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Con dos izquierdas y no estar loco

"La izquierda debe ser ante todo anticapitalista", dice Rossana Rossanda en unas declaraciones posteriores a la espectacular aparición en el escenario político de Italia del Partido Democrático y de su líder Veltroni. Rossanda, una de las grandes damas y musas de la izquierda intelectual europea, autora de un reciente libro de memorias, premio Strega y del cual se han hecho ya 39 ediciones, no se digna ni criticar al PD ni a Veltroni, los despide con un "no me interesan... son un nacional populismo postberlusconiano". Destacamos esta rotunda descalificación para indicar el abismo que parece separar las dos izquierdas, tanto en Italia como en otros países europeos. Como Alemania, donde la Linke, unión de los ex comunistas con la izquierda socialista de Lafontaine, se ha convertido también en un aliado tan necesario como difícil para el SPD, cuya apertura hacia el centro, con los Verdes, no parece ser suficiente para reconquistar la mayoría electoral.

La cuestión no es reclamar o debatir sobre el pluralismo o sobre la unidad de la izquierda, si no procurar entender el interés político que les une y la naturaleza del "ser" de cada una que les separa. La evolución de los partidos socialistas hacia el social-liberalismo y las alianzas de centro-izquierda no es una simple cuestión de aritmética institucional, es decir, destinada a formar mayorías gobernantes. El modelo de "partido de masas" propio de la sociedad industrial, de base trabajadora y formado por militantes y cuadros deviene partido de electores heterogéneos y de ocupación de las instituciones Es una opción de fondo: aceptar el marco global, político y económico, introducir paliativos de carácter social y, en aquellos casos que la opinión pública lo acepta o lo exige, mostrar una cierta audacia en algunos grandes temas transversales, como la oposición a la guerra, el ambientalismo o el desarrollo de libertades personales. Es decir, acaba siendo más "centro" que "izquierda". Los críticos seguramente recuerdan el principio físico-político que formuló el politólogo Duverger hace medio siglo: "El centro es un punto inestable que tiende a inclinarse hacia la derecha". Aunque la derecha-derecha puede ser suficientemente desagradable y valoriza la moderación, o un cierto conservadurismo, del centro-izquierda.

La otra izquierda, minoritaria electoralmente, busca la inserción o la relación con movimientos sociales críticos y encuadra militantes activistas en un proyecto ideológico alternativo que en el corto plazo tiende a ser defensivo o, en el mejor de los casos, influyente. Su base social en consecuencia son colectivos movilizados y discontinuos, que no aceptan fácilmente los compromisos inherentes a la gestión gubernamental, lo cual convierte a esta izquierda en un inestable aliado cuando se hace necesario su apoyo en las instituciones. Esta izquierda oscila en su discurso entre la referencia tradicional clasista, los trabajadores, los sectores de bajos ingresos, los inmigrantes, pero sin capacidad suficiente para estructurarlos (lo cual con frecuencia los deja en manos de la extrema derecha o de los nacionalismos o de las iglesias y otros fundamentalismos) y el discurso altermundialista, que propone una nueva sociedad, un cambio de civilización incluso, pero en el que faltan las necesarias mediaciones políticas.

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El caso italiano es especialmente interesante, pues en él se conjugan dos posiciones muy diferenciadas, casi extremas, que se oponen radicalmente y a la vez se necesitan absolutamente. El Partido Democrático probablemente ofrecerá una imagen fuerte y coherente e incorporará a la gran mayoría de los sectores centristas. Pero parece muy improbable que pueda conseguir una mayoría absoluta. En el mejor de los casos podrá gobernar con el apoyo de una izquierda heterogénea y muy crítica con el proyecto del PD. Esta izquierda existe no sólo socialmente, o culturalmente, también existe en el plano político, incluida una parte del PDS, y sindical (especialmente en la potente CGIL) y tiene un apoyo electoral no despreciable.

La distancia entre la ideología anticapitalista de esta izquierda y su apoyo a las reivindicaciones sociales radicales son difícilmente

Pasa a la página siguienteconciliables con los muy moderados objetivos reformistas que puede plantearse el PD. Estas contradicciones son manejables en la oposición, incluso permiten un apoyo parlamentario por un tiempo. Pero con independencia de la voluntad de los protagonistas son inevitables los momentos en que uno de los dos, o ambos, dirán "non possumus", como dice ahora el presidente de la Cámara de Diputados Bertinotti (de Refundación Comunista) citando al Papa Pío IX (cuando la Questione Romana).

Las diferencias no son sólo de ideología y de estrategia, también lo son de base social y electoral y de tipo de partido. El PD es un partido de electores, que se dirige a una opinión pública temerosa de los cambios y consciente del grado de bienestar adquirido. Un partido que se orienta por sondeos de opinión, gestiona las instituciones y respeta estrictamente el marco legal y económico existente. El PD y Veltroni, como hizo Blair antes, ha adecuado el discurso y la estética a lo que considera su práctica posible. Un partido un poco reformista y un bastante conservador, como lo es hoy gran parte de su electorado. De cultura buenista y de estética pop. La ideología se transmuta en "valores", la estrategia en publicidad y la militancia en aspirantes a cargos públicos.

La izquierda política de tradición marxista (pero también cristiana, verde, sindicalista, etcétera) es un partido de activistas, que se dirige a los sectores que combaten los efectos perversos del capitalismo globalizado y que aspira a ampliar su fuerza en la sociedad para influir en las instituciones. De cultura "anticapitalista" y de estética resistencialista.

Es decir, nos encontramos en una dialéctica complicada. En la Europa actual parece inevitable que coexistan estas dos "izquierdas", de fuerza desigual, que se necesitan y se oponen. Sumadas pueden llegar a ser mayoría electoral, pueden incluso aprobar programas conjuntos, que para unos es de mínimos y para los otros es de máximos. Pero si gobiernan sus acuerdos serán precarios. A pesar de que el desacuerdo conlleve entregar el gobierno al adversario principal, como ya hizo precipitadamente Refundación en el pasado lo que permitió el renacimiento de Berlusconi. O dejar que una derecha renovada ocupe el espacio donde confluyen los deseos de cambio, como ha hecho Sarkozy en Francia.

La necesidad les empuja al acuerdo. El "centro izquierda" existe para ganar elecciones y gobernar, sus miembros están destinados a ocupar, directa o indirectamente cargos públicos, les conviene la estabilidad institucional. La izquierda anticapitalista sabe que favorecer el acceso al poder a la derecha es un coste que incluso una parte de su base no le perdonará, y además sabe que su presencia en las instituciones le permite desarrollar una influencia en la sociedad mucho mayor. Pero la naturaleza de ambas no facilita un acuerdo estable. Los gobiernos de centro-izquierda se verán presionados por reivindicaciones sociales que considerarán no asumibles y su práctica de gobierno se confrontará con la ética y la estética de la izquierda radical. Y ésta, sus militantes, sus intelectuales "orgánicos" y los dirigentes que necesitan su apoyo no pueden permitirse el lujo de perder su inserción en los sectores más dinámicos y conflictivos, es su razón de existir. Un dilema que sólo podrá resolverse positivamente si en ambos bloques existen sectores capaces de mediar entre unos y otros, como pueden ser los dirigentes sindicales y los políticos insertos en las instituciones y en los movimientos de base local.

En Italia como en España el fuerte rechazo que generan dirigentes como Berlusconi o los del PP puede facilitar este encuentro y quizás pueda crear un ambiente propicio a un acuerdo sobre temas sensibles, que vayan más allá del consenso pasivo electoral. Es decir, que estimulen consensos activos en la "sociedad política"; es decir, en la opinión pública democrática movilizada, lo cual puede hacer perder el miedo del centro-izquierda moderado a ir demasiado lejos (como ocurre con temas como el matrimonio de las parejas de hecho en Italia o la memoria histórica en España) y a que la otra izquierda, radical, acepte ritmos de cambios realistas, es decir, que no lleven a una debacle electoral.

Jordi Borja es profesor de la Universidad Oberta de Catalunya.

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