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Fallece el presidente del Grupo PRISA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El pacto de Sacha

Reflexiones inéditas de Jesús de Polanco sobre el nacimiento y la vida del diario EL PAÍS

"A estas alturas de la vida puedo decir que me siento, más que orgulloso, satisfecho de algunas de las cosas que he ido haciendo, siempre en compañía de otros, y de esas cosas que he hecho creo que la que más satisfacción me produce es haber contribuido a construir, en tiempos bien difíciles, pero ilusionantes para el conjunto de nuestra generación y de nuestro país, lo que hoy es el Grupo PRISA.

Hablar de ello es relativamente fácil, porque no se trata, al hacerlo, de hablar de mí mismo, sino del trabajo de un conjunto de personas que en un momento determinado de la vida creyeron que era necesario un periódico que hiciera frente de una forma moderna y adecuada a la España que iba a empezar después de la muerte de Franco.

"Quienes quieren entrar en un periódico para controlarlo se equivocan"
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"La verdad es que desde el primer contacto con Cebrián hubo buena química"
"La relación de EL PAÍS con el poder, cualquiera que fuera, tuvo sus altibajos"
"La clave del desarrollo de EL PAÍS fue su lucha por depender de sí mismo"
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El cuaderno de un editor

En mi caso particular, PRISA refunda, visto el grupo desde hoy, las dos aventuras empresariales que me han motivado más a lo largo de la vida: la editorial Santillana y el lanzamiento de ese periódico, EL PAÍS.

EL PAÍS nació como idea empresarial cuando yo tenía una vida muy consolidada el frente de Santillana. La editorial se había fundado cuando yo era muy joven, y ya avanzaba como si tuviera puesto el piloto automático. Funcionaba bien en España, funcionaba bien en América Latina, que fue desde siempre un objetivo que tuvimos muy claro, y en esas circunstancias la aparición de la idea de que contribuyera al nacimiento del nuevo periódico me resultó muy atractiva, me sedujo mucho...

Cuando, en junio de 2000, PRISA y Santillana se fusionaron fue como si ambas aventuras hubieran confluido, y eso produce una satisfacción muy grande, para qué negar que aquella ocasión parecía el resultado de algo que ya estaba en germen en 1972, cuando me ofrecieron la oportunidad de integrarme... Obviamente, ni por asomo tenía ninguno de nosotros idea de que algún día esto pudiera suceder, pero lo cierto es que pasó, así que, visto desde hoy, a alguno le resultará factible hacer esa reconstrucción de objetivos. No estaban en mi mente, pero ahora estaban en la realidad, y desde ese punto de vista es lícito interpretarlo como resultado de un pensamiento más elaborado en el origen...

Lo cierto es que PRISA nació de EL PAÍS, y cuando en PRISA se integró Santillana se integraban en un solo grupo las dos principales actividades profesionales de mi vida... Eso, claro, produce una honda satisfacción, porque en definitiva fui la persona que puso en marcha ese colectivo de personas que dieron impulso al Grupo PRISA... Es un colectivo de gran riqueza profesional, que tiene delante una tarea que apasiona, y en ese sentido mi tarea también resulta apasionante y muy satisfactoria... (...)

La verdad es que desde el primer contacto con Cebrián hubo buena química entre nosotros... Hablamos del proyecto, le comuniqué cómo lo veía, y él a su vez me comunicó con toda confianza cuál era su perspectiva del asunto... Evidentemente, yo procuraba expresar criterios empresariales, sin entrar en los periodísticos, y un día hicimos un pacto...

Ese pacto, en cierto modo, dura hasta hoy mismo, cuando ya han pasado tantos años y tantas vicisitudes periodísticas y empresariales, y cuando ya el propio Cebrián ha demostrado tan ampliamente sus propias dotes empresariales...

El pacto del que hablo surgió en la prehistoria del periódico, antes de su salida, y se produjo en una situación muy especial, tras una discusión un poco agria producida en las oficinas fundacionales, en la calle de Núñez de Balboa...

Esa discusión se produjo entre Ortega y yo, con Cebrián como testigo... Discutíamos sobre lo que más diferíamos entonces, y que ya quedó señalado anteriormente: pautas a seguir a la hora de constituir la Redacción, cómo encontrar los redactores adecuados, de qué manera debía controlarse su trabajo...

Terminada aquella discusión, Cebrián me propuso que nos fuéramos a comer juntos al día siguiente... Y fuimos a un restaurante, Sacha, que aún hoy existe, en la zona de Juan Ramón Jiménez... En aquella comida nos dijimos que había que seguir adelante, contrastando entre nosotros los criterios que debíamos cumplir, sin romper nunca la solidez de las relaciones con los accionistas... "Vamos a hacer un frente común", eso fue lo que dijimos, y ese frente común nació aquel día y dura, como digo, hasta ahora mismo. Y de su cumplimiento yo no tengo la menor queja...

Fue un pacto vital entre dos personas. Entonces yo tenía 46 años y Cebrián tenía 31, nuestra diferencia de edad es de 15 años. Y era evidente, como lo es ahora, naturalmente, aunque Cebrián ha crecido también mucho en otras direcciones, que Cebrián era el periodista y yo era el empresario, y que sobre esa base debíamos actuar. Nuestro compromiso era que entre nosotros dos resolveríamos siempre las diferencias, tratando por encima de todo de conseguir que el periódico estuviera siempre bien hecho, y con ello garantizar su independencia. Nosotros queríamos hacer un periódico independiente, serio y solvente, y estábamos convencidos de que en aquel momento ésas eran las armas profesionales con las que había que jugar.

Y, dígase lo que se diga, eso es algo que hemos conservado. Antes, después y ahora mismo, y esa es la base del éxito de EL PAÍS y de las empresas que se fueron haciendo, creando o adquiriendo, posteriormente. Sin aquel espíritu, sellado en aquel momento, no hubiéramos hecho nada, o en todo caso hubiéramos hecho cualquier otra cosa, y a eso ninguno de los dos estábamos dispuestos.

Además, EL PAÍS no nació contra nada ni contra nadie; no se propuso defender o atacar una ideología; desde el primer editorial, se propuso defender una idea de España enlazada con Europa y con el mundo, moderna y progresista... Algunos pueden decir que EL PAÍS se despegó de la línea que se trazó... Depende de cómo se mire... Yo creo que no, pero admito que muchos piensan que sí... Siempre he dicho, y se puede constatar, en la lista de accionistas, en las hemerotecas, que el grupo fundador procedía de un sector de la derecha liberal... Pero ni ese sector ni ninguno impuso en EL PAÍS la línea que siguió el periódico... En las mismas hemerotecas y en la colección de editoriales, que en un tiempo se publicaron en libro, puede comprobarse hasta qué punto EL PAÍS se atuvo a una línea profesional, periodística, que heredó la esencia de su primer número... Normalmente, la gente ignora, acaso porque le conviene, cuáles son las reglas del juego en un medio de comunicación... Por lo que me ha sido dado ver durante esta ya larga experiencia como empresario de medios de comunicación, un periódico tiene una mecánica sui géneris... Los periodistas mandan en ellos, mandan sus lectores, y manda la inercia con la que la actualidad o las convicciones profesionales van marcando el conjunto del diario...

Quienes quieren entrar en un periódico para controlarlo se equivocan; pueden intentarlo, y pueden tener la ilusión de haberlo logrado, pero se equivocarán siempre... En mi opinión, que sólo está avalada por esta experiencia, un medio de comunicación que se imponga como referente en una sociedad tiene que cumplir con una tarea profesional y especializada... (...)

Cuando EL PAÍS empezó, en aquella España posfranquista, a llamar a las cosas por su nombre, y le dijo al pan pan y al vino vino, muchos se rasgaron las vestiduras porque el periódico aludía a cuestiones que rechinaban en aquella sociedad: había estamentos, desde el financiero al religioso, que no estaban acostumbrados a que nadie pisara sus predios, y EL PAÍS lo hizo, con profesionalidad, con documentación, con buena información contrastada: ésos eran sus presupuestos profesionales, estaban todos en el Libro de estilo, nuestros lectores sabían a qué atenerse cuando leían EL PAÍS, sabían en qué acertábamos y en qué nos equivocábamos, porque éramos transparentes, e incluso, algo insólito entonces y también ahora, rectificábamos abiertamente cuando nos equivocábamos...

El primer efecto de la reacción de determinados sectores de la sociedad con respecto a EL PAÍS fue la guerra por el poder en el periódico a la que ya he aludido... Desde fuera, como he adelantado, se podía pensar que esa guerra era contra Cebrián, por la línea que marcaba en el periódico, pero esa guerra fue claramente contra mí... Cebrián era el que daba la cara, el que viajaba, el que firmaba, el que recibía los palos públicos, pero debajo había una larvada campaña contra mi persona... para que al final el poder cambiara de manos... Yo tenía el poder, prácticamente desde el principio, pero no tenía la propiedad; era un accionista como los otros, pero tenía delegado el poder ejecutivo, y de ése me querían desposeer... Si me desplazaban a mí era más fácil manejar la línea del periódico, influir sobre el equipo profesional...

Pero este equipo profesional se dio cuenta y reaccionó a tiempo, expresándome su apoyo en manifestaciones diversas, algunas de las cuales, bastante expresivas, vinieron de quienes hoy son mis críticos habituales, que se han ido a otros periódicos y que podrían avergonzarse si vieran de nuevo las cosas que me escribieron para halagarme en aquel entonces...

Lo cierto es que, como queda dicho, resistimos aquella guerra; no sé si la ganamos, pero lo cierto es que la perdieron los otros, y gracias a ello EL PAÍS se convirtió en una de las aventuras periodísticas más importantes que se han llevado a cabo en España en toda su historia... (...)

Visto desde ahora, yo creo que la clave del desarrollo de EL PAÍS fue su lucha por la autosufiencia, por depender de sí mismo, por zanjar cuanto antes las deudas con los bancos, con cualquier organismo que le pudiera influir en la independencia que juzgábamos esencial desde el principio para que la empresa fuera destinada exclusivamente a hacer un periódico... En medio de esa lucha no te das cuenta verdaderamente de lo que ocurre alrededor, ni siquiera del poder de influencia que está adquiriendo el medio al que dedicas tantos esfuerzos... Estábamos en la pelea por la autosuficiencia...

Y esa pelea yo la conocía bien... Personalmente, desde que tengo uso de razón, una de mis obsesiones ha sido la de mantener la independencia, ésa ha sido la constante de mi vida... Hasta el punto que inicié mi propia aventura empresarial, con los libros, haciendo de todo en ese sector, en unas circunstancias muy difíciles... Pero siempre fui muy consciente de que, para mí, la independencia era una condición básica para la realización de mis objetivos, incluidos, cómo no, los objetivos personales... Y he llegado hasta aquí, a lo que son las empresas que he fundado o impulsado, siendo una persona absolutamente independiente...

Esto de la independencia crea muchas reticencias y muchas resistencias, y comprendo que mi independencia al frente de EL PAÍS, que es la más importante de las empresas en las que he trabajado, ha creado muchos quebraderos de cabeza a quienes les hubiera gustado verme más domeñable...

Esa que buscaba, en este caso, no era mi propia independencia, sino la del medio... Y había que buscarla de acuerdo a criterios profesionales... Algunos creían que desde fuera se podía dirigir la línea editorial del periódico, y reitero que están equivocados los que tengan esa sensación... Esa frase que refiero a veces, que se dijo en un Consejo y que explicaba que el barco había sido lanzado para ir a Nueva York y en realidad nos estaba llevando a Buenos Aires, es de Julián Marías, un hombre sin duda brillante, que creyó, seguramente con la mejor buena voluntad, que en efecto él podía marcar la línea de ruta de EL PAÍS... Él estaba en el Consejo que creó Ortega y desde esa posición trató de liderar intelectualmente la operación de EL PAÍS... Pero ese Consejo no lideraba intelectualmente nada, no tenía por qué hacerlo... EL PAÍS, repito, era consecuencia del trabajo de un equipo de profesionales, con un director al frente, y éste y no ningún otro era el que tenía la responsabilidad de llevar el periódico a puerto, al puerto que él decidiera... Y, además, como le decía Jesús de la Serna a Juan Luis Cebrián, "tenía que comer solo en su camarote"...

Es esa imposibilidad de compadecer su idea con la realidad la que fue distanciando a Julián Marías de EL PAÍS, incluso de sus páginas, que abandonó... Me parece que tampoco entendió nunca cómo funcionaba un periódico, y eso fue lo que le llevó a aplicar a nuestro derrotero aquel símil marino... Aquellos planteamientos de desviacionismo a los que él dio nombre provocaron su ruptura y su salida, y ya después no quiso seguir vinculado al periódico... Así fue la historia... (...)

EL PAÍS, esta apasionante aventura, me hizo pasar de ser un editor de libros, con lo que eso significaba de mayor pausa, de una vida relativamente más reposada, a estar al frente de la empresa periodística más influyente de España... Claro que eso, con ser interesante e incluso placentero, afectó a mi vida anterior, a mi ejecutoria como empresario de los libros... El trabajo en EL PAÍS la verdad es que me sirvió para entender mejor mi labor como editor, y acaso esa fusión que se fue produciendo entre mis intereses profesionales es la que queda simbolizada, casi treinta años después, en la propia fusión de PRISA y Santillana, que convierten en una empresa global dos empresas que antes se miraban de lejos...

Pero, claro, mi pertenencia a EL PAÍS afectó en muchos momentos al desarrollo de Santillana... Posiciones del periódico con respecto a la Iglesia católica condujeron a sectores de ésta a montar maniobras para influir en el ámbito de la enseñanza religiosa para que no se compraran en los colegios los libros educativos que nosotros editamos... No eran maniobras de clérigos, sino más bien de ese mundo extraño que se mueve alrededor de la Iglesia, que mezcla sus intereses religiosos o patrióticos... Su argumento era que comprando los libros de Santillana incrementaban las arcas de EL PAÍS, dando así armas al periódico enemigo de la Iglesia... Ni EL PAÍS iba contra la Iglesia, ni las ventas de Santillana iban a incrementar las arcas del periódico...

Resistí esos embates, y resistí otros, porque, y esto lo he dicho alguna vez, no me arredran las dificultades, sino más bien me estimulan; me sucede eso que se suele decir: el que me busca, me encuentra... Acaso ese carácter de resistente me viene de mi propia complexión física: suelo decir que si los bajitos abrimos un poco las piernas y nos asentamos así sobre el suelo podemos resistir todo el viento que nos echen...

Y esos que cuento fueron años de mucho viento, de mucho temporal, y por tanto de mucha resistencia... Años muy intensos: había que trabajar mucho y había que hacerlo con mucha pasión, porque lo que sucedía en este país era apasionante...

A veces me preguntaba si me considero protagonista, de algún modo, de lo que sucedía entonces y de lo que sucede ahora... Estaba tan contento de participar en aquella vida desde dentro que nunca me di cuenta de ser protagonista de nada... El protagonismo era del colectivo, y a mí me tocaba lo que me tocara...

Claro que leyendo todo lo que se publica sobre mí, pero ante todo sobre lo que representa la empresa que presido, nadie diría que yo no era el protagonista... Ese protagonismo que se me otorga viene en realidad cuando mis colegas pensaron que para atacar venía bien calumniarme a mí... Consideraron que la calumnia era válida, la pusieron en marcha, y cada día se sumó uno más a esa especie de feria en la que a mí me convirtieron en el pim pam pum... Lo bueno es que a cada uno que entra en el circo se añade un infundio más, y como yo no me he encargado de desmentir las calumnias, porque entonces sería el cuento de nunca acabar, cada vez que se une uno nuevo al carro, arrastra todas las anteriores calumnias y las va sumando... Para estos oficiantes de calumniadores resulta más fácil meterse con una persona que con un colectivo... (...)

La relación de EL PAÍS con el poder político, cualquiera que fuera éste a lo largo de su historia, ha tenido sus altibajos, pero nuestra obligación ha sido mantener una relación adecuada en todo momento, teniendo en cuenta que el periódico nació con la voluntad de contar este país y de contar en este país... Así que era imprescindible mantener contactos, Juan Luis tenía los suyos y yo tenía los míos, por referirme a las dos principales cabezas responsables del diario... Siempre nos hemos coordinado muy bien, no ha habido nada que yo sepa que Cebrián no lo supiera enseguida y no ha habido nada que él supiera que no pasara a ser también una información mía...

En nuestra relación eso ha tenido un poder fundamental, y lo hemos cuidado con mucho esmero porque es, en gran parte, la clave del éxito de nuestra empresa... Y cuando empezamos a trabajar juntos una de las cosas que le dije a Juan Luis era que necesitábamos que las fuerzas políticas conocieran lo que queríamos hacer... Debíamos ser transparentes con ellos si queríamos conseguir lo mismo como contrapartida... Una empresa de comunicación no puede estar encerrada en sí misma, esperando tan sólo que le vengan a contar, tiene ella misma que salir a contar lo que va a hacer...

Y sobre esa filosofía montamos nuestros contactos.

Y antes de que saliera EL PAÍS, en 1973, tuve mi primer encuentro con Felipe González, que aún se llamaba Isidoro. Fue en una cena celebrada en un restaurante que había en la antigua calle del General Mola, hoy Príncipe de Vergara, a la altura de la plaza del Perú... Estábamos con Felipe, Jesús Aguirre, que luego sería duque de Alba, Pancho Pérez González, alguien más que ahora no me viene a la mente, y yo mismo... Pancho se tuvo que ir pronto de esa cena, y luego nos marchamos a un apartamento que tenía Jesús Aguirre cerca de allí, en la colonia de El Viso... Y allí nos contó Felipe sus planes, aún como Isidoro...

Nosotros éramos más jóvenes, todo nos interesaba y de todo hablábamos, hacíamos planes... Había una efervescencia muy especial en aquella España que ya se aprestaba a celebrar el final del franquismo... En ese contexto, Felipe nos hablaba de la fuerza real que tenía el socialismo en ese momento, nos hacía recuento de la cantidad de militantes de que disponían, y que pagaban sus cuotas, algo de lo que él se enorgullecía. ¡Y eran muy pocos militantes!

En esa ocasión no hablamos tanto del periódico, cuya salida todavía se presumía lejana... De EL PAÍS hablamos en una cena que se produjo más adelante, a la que ya fue Juan Luis y en la que también estuvo Alfonso Guerra... Fue en 1975, en un restaurante que hay en Diego de León... No sé si ya había muerto Franco, pero lo cierto es que ya estábamos preparando EL PAÍS... Hablamos de lo divino y lo humano, pero era más una conversación entre amigos que una toma de contacto de carácter político... Felipe, en concreto, contrastaba con nosotros algunos conocimientos que ya había hecho en Madrid, y nosotros le poníamos al tanto de nuestros planes...

Felipe siempre me pareció un seductor, y la verdad es que con él mantuve una buena relación desde el primer día, siempre nos hemos llevado bien, a pesar de los altibajos que se han ido produciendo, siempre por razones profesionales, a lo largo de los años, en la larga época en que él fue presidente del Gobierno. Pero cuando salió del Gobierno intensificamos nuestras relaciones y ahora somos grandes amigos... Le tengo afecto y para mí es uno de mis amigos personales...

Esa relación, por supuesto, no tuvo nunca una base ideológica, sino personal, afectiva; yo nunca me he sentido proclive al socialismo tradicional... En los tiempos del franquismo me consideré socialdemócrata, mis amigos de entonces estaban en esa zona ideológica, y así lo declaré a princpios de los setenta en una entrevista que me hicieron para un libro que publicaron en Alemania los periodistas Walter Haubrich y Carsten Moser... En un momento determinado de esa entrevista, los autores me dijeron:

-Pero, en este país, todos os declaráis socialdemócratas...

Y era verdad. En mi caso, yo me sentía socialdemócrata, pero no socialista... Y la amistad con Felipe era posible, y es posible, al menos en ese sentido de las relaciones que nosotros mantuvimos entonces y mantenemos ahora, porque él jamás les ha pedido a los que tiene a su alrededor que piensen como piensa él o que se hagan activistas de sus propias ideas... Al menos, a mí no me lo pidió nunca... Yo creo que, más bien, él siempre fue un hombre pragmático, que siempre esperó que los demás fueran lo que eran, ni más ni menos, y desde ese respeto se construyó una relación que tuvo algún altibajo bastante grave...".

Antes de que naciera EL PAÍS. Cebrián, Polanco, el político José María Gil Robles, Javier Baviano y, detrás, José Ortega Spottorno, en las instalaciones del diario.
Antes de que naciera EL PAÍS. Cebrián, Polanco, el político José María Gil Robles, Javier Baviano y, detrás, José Ortega Spottorno, en las instalaciones del diario.
Primeras elecciones, 1977. Felipe González y Polanco, en la noche electoral en EL PAÍS.
Primeras elecciones, 1977. Felipe González y Polanco, en la noche electoral en EL PAÍS.

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