El pequeño Vaticano
La Iglesia católica no sólo tiene vocación de habitar en el corazón de los fieles, sino que procura también conquistar el corazón de las ciudades. Estar en pleno centro y con buenas vistas, ésa parece ser la mejor fórmula para predicar la buena nueva. Y el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, encantado de facilitar sus planes. El arzobispado ofreció devolverle unos terrenos que el Ayuntamiento le había cedido en la época de Álvarez de Manzano, donde ahora se construirá una escuela infantil y un polideportivo, a cambio de que les permitiera edificar en el inmenso solar que les pertenece: un espacio privilegiado enclavado entre Las Vistillas y San Francisco el Grande.
El pleno del Ayuntamiento que se celebró en febrero ha aprobado la iniciativa con el voto mayoritario del Partido Popular, y el arzobispado dispondrá así de unos 25.000 metros cuadrados para levantar una serie de edificios. Gallardón confirma así que, por mucho que haya derramado tantos gestos en bendecir iniciativas culturales que podían despistar a los seguidores más conservadores de su partido, su corazón donde de verdad está es con la Iglesia, y por eso les permitirá intervenir en el corazón de la ciudad, cambiando radicalmente el paisaje de la fachada occidental de Madrid.
Un centro de mayores, una residencia de sacerdotes, la biblioteca diocesana y un edificio con 140 metros de fachada y 1.400 metros cuadrados de superficie, cuatro plantas y aparcamiento de 200 plazas, la llamada Casa de la Iglesia, son las cuatro grandes patas del proyecto. Los vecinos lo han bautizado como el mini-Vaticano, y el domingo salieron a protestar para que se paralizara el plan del arzobispado.
Caerán numerosos árboles y la ciudad dejará de ser la misma. Sobre gustos no hay nada escrito, es cierto, pero la proximidad de la catedral de la Almudena hace temer a los que aborrecen su pretencioso boato de cartón-piedra que la Iglesia se decante por edificios de parecida estética. El Ayuntamiento debe ver muy crudo que Madrid se imponga como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. Por eso se han adelantado para ir potenciando el turismo religioso. Nada de correr, pues. Lo que toca es rezar.
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