¿Qué pasa aquí afuera?
Dos presuntos narcotraficantes turcos, Sahin Eren y Erden Vardar, que acababan de quedar en libertad a consecuencia de un error de la justicia, han solicitado su reingreso en prisión para huir de la situación de indigencia que padecen. Es verdad que la decisión de los dos ex reclusos salva la cara del juez Garzón, responsable de su puesta en libertad por un mal cálculo de los plazos. Pero se trata de un detalle que, pese a todo, no puede ocultar el mensaje más profundo que estos dos turcos han transmitido con su gesto. Al demandar que se les devuelva a las celdas en las que pasaron varios meses, están diciendo que, a diferencia de lo que ocurre en épocas de bonanza, el primer impulso de un prisionero en tiempos de vacas flacas no es el de escapar de la prisión, sino el de ponerse a resguardo de la calle. Será crisis, desaceleración o cualquier cosa, pero algo debe de estar pasando afuera para que dos reclusos en libertad prefieran volver adentro.
Eren y Vardar se encontraban en prisión por un presunto delito de narcotráfico, y de ahí que no se sepa si su solicitud prosperará entre los perseguidos por otras causas. Cabe suponer, no obstante, que si la noticia llegase a Wall Street crearía confusión entre los directivos de las grandes compañías pendientes de rescate y, también, entre los ciudadanos que reclaman airadamente verlos entre rejas. Los primeros podrían pensar que, a lo mejor, los dos presuntos narcotraficantes turcos están en lo cierto, y que tal y como se han puesto las cosas más vale pasar una temporada a buen recaudo, algo en lo que parece estar trabajando el FBI.
Pero los ciudadanos airados pueden llegar a la conclusión contraria: si la calle es lo más duro, entonces es a la calle adonde habría que mandar a los ejecutivos hasta ahora disfrazados de tiburones financieros. Si se impusiera este severísimo criterio, Wall Street podría presentar en poco tiempo una estampa medieval. El papel de los apestados estaría representado por los ejecutivos con sus impecables ternos convertidos en andrajos y llamando con desesperación, no a la puerta de las grandes entidades, sino de las más humildes prisiones. Y, encima, del Estado.
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