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Tribuna
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El mérito para el que se lo gana

DEFENSORA DEL LECTOR. Más de 200 fotógrafos piden que el diario firme con el nombre del autor las fotos de agencia. Un profesor descubre plagio en un artículo sobre consumo sostenible

Milagros Pérez Oliva

Entre los asuntos que los lectores me han planteado en los últimos días hay dos que tienen un punto en común: la falta de respeto por el trabajo ajeno. Y uno de ellos plantea además una derivada que considero importante: cómo y a quién concede este diario autoridad. El primer asunto está muy claro. Más de 200 fotógrafos me han escrito para reclamar que EL PAÍS ponga el nombre del autor en las fotografías de agencia. En este momento se firman únicamente con el nombre de la agencia. Del mismo modo que EL PAÍS respeta la autoría de sus fotógrafos o de los colaboradores que contrata, argumentan, debe respetar el trabajo de los que trabajan para una agencia. Muchos de estos fotógrafos son colaboradores que cobran por pieza, y la ausencia de firma no solo les resta oportunidades de reconocimiento profesional, sino que dificulta el control de sus derechos de autor. No quieren dramatizar, dicen, pero "al no firmar con el nombre del fotógrafo se ignora la existencia de estos profesionales que en muchos casos se juegan su vida para informarnos con sus imágenes de lo que ocurre en los lugares más peligrosos del planeta".

Divulgar exige algo más que pegar y cortar: exige respetar las fuentes

Tienen toda la razón. El diario incumple en este caso claramente el Libro de estilo, que obliga a firmar con el nombre del autor, seguido de la agencia entre paréntesis. Tanto Marisa Flórez, editora gráfica de EL PAÍS, como Ricardo Gutiérrez, redactor jefe de Fotografía, habían planteado ya esta cuestión en varias ocasiones.

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Después de trasladar la queja de los fotógrafos a la Dirección, me complace anunciarles que a partir del lunes las fotografías de agencia se firmarán también con el nombre del autor.

El siguiente caso está relacionado con un artículo publicado el 20 de febrero en el suplemento Negocios a página entera y en un formato reservado a las grandes aportaciones. En ese artículo, Borja Vilaseca defiende que el actual modelo de consumo es insostenible y argumenta las razones, siguiendo las cinco fases de la economía de los materiales: extracción, producción, distribución, consumo y eliminación. En el texto no aparece ni una sola cita, de modo que cualquier lector puede pensar, con lógica, que lo allí expuesto es una formulación original del autor.

Pero el autor no es una autoridad en la materia. Carlos Ballesteros, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas y coordinador del grupo de investigación El Consumidor y su Entorno, escribe: "Ayer me topé con un artículo titulado Consumo insostenible que obviamente decidí leer con mucha atención. Estaba firmado por Borja Vilaseca, del que no venía filiación alguna ni su conexión con el mundo de consumo responsable".

"Mi sorpresa fue", prosigue, "que al leer el artículo me encontré con una transcripción resumen, en algunos casos con expresiones idénticas, del vídeo de Annie Leonard La historia de las cosas, uno de los mejores audiovisuales que yo he visto explicando este tema". El lector tenía razón. Esta defensora se quedó estupefacta al comprobar no solo que el texto sigue fielmente el esquema del vídeo, sino que, como dice Carlos Ballesteros, "hay expresiones que son literalmente una transcripción de la traducción española que hay en YouTube".

Borja Vilaseca admite que el profesor Ballesteros tiene razón y lo hace en estos términos: "Aunque intento poner en práctica lo que predico en cada artículo que escribo, no soy ningún experto en la materia. Inspirado por el fenomenal documental La historia de las cosas, creado y narrado por la experta en desarrollo sostenible Annie Leonard, decidí leer su libro con la finalidad de democratizar dicha información mediante un artículo al alcance de cualquier lector. Tal como señala acertadamente el señor Ballesteros, el artículo no indica las fuentes de donde procede la información. Por eso, propongo que se publique que las fuentes son, además del documental de Annie Leonard y el libro de la misma autora, el documental Surplus, de Erik Gandini; el documental La hora 11, de Leila y Nadia Conners; el documental Comprar, usar, comprar, de Cosima Dannoritzer, así como el libro Dinero y conciencia, de Joan Antoni Melé. Reconozco haber cometido el error de no mencionar las fuentes que cito ahora. Si alguien se merece algún tipo de reconocimiento, sin duda alguna son todos estos expertos. Yo solo soy un simple divulgador al servicio de los lectores más ávidos de conocimiento".

Agradezco el esfuerzo del autor de extender la cita a todas las obras que han podido "inspirar" su artículo, pero en este caso, creo que lo apropiado es simplemente admitir que más del 80% de su contenido es una copia resumida pero literal del documental de Annie Leonard. En el restante 20% no caben tantas y tan densas obras. En la conversación que mantuve con él, Borja Vilaseca defendió que "el conocimiento no es propiedad de nadie" y añadió que su propósito en estos artículos no es otro que "democratizar la sabiduría".

En el trasfondo de este caso se plantean dos cuestiones relevantes: qué entendemos por divulgación y a quién concede el diario autoridad, en el sentido de auctoritas. "EL PAÍS debería tener más cuidado", escribe el profesor Ballesteros, "al publicar cosas que quizás para el público en general puedan resultar interesantes, y hacer pasar al autor como una autoridad en la materia, pero que para los iniciados, que esperábamos poder profundizar y aprender con la lectura del artículo, no solo no nos aporta nada, sino que nos sonroja. Entiendo que quien se sumerge en Negocios, lo hace llevado por las ganas de profundizar en determinados temas. Le agradecería que comprobara si lo que digo es cierto y, en su caso, dieran una respuesta contundente a esta embarazosa situación".

Atendiendo a su petición, aclararé que Borja Vilaseca es periodista. Comenzó a colaborar con el diario después de realizar el máster de la Escuela de Periodismo EL PAÍS-UAM y en los últimos años se ha especializado en temas de autoayuda y superación personal, sobre los que acaba de crear una consultora. Publica temas de psicología y autoayuda en El País Semanal y hace un tiempo propuso al redactor jefe de Economía, Miguel Jiménez, colaborar también en Negocios con artículos sobre gestión, liderazgo y desarrollo personal. "Nos propuso escribir una serie de artículos que encajaban más en el formato de opinión que en el de reportaje", explica Miguel Jiménez. "Borja ha publicado dos libros sobre la materia y es codirector de un máster de la Universidad de Barcelona, con lo que consideré que estaba capacitado para escribir columnas de opinión. Dicho eso, creo que cuando se utilizan los análisis y opiniones de otros para exponer la propia deben citarse las fuentes, sin ninguna duda".

Es difícil encajar el polémico texto en el género de opinión. El propio autor lo considera de divulgación. Pero divulgar no exige menos rigor. En esta sociedad en la que, gracias a la Red, es tan fácil copiar, divulgar con rigor exige algo más que cortar y pegar: exige respetar las fuentes. En la sociedad y en periodismo, necesitamos tener referentes, maestros a los que respetar. Lo dijo el jueves Juan Luis Cebrián en la conferencia de apertura del curso del máster de Periodismo EL PAÍS-UAM: "Un mundo sin maestros es un mundo de impostores".

No es, pues, una cuestión menor a quién concede autoridad un diario de referencia. La autoridad se confiere de dos formas: eligiendo a las personas que pueden hablar con propiedad de un tema y presentando sus aportaciones con un formato que denote esa autoridad. El artículo de Vilaseca aparecía con el mismo formato con que unas páginas antes habían sido presentados los artículos del premio Nobel Paul Krugman o el profesor de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs.

Si el diario concede autoridad a quien no la tiene y formalmente lo presenta como si la tuviera, quien pierde autoridad es el propio diario.

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