La inteligencia de saber reír
Hace un mes, en Chicago, el matemático Marc Abrahams volvió a ser el protagonista de una de las citas del encuentro que cada año organiza la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Es siempre por la noche, y la invitación es a reír. Tras las rigurosas discusiones sobre el alcance de los nuevos descubrimientos y la oportuna cosecha de las investigaciones recientes sobre las más diversas cuestiones, que se suceden jornada a jornada, es el momento en que toca juerga. Y con Marc Abrahams está asegurada.
Es el creador de la revista The Annals of Improbable Research (que se ocupa de investigaciones inverosímiles) y en 1991 se inventó los IGNobel, una suerte de premios alternativos a los que se entregan en Estocolmo, y cuyo nombre es un juego de palabras que podría traducirse como innoble.
Nada hay, sin embargo, de vil o de abyecto, de innoble, en esta iniciativa. Más bien todo lo contrario. Cuando Abrahams trabajaba en la revista Science, observó que muchas de las cosas más divertidas que hacían a veces los científicos quedaban ocultas por sus propias reglas de juego: el enorme rigor, inherente a toda investigación, y esa pizca de solemnidad con que suelen presentarse los avances de cada disciplina.
Y decidió que era oportuno mostrar que la inteligencia y la dedicación que exige cualquier laboratorio no están reñidas con el humor. El último IGNobel fue para los dos científicos que estudiaron Los efectos médicos secundarios de tragarse espadas.
Abrahams tiene un finísimo olfato para buscar aquello que hace reír. Cuenta que una vez premiaron a unos científicos australianos que habían realizado un estudio titulado Análisis de las fuerzas requeridas para arrastrar una oveja por varias superficies. El caso es que en Australia hay muchas ovejas y que hay complejos problemas con su traslado de un sitio a otro. El asunto era muy serio. Pero Marc Abrahams lo que propone es justamente eso: dé un paso atrás, mire las cosas, encuentre su lado cómico. Y ría. Muchos científicos que han ganado el Nobel participan con entusiasmo en descubrir a los que se merecen el IGNobel, y es que lo inteligente es encontrar el momento y el lugar para explotar en una feliz (y lúcida) carcajada.