El juez frente al 'burka'
Fátima Hssini tenía el pasado miércoles que declarar en el juicio que se celebra en Madrid contra nueve presuntos terroristas acusados de pertenecer a Al Qaeda. Iban a preguntarle por dos hermanos suyos -uno de ellos se inmoló en un atentado suicida en Irak y al otro lo detuvieron cuando procuraba seguir sus pasos-, pero se negó a contestar. El juez Javier Gómez Bermúdez le había pedido que se quitara el burka. Ella contestó que no, que no se lo permitían sus creencias, su religión. La ley civil prevalece en Occidente sobre las leyes religiosas, tuvo que explicarle entonces el juez. Y esas leyes establecen que, en un juicio oral, el tribunal, los letrados y los acusados tienen que verle el rostro al testigo, que para valorar su credibilidad es insuficiente limitarse a escuchar su voz. Para poder saber si miente o dice la verdad no valen sólo las palabras: importa la forma con que se pronuncian y los gestos que las acompañan. Fátima mantuvo su negativa.
La exigencia de desaparecer detrás de un burka, de borrar la propia identidad ocultando lo que a cada individuo le permite ser reconocido como persona, ¿es una obligación marcada por la religión musulmana, es una imposición del Corán? Y si así fuera, ¿tienen que plegarse las leyes de cualquier país a los mandatos de una religión en aras del respeto a la diversidad cultural? El juez Gómez Bermúdez consiguió sortear esos interrogantes: pidió a Fátima Hssini que lo acompañara a un despacho. Y, tras hablar con ella, aceptó descubrirse en una próxima cita si no había público ni televisión.
Se superó el escollo, pero el problema de fondo permanece intacto. La mala conciencia de Occidente, por todas las barbaridades que les hizo a los otros mientras los dominaba y colonizaba, ha producido hoy una extrema sensibilidad por el respeto a los que son diferentes. Pero respetar no quiere decir asentir y dejar de hacer preguntas. Como las que ha hecho durante una rigurosa investigación Marnia Lazreg, una profesora argelina que enseña en Nueva York. Su conclusión: que la obligación que tienen las mujeres musulmanas de cubrirse tiene poco que ver con la modestia religiosa. Y mucho, en cambio, con el machismo de los hombres con los que conviven.
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