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Un mundo, dos civilizaciones

En las sociedades históricas todo ha sido decidido en el pasado. Sus energías, sentimientos y pasiones están orientados al pasado, dedicados a la discusión de la historia, al significado de la historia. Viven en el reino de la leyenda y de los linajes fundadores. Son incapaces de hablar del futuro, porque el futuro no despierta en ellos la misma pasión que su historia. Es gente histórica, que nace y vive en la historia de las grandes luchas, divisiones y conflictos. Son como un viejo ex combatiente de guerra, que sólo quiere hablar de la gran experiencia que le proporcionó tan hondas emociones que nunca pudo olvidarlas. Las sociedades históricas viven con este peso que nubla sus mentes y su imaginación. Están obligadas a vivir profundamente en la historia; así se identifican. Si la pierden, pierden su identidad. Entonces no sólo serán anónimos, habrán dejado de existir. Olvidar la historia sería olvidarse de sí mismos, una imposibilidad biológica y psicológica. Es una cuestión de supervivencia.

Pero para crear nuevos valores, una sociedad tiene que tener una mente limpia que le permita concentrarse en algo orientado al futuro. Ésta es la tragedia en la que están atrapadas las sociedades históricas. Estados Unidos es, en cambio, una nación afortunada. No tiene problemas con la historia. Su mentalidad está abierta al futuro. Al ser una sociedad joven puede ser creativa sin que el peso de la historia tire de ella, sujetándola por la pierna, atando sus manos. El peligro para EE UU -y para el resto del mundo- es que su desarrollo sea tan dinámico y creativo que llegue a convertirse en un mundo completamente distinto en este mismo planeta. EE UU produce a diario elementos de una civilización totalmente nueva que se aleja cada vez más de la del resto del mundo. La diferencia no está sólo en la riqueza y la tecnología, sino en la mentalidad. La posición y el poder del dinámico EE UU y la parálisis de las sociedades históricas es el gran problema para el futuro de la humanidad. A diferencia de lo que creíamos hace 20 años, el mundo no converge, sino que se separa como las galaxias.

Cuando fui por primera vez a África, hace 30 años, encontré algo de agricultura, infraestructura y medicina modernas. Había un cierto paralelo con la Europa que había sido destruida por la guerra. Hoy, hasta lo que el colonialismo dejó en África se ha deteriorado. No se ha construido nada nuevo. Y mientras tanto, EE UU está entrando en el ciberespacio.

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Tras la II Guerra Mundial, hubo un gran despertar de las conciencias en el Tercer Mundo. La guerra demostró, especialmente para África y Asia, que los países amos, como Francia o Gran Bretaña, podían ser vencidos. Además, los centros de poder del mundo se desplazaron de los imperios alemán, japonés, francés y británico a EE UU y la URSS, países sin tradición de potencia colonial. Estos acontecimientos convencieron a los jóvenes nacionalistas del Tercer Mundo de que podían alcanzar la independencia.

La lucha por la independencia tuvo tres etapas. Primero llegaron los movimientos de liberación nacional, especialmente en los países asiáticos más grandes. La India obtuvo la independencia en 1947 y China en 1949. Este periodo concluyó con la Conferencia de Bandung en 1955, donde nació la primera filosofía política del Tercer Mundo: el no alineamiento. La promovieron las grandes y pintorescas figuras de los cincuenta: Nehru en la India, Nasser en Egipto y Sukarno en Indonesia. La segunda etapa, en la década de los sesenta, se caracterizó por un gran optimismo: la descolonización se extendió con rapidez junto a la filosofía de la no alineación como guía. En 1964, 14 países africanos consiguieron la independencia. En la tercera etapa, que comenzó en los años setenta, el gran optimismo que había acompañado al nacimiento de las naciones empezó a esfumarse. Se comprobó que pensar que independencia nacional significaría automáticamente independencia económica y cultural era utópico e irreal.

La cuarta etapa se abrió con la revolución iraní de 1979, que surgió como una reacción a las optimistas iniciativas de desarrollo. El carácter tecnocrático de los valores modernos y los planes industriales del periodo optimista pasaron por alto la dimensión crucial de las sociedades históricas: los valores éticos y religiosos de la tradición. Las sociedades histórico-tradicionales rechazaron esta nueva forma de vida porque sentían que amenazaban a la parte más elemental de su identidad.

La rápida importación de tecnología en Irán, por ejemplo, era también percibida por los iraníes como una humillación para un pueblo con una cultura tan antigua. Como no eran capaces de aprender la tecnología, se sentían avergonzados. Esa humillación provocó una reacción muy fuerte. Los iraníes casi destruyeron las fábricas de azúcar construidas por especialistas europeos debido a la enorme ira que sentían. Consideraban que, como extranjera, esa tecnología había sido incorporada para dominarles. El cambio fue tan rápido que no fueron capaces de aceptarlo. Las grandes masas iraníes que siguieron al ayatolá Jomeini pensaban que los grandes planes económicos del sha y sus consejeros occidentalizados no servían para conducirlos al paraíso. En consecuencia, se acentuaron aún más los valores antiguos. La gente se defendía escondiéndose en los viejos valores. Las viejas tradiciones y la antigua religión eran el único cobijo a su alcance.

Los movimientos emocionales y religiosos que contemplamos hoy día en todo el mundo islámico son sólo el comienzo. La revolución iraní abrió un nuevo periodo en los países del Tercer Mundo: el periodo de la descolonización cultural. Pero esta contrarrevolución no puede triunfar. No es creativa, sino defensiva. Sigue estando definida por aquello que niega. Conduce a la parálisis. Mientras tanto, EE UU sigue avanzando, en comparación, a la velocidad de la luz. Nada cambiará a no ser que las sociedades históricas aprendan a crear, a hacer una revolución de la mente, de la actitud, de la organización. Si no destruyen la historia, ésta les destruirá a ellos.

Ryszard Kapuscinski es periodista y escritor polaco. © New Perspectives Quarterly. Distribuido por Los Angeles Times Syndicate International.

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