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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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La mitad del cielo

Soledad Gallego-Díaz

El libro de mayor éxito en Estados Unidos en estos momentos, la página de entrada en Amazon.com, es un extraordinario trabajo periodístico que se llama La mitad del cielo: cómo cambiar opresión en oportunidad para las mujeres de todo el mundo. Las mujeres sostienen la mitad del cielo, dice el refrán chino que da origen al título. Pero esas mujeres, considerando el mundo en su conjunto, son apaleadas, violadas, dejadas morir e ignoradas sin que nadie parezca dar suficiente importancia a esa situación. El periodista norteamericano Nicholas Kristof y su mujer, la periodista chino-americana Sheryl WuDum, han escrito un formidable alegato para ayudar a que se comprenda que la lucha por los derechos de las mujeres en el mundo en desarrollo es una batalla parecida a la que se libró en su día contra el totalitarismo o contra la esclavitud. "Creo que éste es uno de los libros más importantes que he leído en mi vida", escribe, asombrada, Carolyn See, crítica de The Washington Post. "Este libro pretende cambiar una dinámica y un paradigma", asegura la prestigiosa The New York Review of Books.

¿Cómo es posible que no sea noticia que 100.000 niñas sean secuestradas cada año en China para instalarlas en burdeles?

"Las mujeres sostienen la mitad del cielo", cantaba Ruby Turner, una vocalista británico-jamaicana de R&B en los años ochenta. Pero según descubrió el premio Nobel Amartya Sen, en un trabajo publicado diez años después, cien millones de mujeres han desaparecido. Es decir, según las estadísticas, han nacido y deberían estar vivas, pero no lo están, porque han muerto antes de tiempo,

¿Por qué está teniendo hoy La mitad del cielo un impacto tan formidable? Quizá porque está maravillosamente escrito (Kristof y WuDum son premios Pulitzer), pero, sobre todo, porque es un gran trabajo de investigación y recopilación de datos ofrecido de manera inteligible y llena de fuerza. Es un libro hecho con el mejor periodismo del mundo, el de dos profesionales que miraron a su alrededor y se asombraron de lo que veían. Kristof y WuDum estaban en China cuando ocurrió la masacre de Tiananmen y escribieron páginas y páginas sobre aquella violación de los derechos humanos. Después, cuentan ellos mismos, toparon con un oscuro y meticuloso estudio demográfico en el que se establecía que cada año mueren en China 39.000 niñas porque sus padres no les dan la misma atención médica que a los varones. "Empezamos a preguntarnos si nuestras prioridades periodísticas estaban bien orientadas".

¿Está bien orientada la lucha por los derechos humanos en el mundo? ¿Está bien orientada la lucha de los movimientos feministas? La discriminación de género, para muchas personas, mujeres incluidas, en el primer mundo trata de desigualdad en los sueldos y del techo de cristal, dos asuntos importantes, como lo son todas las injusticias.

Pero la discriminación de género, si se analiza a otro nivel, es un escándalo monstruoso que se lleva por delante la vida de millones de mujeres. La prioridad es afrontar la mayor catástrofe humanitaria que está sucediendo delante de nuestros ojos, sin que hagamos absolutamente nada para impedirlo. Sue Halpern se asombra en la NY Review of Books de que la violación no haya sido considerada como crimen de guerra hasta hace sólo un año, y eso después de enormes esfuerzos en Naciones Unidas. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que no sea noticia que 100.000 niñas sean secuestradas cada año en China para instalarlas en burdeles y traficar con ellas por medio mundo? ¿Que centenares de miles de mujeres sufran la fístula obstétrica sin que su erradicación sea una prioridad de la OMS?

El libro de Nicholas Kristof y Sheryl WuDum está lleno de fuerza porque buscan a esas niñas y a esas mujeres y las hacen hablar. Y está también lleno de indignación y de esperanza porque mantienen que es posible luchar contra esa situación, como lo fue luchar contra la esclavitud. Seguramente no fue fácil, pero en un momento dado se consideró una tarea prioritaria sobre todas las demás. ¿No ha llegado aún la hora para esos cien millones de mujeres?

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