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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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El miedo de Israel a desaparecer del mapa

Israel es hoy un país insoportablemente turbio. Se respira una atmósfera emponzoñada, y esto no es algo que empezara ni con Ehud Olmert ni con la última guerra. El país necesita un proceso de curación

David Grossman

Hay un rumor que dice que, tras leerse el informe definitivo de la comisión Winograd, el primer ministro israelí llamó a Amir Peretz y le dijo: "Hemos salido de ésta". Pero es un rumor que yo no me creo, pues aunque Ehud Olmert sintiera cierto alivio en ese momento, él sabía muy bien que no "había salido de ésta" y que esa guerra de Líbano le perseguiría siempre. Y no sólo él: todos los heridos en esa guerra, por supuesto, tampoco "han salido de ésta", ni tampoco muchos ciudadanos israelíes que se pasaron semanas enteras en refugios ni aquellos que ni siquiera tenían refugios donde cobijarse, ni tampoco los que a través de la televisión se percataron de la incapacidad del Estado y del Ejército para defenderlos.

En la última guerra, Israel era un gigante ciego dando golpes por todos los lados
Carecemos de compasión. No nos compadecemos ni de nosotros mismos
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No, no hemos salido de ésta porque todavía no nos hemos enfrentado a ello de verdad. Aún no nos hemos atrevido a asumir las profundas y terribles consecuencias de esa guerra. Es cierto que nuestro miedo por desaparecer del mapa nos ha acompañado casi constantemente; ha sido como una nube siempre flotando encima de nosotros, pero quizás precisamente por eso, por ser algo tan amenazante, hemos sido incapaces de enfrentarnos a él de verdad, de forma concreta y sensata, y por eso tampoco se han dado los pasos necesarios para superar ese miedo, y no me refiero sólo a medios militares (con los que también hemos fallado), sino a un cambio profundo y amplio en la conciencia de quien está obligado a evitar de verdad un peligro existencial para Israel.

La última guerra dejó muy claro que cada vez se debilitaba más y más aquello que impulsó y guió a Israel en sus inicios: el coraje, la fe en sí mismo, en sus objetivos y en sus valores, el deseo de crear en esta tierra un lugar que fuera algo más que un refugio para los judíos, un lugar que lograse que se pudiera vivir la especificidad judía en el marco de un Estado moderno. Ahora, 60 años después de su creación, Israel debe reformularse a sí mismo para encender de nuevo la mecha de su ímpetu. Sin un proceso de creación renovadora le será difícil seguir adelante. Ha de enfrentarse a demasiados obstáculos, tanto de dentro como de fuera, y puede llegar el momento en que ya no tenga fuerzas para vencerlos.

Los países que han conseguido vivir con cierta tranquilidad, países que no ven amenazada su propia existencia, puede que no necesiten proteger constantemente el vínculo con la tierra y alimentarlo en cada generación. Pero Israel no puede permitírselo y debe luchar sin cesar no sólo por mantener cierto poder militar, sino por volver a ser un lugar con significado, algo más que un refugio o una fortaleza; ha de convertirse de nuevo en un hogar en el que sus habitantes sientan que ése es su sitio, y no porque no tengan adónde ir, sino porque ese lugar tiene para ellos un significado del que carece cualquier otro lugar del mundo.

Hoy en día, Israel es un país insoportablemente turbio. Se respira una atmósfera empañada, y esto no es algo que empezara ni con Ehud Olmert ni con la última guerra, si bien Olmert con su conducta ha contribuido bastante a ello. A veces parece que hemos perdido el instinto natural de supervivencia que posee todo pueblo, eso que marca el orden de prioridades adecuado y que sirve para resolver los conflictos internos con el fin de evitar perderlo todo.

Actualmente, tenemos la ocasión de ver cómo está actuando en este país un gen destructor, bien conocido por nosotros, capaz de llevarnos a una guerra fratricida. Es como si tras más de 100 años de incesantes luchas políticas, de guerras y de infinitas operaciones militares de castigo, la sospecha y la hostilidad con que nos hemos acostumbrado a mirar a nuestros enemigos se hubieran convertido en nuestra forma casi automática de pensar y comportarse con el resto, con todo aquel diferente de nosotros, aunque, por así decirlo, sea "uno de los nuestros".

Carecemos de compasión. No nos compadecemos de nosotros mismos y mucho menos de los demás. No existe el compromiso recíproco que precisa la frágil situación en que nos hallamos. Y en ocasiones parece que no respetamos como se debe el derecho que nos han brindado de tener un Estado judío soberano tras 2.000 años sin poder tenerlo.

Por tanto, la pregunta que hemos de hacernos no es si Olmert puede seguir en su cargo ahora que la comisión Winograd le ha otorgado cierta escapatoria, sino si él es la persona apropiada para impulsar el proceso de nuestra curación; si considerando su forma de manejarse, los mensajes que su Gobierno transmite a la sociedad, la desconfianza hacia él de la mayoría de los ciudadanos, su conocida precipitación a la hora de actuar y, por último, las sombras que caen sobre él tanto antes como después de la última guerra de Líbano, se puede concluir que él es el líder adecuado para enderezar nuestro rumbo después de tantos años a la deriva.

Si la respuesta fuese afirmativa, habría que dejar que continuase gobernándonos y morderse los labios pensando, además, que como la segunda parte del informe Winograd no le culpa directamente a él y ahora nos acechan unos peligros inmediatos, lo mejor es seguir bajo el gobierno de Olmert.

Pero la sociedad israelí no podrá empezar a recuperarse mientras Olmert siga en el poder. La sensación de angustia e incluso de haber colaborado en el desastre está presente en la conciencia social e individual. Ningún abogado logrará mitigar la sensación de que un país entero se ha rendido, por apatía o por puro pragmatismo, a la determinación de Olmert de continuar en el poder en contra de los más elementales principios éticos. Estas sensaciones no nos abandonarán mientras él siga en su cargo y tendrán, además, una influencia demoledora en aquellos que aparentemente no se vieron afectados por la guerra y, en definitiva, impedirán que Israel pueda realmente "salir de ésta".

¿Qué hacer entonces? Ninguno de los candidatos a sustituirle sería capaz él solo de iniciar el proceso de curación que tanto necesita Israel, y alguno de ellos lo que haría es empeorar la situación. Sin embargo, conviene hacer la siguiente reflexión: existen en el país sectores importantes con conciencia de responsabilidad y con una idea clara acerca de lo que le conviene a Israel. Y si bien están divididos políticamente hablando, sí saben muy bien lo que no quieren ver en este país y qué lo puede llevar a la ruina.

Estos sectores podrían agruparse en algo llamado así como "movilización de emergencia nacional"; sería un grupo apolítico que podría aglutinar a las muchísimas personas que ya están hartas de lo que está ocurriendo aquí, que aún recuerdan a qué se puede aspirar en este país y que son capaces de ignorar las diferencias partidistas ante el peligro global que nos amenaza. Esas personas serían las que tendrían que alcanzar unos principios de base consensuados en temas como la seguridad, el conflicto con los palestinos y las relaciones entre los distintos sectores de la población. Y para ello tendrían que moderar muchas de sus posturas y hacer dolorosas concesiones con el fin de llegar a acuerdos. Podrían constituir una especie de "Gobierno en la sombra" que tratase los problemas esenciales, libre de imposiciones políticas, y que les presentase al Gobierno y a la sociedad una política alternativa, una forma diferente de actuar.

¿Peco de ingenuo? Puede ser. Pero un poco de ingenuidad no vendrá mal en el ambiente en que nos encontramos, un ambiente de un cinismo destructivo que nos impide creer en la posibilidad de cambiar nada. Sería necesario formular otras ideas más osadas y creativas que ésta, pero no podemos seguir así. Cuesta asumir que Israel no haga nada por salir del proceso destructivo en que está. Por tanto, el hecho de intentar erigir un movimiento así en medio del vacío actual, dispuesto a luchar por algo y declarando que uno ya está harto de ser la víctima de unos líderes tan mediocres, puede servir para despertar tal vez las fuerzas positivas y revitalizadoras ocultas en la sociedad israelí. Quizás surja de este modo un movimiento social tal que nuestros gobernantes se vean obligados a escuchar.

Hasta que eso ocurra, no habremos salido de ésta.

David Grossman es escritor israelí. Traducción de Sonia de Pedro.

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