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Las mujeres, el segundo sexo en la UE

Han transcurrido 60 años desde la publicación de El segundo sexo, de Simone de Beauvoir. Una obra pionera en la que analizaba la condición de inferioridad de la mujer a lo largo de la historia, donde señalaba que las tradiciones y los prejuicios relegan a la mujer a un estatus de segunda clase. "No se nace mujer, se llega a serlo", afirmaba la escritora. Por desgracia, la tesis de esta autora conserva su vigencia si analizamos la situación de la mujer en la Unión Europea.

Las opciones vitales de las mujeres europeas son más limitadas que las de los hombres. A una edad muy temprana se consolidan unos rígidos estereotipos de género que condicionan la trayectoria educativa y profesional: muy pocas mujeres consiguen acceder a los principales órganos de decisión. Ha llegado el momento de unir nuestras fuerzas para liberar a la mujer del estatus de segundo sexo.

Entre el 20% y el 25% de las mujeres en Europa han sufrido violencia física en su vida adulta
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La igualdad de género ha avanzado en los últimos decenios. Las reformas graduales y la labor persistente de quienes defienden los derechos de la mujer están dando sus frutos. Hombres y mujeres van adquiriendo una representación cada vez más paritaria en los Parlamentos; las mujeres obtienen mejores resultados en las licenciaturas universitarias y la discriminación flagrante es relativamente poco común. ¿No deberíamos sentirnos satisfechos?

En absoluto. En primer lugar, la igualdad de género es deseable desde el punto de vista económico. La UE precisa una política económica a largo plazo que permita a la mujer participar en el mercado laboral en condiciones de igualdad. Según el último informe publicado por la Comisión sobre igualdad de género, sólo el 58% de las mujeres tiene trabajo actualmente en la UE, frente a un 72% de los hombres; además, casi un tercio de las ocupadas trabaja a tiempo parcial, frente a un porcentaje inferior al 8% en los hombres. Europa está atravesando una crisis financiera sin precedentes: ¿lograrán de una vez por todas los líderes de la UE -que siguen formando en buena medida un club masculino- valorar en su justa medida el potencial aún no aprovechado de las mujeres?

En segundo lugar, confiamos en que cuestiones difíciles y éticas, como la relativa al aborto, puedan debatirse sin demonizar al adversario. Nuestro apoyo al derecho de la mujer a decidir coexiste con una comprensión sincera de las implicaciones personales de tal decisión. Somos conscientes de la necesidad de evitar embarazos no deseados y de apoyar a los progenitores jóvenes.

Resulta escandaloso que en algunos países de Europa se niegue el aborto a las víctimas de violación, que se ven obligadas a procurárselo de forma ilegal y con riesgo para su vida. Nos complace que nuestros respectivos países hayan facilitado a la mujer la opción de abortar. Suecia, un país de amplia tradición laica, legalizó hace años el aborto, y el Gobierno de España acaba de aprobar el anteproyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo, que, en línea con otros países europeos, combina un sistema de plazos con unas indicaciones que ofrecen garantías jurídicas a las mujeres, protección a los profesionales sanitarios y medidas en el terreno de la asistencia social, salud y educación, con objeto de impedir embarazos no deseados.

En tercer lugar, la violencia física y sexual continúa suponiendo una vulneración generalizada de los derechos fundamentales de las mujeres en toda Europa. Según un informe del Consejo de la UE, se calcula que entre el 20% y el 25% de las mujeres en Europa han sufrido actos de violencia física al menos una vez en su vida adulta, y más del 10% han sido víctima de violencia sexual. Los Estados europeos pueden aprender mucho de las diversas estrategias adoptadas por unos y otros para combatir la violencia contra las mujeres, basadas en medidas legislativas, preventivas y de protección. Más aún, los políticos tienen que hacer frente a la violencia que afecta normalmente a las jóvenes víctimas de agresiones o amenazas por parte de sus hermanos o padres para proteger el honor familiar. ¿Cabe aceptar que haya niñas en Europa que vivan bajo la amenaza de los matrimonios forzosos o la mutilación genital?

La UE aspira a ser un modelo de democracia. Pero una democracia moderna no puede existir sin igualdad de género en las instancias que toman las decisiones. Por consiguiente, la representación paritaria de ambos sexos deberá ser la norma cuando se constituya la nueva Comisión.

Es razonable que un ámbito como el de la igualdad de género se inscriba entre las competencias nacionales, más que de la UE, ya que exige abordar cuestiones de política social y laboral. Los Estados miembros deben ser libres de configurar sus políticas nacionales. Y aunque España y Suecia se encuentren en extremos opuestos de Europa, y nuestros Gobiernos pertenezcan a ideologías políticas distintas, hemos alcanzado una misma conclusión: los derechos de la mujer son universales y la igualdad de trato constituye un valor esencial de la cooperación europea. Por consiguiente, nos hemos unido en la lucha en pro de una Europa más igualitaria y democrática y confiamos en recibir el apoyo absoluto de nuestros compañeros europeos. Juntos podemos cambiar el futuro tanto de los hombres como de las mujeres de Europa.

Además de Nyamko Sabuni, ministra de Igualdad de Género (Suecia), firma este artículo Bibiana Aído, ministra de Igualdad (España).

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