Los obispos y la doctrina de la discordia
El curso escolar arranca caliente. En siete comunidades -ninguna gobernada por el PP- comenzará a impartirse la asignatura Educación para la Ciudadanía para los alumnos de 14 y 15 años; el año próximo se extenderá a las restantes. Englobada dentro de la LOE, que fue aprobada en marzo de 2006, la materia -una guía de principios éticos individuales y sociales encuadrados en la realidad de hoy- ha sido utilizada exagerada y demagógicamente como ariete contra el Gobierno por los sectores católicos más conservadores, con la Conferencia Episcopal (excluido su presidente) y el PP en la vanguardia de la campaña de desgaste. Desde algunos de esos sectores se ha alentado la desobediencia civil y la objeción de conciencia. El Ministerio de Educación advierte que será obligatoria para obtener el título de bachiller.
Lo grotesco de los ataques que ha recibido, como calificarla "propia del fascismo", en boca de algunos dirigentes de los populares, o el aplastante aviso del cardenal Cañizares de que impartirla equivale a "colaborar con el mal" no parecen incompatibles con no haberse molestado ni en echar un vistazo a los múltiples manuales que cada centro de enseñanza libremente podrá escoger. En general, abordan cuestiones recogidas en la Constitución y ligadas a la realidad de nuestra democracia, como el reconocimiento de la homosexualidad y el aborto, la familia de hoy o principios generales sobre la inmigración, el acoso escolar, la violencia doméstica o la solidaridad con el Tercer Mundo.
Precisamente, resulta significativa y a la vez contradictoria la variada panoplia de argumentos recogidos en esos libros. Esa diversidad llega incluso a que en uno de ellos se afirme que las parejas homosexuales pueden formar uniones respetables, pero no matrimonios, en contra de lo que sostiene la ley, o se rechace frontalmente el aborto. Eso ha facilitado que la FERE, la patronal de los colegios religiosos concertados, se haya desmarcado de la postura hostil de otras asociaciones católicas partidarias del boicoteo, al anunciar que en sus centros se impartirá sin problemas. Como ha dicho su secretario, son ideas perfectamente asumibles para los creyentes: "Basta con que elijan el texto y el profesor adecuado", como si se tratara de una asignatura a la carta. Esa actitud taimada de la FERE encierra pragmatismo por temor a que el rechazo a la misma desemboque en la suspensión de las subvenciones del Estado a sus centros.
De ese pragmatismo mercantilista quiso servirse también el Gobierno, al rebajar su proyecto inicial en sus tanteos negociadores con los obispos. Probablemente era sensato hacerlo así, puesto que no habría necesidad de enfrentamiento alguno con la Iglesia, siempre que los obispos entendiesen, con todas sus consecuencias, que las leyes del Estado las deciden los legisladores en el Congreso. Pero ninguna concesión del Gobierno socialista les ha bastado a los prelados, ni en éste ni en otros asuntos, como el del generoso aumento de la aportación estatal a las finanzas del clero español o la enseñanza de la religión.
Y, por tanto, quizá sí se hubiese requerido una respuesta más contundente en los hechos, especialmente ante planteamientos tan demagógicos como que la disciplina es un "catecismo socialista" o un adoctrinamiento ideológico semejante al de la "formación del espíritu nacional" de la dictadura franquista, cuando en varios países de la UE se imparten materias más o menos parecidas. ¿Qué opinan en público los obispos franceses de la escuela laica del país vecino? ¿Podría explicarlo la Conferencia Episcopal? La actitud condescendiente del ministerio hacia algunos de los textos permitidos a fin de rebajar la tensión con los obispos devalúa los objetivos de la asignatura y puede causar cierta manipulación en los colegios religiosos.
La Iglesia católica no ha hecho gala de comprensión al examinar los planteamientos de una sociedad democrática por encima de los valores religiosos. Por desgracia, su actitud suena más a intromisión y ventajismo que a buenas intenciones, y ha reforzado a los sectores integristas. Es triste que en este fenomenal ruido hayan quedado completamente al margen los propios educadores, que a la postre serán los responsables de impartir la materia. Ellos deberán explicar en clase esos valores éticos, pero de poco servirá si tales principios no emanan antes del núcleo familiar. Y allí sí que hay un gran déficit.
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