_
_
_
_
_
PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Por qué nos condenarán?

Soledad Gallego-Díaz

Hace un mes que circula por la Red un artículo publicado por el profesor de filosofía de la Universidad de Princeton Kwame Appiah en The Washington Post y que se titula '¿Por qué nos condenarán las futuras generaciones?'. Appiah, 56 años, nacido en Londres, pero criado en Ghana, de donde procede su padre, es conocido por sus trabajos sobre teoría política y moral y sobre historia africana, y estuvo hace un par de años en España, invitado por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, para hablar de su libro Cosmopolitismo: la ética en un mundo de extraños.

En su artículo (http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/09/24/AR2010092404113.html?hpid=opinionsbox1), el profesor de filosofía recuerda que hasta hace poco la homosexualidad era un delito castigado con la pena capital, que la esclavitud fue legal hasta mediado el siglo XIX y que muchas de nuestras abuelas nacieron en países donde las mujeres no tenían derecho a votar. "Contemplando esos horrores, es fácil preguntarse: '¿En qué pensaba la gente?'. Y es muy probable que nuestros descendientes se hagan la misma pregunta, con la misma incomprensión, sobre algunas de nuestras prácticas de hoy".

¿Cuántos defendieron con malestar moral, pero con convicción, que la economía no podría funcionar sin mano de obra esclava?

Para Appiah, lo relevante son las prácticas sobre las que ya existían señales de que serían condenadas en el futuro (como la esclavitud), las que se defendían no con argumentos morales, sino de tradición o necesidad, y las que podían ser objeto de una "ignorancia estratégica". Desde ese punto de vista, mantiene que las generaciones futuras nos condenarán por nuestro sistema de prisiones, el abuso medioambiental, la producción industrial de carne y el apilamiento de ancianos en instituciones.

El artículo ha provocado una avalancha de propuestas, previsibles condenas que añadir a la lista. Gonzalo Fanjul, de Oxfam, añadió el tratamiento de los movimientos migratorios, y su colega Duncan Green sumó la existencia simultánea de masas desnutridas y de masas obesas, "cuando todo el mundo ya sabe lo que exige una buena dieta". Otros hablan del desconocimiento del derecho a la igualdad de las mujeres o la inacción frente al cambio climático.

¿Por qué nos condenarán específicamente las próximas generaciones de europeos a los europeos de hoy mismo? Quizás no haga falta esperar cien años para elaborar esa lista. Quizás dentro de solo cuarenta años ya esté claro qué acciones, comportamientos u opiniones hemos desarrollado dignas de censura o de abominación. Habría que estar atentos, sobre todo, a las que se defienden con argumentos de "necesidad". (¿Cuántos defendieron históricamente, con malestar moral pero con convicción, que la economía no podría funcionar sin mano de obra esclava?).

Esta es, efectivamente, una época en la que la "necesidad" se esgrime a diestro y siniestro, por políticos y economistas, a veces de manera contradictoria, pero en general en una misma dirección: anular avances ciudadanos y sociales logrados, fundamentalmente, en la segunda mitad del siglo XX. Es seguro que la crisis desatada a principios del XXI por actividades financieras descontroladas va a exigir cambios y que esperar otra cosa es engañarse e ignorar hechos indiscutibles. Pero, como decía en este mismo periódico Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la CEPAL, "el problema no es el Estado de bienestar, sino la crisis financiera". Quizás por lo que se nos condene sea por haber permitido salidas fáciles, reformas mezquinas y cambios más ideologizados que argumentados, y por no haber impulsado reformas mucho más profundas.

¿Nos condenarán por haber dejado que se redujera sustancialmente el progreso social "por necesidades" que quizás no sean ciertas, sino cómplices? Seguramente próximas generaciones de europeos nos reprocharán: "¿En qué estaban pensando? ¿Cómo pusieron en riesgo la construcción de la Unión? ¿Cómo no lucharon por la evidente necesidad de mecanismos de gobernanza global, qué ignorancias estratégicas fueron capaces de alimentar en virtud de intereses nacionales o sectoriales?".

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_