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La libertad de prensa, entre rejas

La prensa no gusta. Y los periodistas, menos. En China, Irán, Eritrea, Cuba, Venezuela y un largo etcétera de países con regímenes totalitarios o autoritarios. Ni tampoco en democracias supuestamente consolidadas. Léase Rusia, Israel, México, Colombia, Venezuela, por citar unas cuantas. Ni aún en el espacio de la Unión Europea, por mucho que sus instituciones alardeen de ser modélicas en el respeto a las libertades. No en todas pero sí en demasiadas naciones comunitarias tampoco gusta la prensa.

El mundo moderno padece la desbordada gangrena de crímenes contra los derechos humanos, de abusos de poder, de corrupción. Es una metástasis de creciente gravedad sobre la cual abunda un deseo perverso de encubrirla, de silenciarla. Poderes políticos, económicos, criminalidad organizada, ideologías nacionalistas y fundamentalismos religiosos coinciden en este propósito de que no salga a la luz esta ominosa realidad. Y de ahí la variedad de medios con los cuales se intenta silenciar a la prensa y los periodistas sin detenerse ante los más aberrantes. Precisamente porque la prensa suele ser un reducto en defensa de la verdad, sin la cual la condición libre del hombre no es posible.

"Esto me pasó por escribir lo que no se debe", decía un mensaje junto al cadáver de Antuna
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Es así en el caso de conflictos armados, de terrorismo donde la violencia afecta a la capacidad de información, generalmente por la acción de las diversas partes en litigio. Y, por su misma naturaleza, bajo los regímenes autoritarios y despóticos, desgraciadamente tan presentes en nuestra época. Pero la corrupción y la delincuencia organizada se extienden como un submundo depredador y extremadamente dañino para la paz y la convivencia también en las sociedades más avanzadas y dotadas aparentemente de acreditación democrática. Y al ocurrir así, ni en el marco del Estado de derecho la prensa y sus profesionales se ven verdaderamente libres de una multiplicidad de coacciones, presiones, resortes contra el libre e independiente ejercicio de su misión.

Hoy vivimos una de las mayores contradicciones del mundo actual. Cuando de más y mejor dotados medios se dispone para la eficacia, abundancia, inmediatez y universalidad de la comunicación, más dañinos, brutales o refinados métodos se aplican para evitar que la información periodística pueda cumplir su tarea de transmitir sin trabas la veracidad de los hechos. Censura más o menos solapada, presiones de todo orden, encarcelamientos, torturas, agresiones, frecuentemente mortales, se producen casi diariamente contra los medios y profesionales de la información en la amplia y diversa panoplia de Estados. Se hace cada vez más visible una especie de conjura generalizada contra la libertad de prensa.

No se trata de especulaciones, de indicios más o menos compro

-bados. Los hechos están ahí, vivos, concretos. Y exigen encender las luces de alarma sobre algo que nos afecta a todos, sea cual sea nuestra ciudadanía. Por esto es absolutamente necesario dar nombres, descender a lo concreto.

El 3 de noviembre, el periodista José Antuna fue estrangulado en Durango (México) por denunciar nexos de la policía con el crimen organizado. El mensaje que los esbirros dejaron sobre su cadáver no precisa comentarios: "Esto me pasó por escribir lo que no se debe. Cuiden bien sus textos". Es un malvado aviso que valdría para todas las víctimas de la honradez informativa. Escribir sobre lo que no se debe es la maléfica tergiversación de la frase profesional y moralmente correcta: escribir sobre lo que se debe. ¿Cabe ser más directo, más explícito en la búsqueda de la imposición del terror para silenciar a los medios de comunicación, a los periodistas?

El cumplimiento de la amenaza hay que extenderla desgraciadamente con otros muchos ejemplos limitados al año en curso. Christian Poveda, alevosamente asesinado en El Salvador; Emilio Morenati, que perdió su pierna hace escasos meses en Afganistán. Presentes están en la memoria los 24 periodistas salvajemente asesinados, a finales del mes pasado, en Filipinas junto a otras 30 personas en un extraño episodio de secuestro por parte de un clan familiar en lucha por el poder en Mindanao. Fue "la mayor pérdida de periodistas de la historia en un solo día", sentenció Reporteros sin Fronteras.

Hay otras formas aparentemente más soportables de silenciar a los periodistas pero no menos criminales: condenarlos a largas penas de cárcel, en ocasiones incluso con el castigo añadido de la incomunicación. Muchas veces sin garantías procesales como en Irán, en donde, a raíz de las denuncias del fraude electoral del 12 de junio, el régimen de los ayatolás emprendió una durísima campaña contra periodistas y bloggers locales. Por ello, la antigua Persia comparte con China el deplorable título de mayor cárcel del mundo para los profesionales de la comunicación. Cuba, en un segundo lugar con 24 periodistas en prisión, condenados a penas de entre 14 y 22 años, desde aquella Primavera negra de 2003. Birmania, Turkmenistán, Corea del Norte, Eritrea les siguen en este penoso escalafón.

Más cerca, en Marruecos, desde hace semanas hay redacciones cerradas y periodistas encarcelados u obligados a pagar multas de miles de euros. También el Gobierno argelino persigue y acosa a la prensa con detenciones arbitrarias y sanciones económicas imposibles de pagar. Por no hablar de Túnez, que ejerce una censura férrea sobre cualquier publicación u emisión tanto local como extranjera. El presidente Ben Ali ha convertido este país magrebí en un verdadero "agujero negro" de la libertad de expresión, entre otras libertades.

Por otra parte, a medida que los medios de comunicación evolucionan hacia el periodismo on line se ha ido incrementando el número de "ciberdisidentes" encarcelados hasta superar en número al de los periodistas tradicionales. Ocurre en muchos países. China es un claro ejemplo de esta forma de represión. De los 88 periodistas encarcelados, 58 son periodistas o bloggers digitales. El conocido activista por los derechos humanos Hu Hia cumple condena de tres años y medio por "incitar a la subversión" en sus artículos on line.

En este ámbito, Reporteros sin Fronteras ha declarado a 12 países "enemigos de Internet". Son por orden de mayor a menor represión: Arabia Saudí, Birmania, China, Corea del Norte, Cuba, Egipto, Irán, Uzbekistán, Siria, Túnez, Turkmenistán y Vietnam. Todos ellos han transformado la Red en una vigilada "intranet" para impedir que sus internautas puedan acceder a informaciones juzgadas "indeseables". Y quien no se doblega termina entre rejas.

El lenguaje de los hechos no permite llamarse a engaño sobre la amplitud y la persistencia con que un lamentable número de poderes, ya sean políticos, militares, financieros, religiosos, etcétera, se saben incompatibles con la prueba de la libertad y veracidad de informar. Las relaciones entre el poder y los medios de comunicación son siempre difíciles. Sólo esta circunstancia explica el desorbitado número de periodistas que en estos momentos se hallan entre rejas: 178, contabilizados por Reporteros sin Fronteras.

De vez en cuando se alzan voces autorizadas pidiendo respeto a los derechos humanos, a las libertades. Lo hizo el presidente Obama durante un coloquio celebrado en Shanghai al pronunciarse a favor de la libertad de expresión y del respeto a los derechos humanos. También el presidente del Parlamento Europeo, Jerzy Buzek, en Madrid, el pasado 13 de noviembre, se expresó en parecidos términos al decir "que no se pueden mantener relaciones plenas con cualquier país que no respete los derechos fundamentales". "Es el caso de Cuba -dijo-, aunque siempre se debe apoyar a la sociedad civil". También, muy recientemente, Human Right Watch ha insistido en Cuba.

Loables son estas palabras de tan reconocidas personalidades y sería de desear que obtuvieran un eco de alcance igual a su intrínseco valor. Para que así ocurriera se creó y dedica su esfuerzo Reporteros sin Fronteras.

María Dolores Masana es presidenta de Reporteros sin Fronteras (España).

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