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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El laberinto afgano

Sin decisiones claras y urgentes, el curso de la guerra amenaza con romper la unidad aliada

El fallecimiento de un nuevo soldado español en Afganistán certifica la misión en el país centroasiático como la más mortífera de las participadas por el Ejército. EE UU acaba de sufrir el mayor número de bajas en una sola jornada desde hace más de un año. La guerra contra los talibanes, y su secuela terrorista, va a más y a peor, y las potencias occidentales no saben qué hacer en un escenario en el que además sus soldados son crecientemente percibidos como una fuerza de ocupación.

La OTAN va a iniciar una misión inédita en su andadura: entrenar a la policía afgana, además de a sus fuerzas armadas, algo mal visto por los mandos de la Alianza, que temen ver difuminada su identidad de combate. El nuevo papel tiene como objetivo declarado facilitar el progresivo control por los afganos de su territorio. El no declarado es apaciguar las críticas de Estados Unidos, que aporta 65.000 soldados frente a los 35.000 de la coalición.

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En un contexto progresivamente enrarecido, en el que los aliados europeos suspiran por una retirada ordenada, las discrepancias llegan a los asesores de Barack Obama y a sus propios parlamentarios. El presidente, que hace dos meses consideraba Afganistán una "guerra necesaria", medita ahora perplejo qué camino tomar. Una mayoritaria opinión pública cada vez más harta del corrompido Gobierno de Kabul considera ilusoria la pacificación del país -que podría llevar décadas y miles de millones- y ajeno a los afganos el modelo de democracia occidental que supuestamente se quiere trasplantar. Obama ha llamado al orden a su jefe militar sobre el terreno, general McChrystal, que se ha descolgado con una petición de 40.000 soldados más.

La Casa Blanca da vueltas al dossier afgano en un intento de aclarar el alcance, los objetivos y la estrategia de una guerra envenenada que ha cumplido ocho años. Washington y sus aliados deben decidir de una vez si en Afganistán se quiere derrotar a los talibanes y establecer un Estado viable más o menos democrático, lo que implica más tropas, más dinero y más bajas; o si, por el contrario, como sugieren los últimos movimientos de la OTAN y parecen tener claro los ciudadanos de los países que aportan sus soldados, se trata de acelerar la puesta a punto de las fuerzas afganas para que Kabul haga lo que pueda. A Obama, como jefe de filas de la coalición occidental, le ha llegado la hora de la verdad.

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