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Un mundo sin malos

La llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos ha tenido un efecto inmediato sorprendente: el Mal ha desaparecido del mundo. En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente Joe Biden ha escenificado la promesa de una diplomacia dialogante. La división inventada por Bush y los neocon entre los Buenos -con EE UU a la cabeza- y el Eje del Mal -el resto- pierde toda vigencia.

A lo largo de casi una década, a las filas del malhadado Irak, de Irán y de Corea del Norte, el Washington de Bush fue sumando cada vez más eso que llamaba Estados gamberros como la Venezuela de Hugo Chávez, la Bolivia de Evo Morales e incluso, de soslayo, viejos rivales como China y Rusia. Ahora esto es obsoleto. Pero ¿puede cristalizar el actual momento de gracia en la escena internacional en algo permanente? Tal vez sí, si se produjera la combinación de dos factores.

Con la llegada de Obama ha quedado obsoleto el maniqueísmo en política internacional
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En primer lugar, unas pocas iniciativas podrían desactivar esa heterogénea liga de díscolos, siempre que se llevaran a cabo con perseverancia y con un lenguaje de signos distinto. Mientras EE UU elabora una nueva estrategia de seguridad que sustituya a la anterior, se avanzaría mucho simplemente con dos cosas, no fáciles pero sí posibles: deshacer ordenadamente los entuertos de la Administración Bush y evitar nuevos pasos en falso.

La orden de cierre de la prisión de Guantánamo marca la vía para desactivar los campos minados. Por ejemplo, respecto a Chávez, una actitud de mano tendida mientras se levanta el embargo a Cuba bastaría para debilitar su discurso antiimperialista. Respecto a Irán, puede abrirse un diálogo regional en Oriente Medio para tratar la cuestión nuclear, y ejercer mayor presión sobre Israel para solucionar la cuestión palestina. Con Rusia, a pesar de una campaña electoral algo beligerante por parte de Obama, el primer signo es prometedor: la maniobra de marcha atrás a una entrada apresurada de Georgia y Ucrania en la OTAN. Aquí sería decisivo el liderazgo europeo para dotar de contenido a la propuesta de Mevdéved de un espacio de seguridad desde Alaska a Vladivostok, en el cual la Alianza Atlántica ya no puede pretender el monopolio. Hacia China, sería bueno apelar de manera transparente a sus responsabilidades globales -en el comercio, en el cambio climático, en los derechos- y dejar de señalarla con el dedo por miedo a que en dos décadas su PIB esté a la par que el de EE UU.

Ahora bien, el mayor valedor norteamericano es dar ejemplo en casa manteniendo la dignidad recuperada de las libertades y la salud democrática. Algo que Obama, por fortuna, tiene muy claro.

En segundo lugar, estas iniciativas se ven favorecidas por el notable debilitamiento que han experimentado viejos rivales y competidores emergentes de EE UU como consecuencia de las diversas crisis -financiera, económica, energética, alimentaria-. A pesar de las grandes diferencias en peso económico, estratégico o demográfico, la crisis ha puesto de manifiesto la fragilidad de los países emergentes con pies de barro. Ha bastado una caída en la demanda y en los precios de productos energéticos (para Rusia, Irán o Venezuela), o de productos manufacturados (China), para evidenciar sus desequilibrios sociales, su dependencia de las exportaciones o sus infraestructuras obsoletas. Aunque es pronto para evaluar los destrozos, la crisis está evidenciando en esos países una gestión deficiente, y puede presionar en la dirección de cambios políticos.

Sin chivo expiatorio exterior, los voceros ideológicos de una nueva guerra fría pueden debilitarse en Irán, Siria, Venezuela o Cuba, sin necesidad de que, como en un triste pasado, algún pelele impuesto por EE UU entre en escena. En cuanto a Rusia y China, la crisis puede favorecer a los planteamientos más racionales.

Por supuesto, el Mal fue un buen negocio para muchos mientras duró. Dentro y fuera de EE UU. Ahora alguno de esos líderes cuya legitimidad procedía en parte de los dislates de Bush podría verse tentado a tender alguna trampa a Obama. Pero si el equipo exterior de Obama, con Hyllary Clinton al frente, consigue esquivar los golpes, al tiempo que persevera en las políticas mencionadas, veremos a aquellos perder terreno progresivamente, o, al menos, desactivar su animadversión hacia lo que queda del Imperio. Felizmente, otras potencias, como la Unión Europea, India, Brasil o Suráfrica, comparten el tortuoso camino hacia una multipolaridad ordenada, de reglas pactadas que funcionen en las finanzas, el comercio o la seguridad.

En cuestión de semanas, el eje de la política mundial se ha desplazado desde una esfera cuasi teológica a la de la gestión de los intereses. Paradójicamente, esta distensión momentánea abre un espacio mayor a los valores y al Derecho Internacional. Ahora podrá haber enemigos, y también errores, pero no habrá Mal, y por tanto, tampoco cruzadas de Buenos contra Malos. Para la Unión Europea esto significa una invitación a actuar, porque se ha esfumado la marca de fuego que la condenaba a una posición incómoda. Hay retos enormes en Afganistán, Pakistán, Irak y Palestina, hay que reducir a las organizaciones terroristas y al crimen organizado. Pero hay una buena noticia, y es que, en este momento de retorno de la política, no hay mal terrenal que una intensa cooperación entre los gobiernos, o la mano visible del Estado de derecho, no puedan conjurar.

Vicente Palacio es subdirector del Observatorio de Política Exterior Española de la Fundación Alternativas.

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