Un paso adelante
Merkel y Sarkozy lanzan señales esperanzadoras para un mejor gobierno de la eurozona
Las iniciativas que acordaron ayer poner en marcha la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, como respuesta a las dificultades que ha atravesado en los últimos tiempos la eurozona, constituyen una señal esperanzadora a medio plazo ante el desafío ineludible de una mayor gobernanza económica de Europa. La idea de crear un Consejo de jefes de Estado y de Gobierno, que presidiría inicialmente Van Rompuy, confirma la voluntad de ir forjando el camino de una mayor integración fiscal de los países de la eurozona y aleja así la posibilidad de un alejamiento de Alemania y de los países más ricos, hipótesis que se insinuaba como uno de los peores fantasmas ante las dificultades de las economías periféricas. Puestos a buscar alianzas, nada mejor que la franco-alemana.
Algunas de las propuestas que lanzaron Sarkozy y Merkel, como la de armonizar para 2013 los impuestos de sociedades en sus dos países o la de compartir criterios para elaborar sus presupuestos, son signos de un nuevo liderazgo del eje franco-alemán en la política europea, en un momento en el que urgía que los países con mayor peso económico asumieran el desafío de llevar el timón ante los recurrentes ataques al euro en los mercados financieros. En la estela de fortalecer el gobierno económico común deben interpretarse los renovados esfuerzos por caminar hacia políticas fiscales comunes o la introducción de una tasa que grave las transacciones financieras. Acaso el punto más controvertido de los sugeridos sea el de incluir en las Constituciones de los distintos países de la eurozona un límite del déficit público, por lo que supondría de inevitable demora al tenerse que aprobar en los respectivos parlamentos nacionales.
Las señales positivas que dieron Merkel y Sarkozy seguramente no producirán euforia alguna en los mercados, que reaccionan ante cuestiones mucho más concretas, ni tampoco son un remedio inmediato para recomponer los daños que esta crisis ha hecho ya en la eurozona. De hecho, la calma que se consiguió en los mercados de deuda pública de la eurozona tras las intervenciones compradoras del BCE no se está viendo acompañada de una mejora en las expectativas de crecimiento económico. Todas las economías avanzadas sin apenas excepción exhiben en el último trimestre una desaceleración que es particularmente significativa en las que hasta ahora podían ejercer una mayor tracción sobre el conjunto de la economía mundial.
La tasa de crecimiento de Alemania, hasta ahora la más dinámica de las economías de la eurozona, ha caído. Frente al 0,5% que anticipaban la mayoría de las previsiones, ha sido un 0,1% la tasa de variación del PIB en el segundo trimestre con relación al anterior; la más baja desde aquella tasa negativa del primer trimestre de 2009. Como admiten las autoridades alemanas, la crisis en el resto de la eurozona y en EE UU ha incidido de forma sustancial en ese debilitamiento, que no es probable que se atenúe en lo que queda de año. Ninguna de las grandes economías clientes de las empresas alemanas crecerá en la segunda mitad del año más que en la primera.
Desde luego no lo harán las de la eurozona, con Francia a la cabeza, que no creció en el segundo trimestre. Detrás de la inquietud generada la semana pasada en esa economía no se encuentra solo ese rumor de degradación de su calidad crediticia, sino la constatación de ese frenazo en el crecimiento y un impacto muy directo en la salud de su sistema bancario. Algo no muy distinto, aunque de intensidad significativamente inferior, a lo que sucede en las otras dos grandes economías de la eurozona, la italiana y la española. Ha sido en ese contexto de inquietante desaceleración donde Sarkozy y Merkel han dado un paso adelante, que servirá para apuntalar el refuerzo del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, previsto para septiembre.
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