrayar ese hecho, sería conveniente aportar un mínimo de desapasionamiento a la polémica que, a partir de sus declaraciones, se desató. También de rigor intelectual. Lo digo porque al leer las respuestas que, en defensa de Benedetti, reflejaron los medios de comunicación en los días posteriores, pareciera que Gamoneda hubiera desgranado una cadena de insultos y descalificaciones contra el autor de La tregua.

La réplica a los comentarios de Gamoneda sobre Benedetti fue desproporcionada
¿Acaso eran sencillos y transparentes Claudio Rodríguez Pound o T. S. Eliot?
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Pero no fue así. ¿Qué dijo el poeta leonés? Transcribo las afirmaciones que reflejaron, de manera coincidente y literal, todos los diarios. Así opinó Gamoneda: "(Benedetti) Era un hombre necesario en el terreno del pensamiento social y en el de la honradez... Aunque yo no comparto su ámbito poético. Fue un ser admirable, pero utilizaba un lenguaje normalizado, el lenguaje de la comunicación coloquial que, aunque lo respeto, no lo comparto". Hasta aquí, el texto en el que coincidieron todos los medios. Algunos añadieron, con o sin comillas, la afirmación siguiente: "En eso era un poeta menor".

Revisemos las palabras de Gamoneda: califica a Benedetti de "hombre necesario", de "ser admirable", expresiones a las que agrega atributos como la honradez o el compromiso social a la vez que confiesa un sentimiento de respeto hacia él. Y a la hora de valorar su obra, no se sale en ningún momento del juicio literario, por muy polémico que pudiera sonar el término "poeta menor". No hay más que leerlas con detenimiento para darse cuenta de que no hay ofensa ni afán descalificador, sino delimitación, de manera respetuosa, de diferencias estéticas.

¿Cómo se le respondió? Con una saña no inoportuna, sino inaceptable. Con descalificaciones. Con ofensas. Relevantes personajes del mundo cultural próximos a la estética de Benedetti, comenzando por su editor, más que responder cabría decir, en lenguaje coloquial, que "se despacharon a gusto". En el fondo y en la forma, la réplica fue desproporcionada, bordeando, incluso superando con creces, la frontera de la intolerancia y del insulto, algo que llama especialmente la atención en intelectuales conocidos por su sensibilidad progresista (al menos, así se reclaman). ¿Es de recibo que Benjamín Prado afirme que "parece que en este país hacer una carrera poética consiste en tener el mismo enterrador que Be

-nedetti y Ángel González, es decir, Antonio Gamoneda"? ¿O que el editor Jesús García Sánchez califique a Gamoneda de poeta "de segunda división" o de "ser sujeto al techo por telarañas", o haga una gracieta de dudoso gusto afirmando que Benedetti "comparado con Gamoneda es el Barça frente al Alcoyano"?

¿No parece fuera de lugar que Benítez Reyes lo califique de "hombre tosco" (¿¿??) o de "poeta del montón"? ¿Y qué decir de Javier Rioyo, capaz de utilizar en su columna dominical una metáfora con la que compara a los cuervos con el autor de Blues castellano o del Libro del frío: "Los cuervos, esos pájaros blasfemos", escribe Rioyo. Y continúa: "Se vistan con levita. O con premio Cervantes", figura que tiene como complemento una descalificación global de Gamoneda sobre la base de atribuir a otro gran poeta, Ángel González, cualidades con las que también cuenta el leonés: huérfano de padre con simpatías republicanas, miembro de la generación silenciada (aunque no fuera, en los años cincuenta, funcionario del Estado) de la posguerra, de familia condenada a la pobreza y al hambre.

En resumen: frente a la referencia de Antonio Gamoneda al lenguaje "normalizado", o "coloquial" de Mario Benedetti que, aunque respeta, no comparte, la lluvia de andanadas irrespetuosas y groseras (con un punto de clasismo señoritil alguna de ellas) contra él: "enterrador", "poeta de segunda división", "hombre tosco", "poeta del montón", "cuervo" o "pájaro blasfemo", "ser sujeto al techo por telarañas", entre otras, no menos delicadas, que no cito. ¿Hay quien dé más?

En ese contexto, que avergüenza a cualquier observador mínimamente objetivo de nuestra realidad literaria, sorprende que un admirador de la obra del uruguayo como el poeta gallego Méndez Ferrín afirme, coincidiendo en lo esencial, quizá involuntariamente, con Gamoneda, que Benedetti "era una persona amigable, próxima, generosa y muy inteligente; tal vez la poesía no sea su aportación más importante (el subrayado es mío), ya que no hay que olvidar su obra como prosista, ensayista y articulista", sin que reaccione del mismo modo la sucesión de descalificadores arriba citados. O que el periodista mexicano Alejandro de la Garza, al describir, en la revista digital Milenio.com, su encuentro con Benedetti en 1997, escribiera, el pasado 25 de mayo, lo que sigue: "Fue indulgente y tolerante, aunque se encontraba ya seriamente afectado por el asma y, como siempre, parecía lastrado por una celebridad a la cual nunca se rindió y resultaba notoriamente incómoda para su sencillez de "poeta menor", como gustaba calificarse".

Mario Benedetti ha sido uno de los grandes escritores del siglo XX del mundo hispanohablante. Con una obra poética cívicamente comprometida, directa y realista y popular, que ha emocionado -y emociona- a distintas generaciones y que podría haber obtenido con todo derecho el premio Cervantes.

Del mismo modo que Antonio Gamoneda, desde una opción estética distinta, es uno de los grandes poetas vivos de la lírica en castellano del último medio siglo, merecedor, sin duda, del premio que ostenta. Éste ha opinado sobre la poesía de Benedetti destacando su coloquialismo del mismo modo que desde una mirada crítica distinta, se podría calificar, con el mismo nivel de respeto, la de Gamoneda de tendente al hermetismo. Pero de ahí a convertir una inoportunidad, un error si se quiere como el cometido por Gamoneda, en una suerte de apertura de la veda del insulto y la descalificación, hay una considerable distancia que ningún escritor que se precie de demócrata debiera haber recorrido.

Cierto que Gamoneda no es, sobre todo en su última etapa, un poeta transparente. Pero es un poeta intenso, con lectores, con textos cargados de emoción estética y sentimental. ¿Acaso eran sencillos y transparentes poetas como Claudio Rodríguez, el Pepe Hierro del Libro de las alucinaciones, Vicente Aleixandre, Ezra Pound, T. S. Eliot, por citar sólo unos cuantos nombres alejados del realismo?

La propensión de nuestro mundo poético a establecer compartimentos estancos, a la configuración de tribus o sectas irreconciliables es una servidumbre demasiado vieja. Y un obstáculo para que la buena poesía (es decir, su esencia, su proteína) pueda ser gozada más allá de la opción estética de cada cual y de la moda del momento. A ese respecto, me parece ilustrativo el comentario aparecido hace unos días en el blog de un pequeño (y conocido) editor. Reza así: "Mario Benedetti dijo... beno! Antonio Gamoneda me gusta mucho". Imaginémoslo al menos. Aunque no fuera así.

Manuel Rico es poeta, narrador y crítico literario. Entre sus últimas obras se encuentran Verano (Alianza, 2008) y Espejo y tinta (Bruguera, 2008).

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