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La noción de nacion

El lenguaje sirve para muchas cosas: para desvelar, conocer y analizar la realidad; para ocultarla y confundirla; para excitar y exacerbar los sentimientos y las emociones, etcétera. Estas diversas funciones del lenguaje se manifiestan ya en la elección de las palabras.Si queremos analizar y entender, usaremos conceptos claros y precisos. Es lo que hacemos en la ciencia, pero también en cualquier otro discurso (político, periodístico...) lúcido e informativo. Si queremos manipular los ánimos y agitar las pasiones, usaremos conceptos oscuros y ambiguos, cargados de resonancias viscerales. En definitiva, elegiremos unos términos u otros según que queramos apelar a los cerebros o a las hormonas de nuestros oyentes. Dime las palabras que usas y yo te diré la intención con que hablas.

Al hablar de las realidades sociales con intención analítica, cognoscitiva e informativa, podemos echar mano de naciones claras y precisas (o, al menos, susceptibles de clarificación y precisión), como las nociones de territorio, población o Estado.

El territorio es una parcela determinada de la superficie terrestre, algo precisamente delimitable (por ejemplo, mediante un mapa), e incluso medible (por ejemplo, en kilómetros cuadrados).

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La población es el conjunto de los animales de la misma especie que habitan un territorio determinado, algo también precisable y medible (en cabezas) sin dificultad alguna.

Los conceptos de territorio y población son paradigmáticamente claros, y se usan en diversas ciencias naturales y sociales. El concepto de Estado es más complejo, pero tampoco tanto. Se puede definir de varias maneras; por ejemplo, como la institución que ejerce el monopolio de la violencia legal (y expide pasaportes) en un territorio determinado. En todo caso, es fácil contar y hacer la lista de todos los Estados del mundo (en un momento dado). Nadie sabría hacer la lista de las naciones.

El concepto de nacion, es un concepto confuso, oscuro y resbaladizo. ¿Qué diantres es una nación?

Muchas veces se utiliza la palabra nación como sinónimo de Estado. Así, la organización que reúne a los diversos Estados del mundo no se llama los Estados Unidos, sino las Naciones Unidas. Y muchos Estados (EE UU, México, Brasil, etcétera) aplican el nombre de Estados a sus divisiones regionales, reservando el de nación para sí mismos. Si nación significa lo mismo que Estado, no hay problema semántico, pero los nacionalistas en seguida nos ilustrarán al respecto. La nación de que ellos hablan no tiene nada que ver con el Estado.

A veces la nación parece ser la religión. A raíz de la retirada inglesa de la India, el Pakistán se desgajó como nación independiente, identificada con el islam. Y sin ir tan lejos, muchos intelectuales de nuestro país han identificado la nación española con la religión católica. En palabras de Manuel García Morente, "entre la nación española y el catolicismo existe una identidad profunda y esencial". Si nos tomásemos esto en serio, los católicos polacos formarían parte de la nación española.

La nación se identifica a veces con la lengua. Es quizá la concepción predominante entre los catalanistas. En ese caso, la mitad o más de la población de Cataluña no participaría de la nación catalana. Por otro lado, los mexicanos, los puertorriqueños o los argentinos de la Patagonia formarían parte de la nación española. Otras veces la nación se identifica con la raza. Quizá es así como Hitler concebía la gran nación alemana, o como algunos conciben la nación surafricana. El nacionalismo vasco fue en sus orígenes una especie de nacionalcatolicismo racista.

En resumen, no sabemos lo que es la nación. Todas las posibles definiciones que se nos ofrecen son oscuras y mutuamente contradictorias.

La nación fue inventada por los románticos, a los que molestaba la complejidad étnica y cultural de la población real existente, y que soñaban con una entidad misteriosa, al mismo tiempo abstracta (una especie de población ideal inexistente, étnica y culturalmente homogénea) y personal, dotada de atributos (como carácter, lengua, religión, etcétera) personales. Este tipo de conceptualización (la personificación de abstracciones) es típico del pensamiento arcaico. Michelet decía que "Francia es una persona". Todavía en 1980, Sadat, a la vez que recomendaba Pasa a la página 10 Viene de la página 9 tolerancia con los cristianos coptos, añadía que "no se puede olvidar que Egipto es una nación musulmana". Y los catalanistas repiten hasta la saciedad que el catalán es la lengua propia de Cataluña.

Decir que la nación tiene lengua, raza, religión o carácter es tan absurdo como decir que tiene grupo sanguíneo o dolor de muelas. Sólo los individuos concretos tienen tales atributos. La confusa jerga nacionalista comete el error categorial de atribuir predicados fuera de su ámbito de aplicación. Decir que el número 7 es azul no es verdadero ni falso. Simplemente, carece de sentido. Decir que el irlandés es la lengua propia de Irlanda carece de sentido. Lo que sí tiene sentido (y es revelador) es informar de que el 2% de la población irlandesa habla irlandés, mientras que el 98% habla en inglés. Pero hablar de la población basándose en estadísticas es algo frío, científico, incapaz de inflamar los ánimos románticos de los nacionalistas. Por eso prefieren las proclamaciones confusas, pero solemnes, sobre los presuntos atributos esenciales de la presunta nación.

Ninguna ciencia aceptaría un concepto tan opaco como el de nación, pero todas las religiones han usado conceptos de este tipo, como las nociones arcaicas de los dioses, capaces también de provocar románticos y místicos efluvios e iras (y guerras) santas. Toynbee dice que el nacionalismo constituye el 90% de lo que queda de religión en nuestro tiempo. En cualquier caso, la similitud entre religiones y nacionalismos salta a la vista.

Las naciones, como los dioses, ni se ven ni se entienden. En las naciones, como en los dioses, se cree. Para el creyente, son evidentes; para el agnóstico, meras palabras. El nacionalismo merece el mismo respeto que todas las religiones, pero no más ni menos. Hay que evitar que sea perseguido y hay que evitar que persiga. Y sobre todo, hay que propugnar una manera más precisa, objetiva y desapasionada de enfocar la realidad social.

Jesús Mosterín es catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona.

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