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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El plebiscito de Correa

El referendo para establecer si el presidente Rafael Correa tenía o no derecho a convocar elecciones a una Asamblea Constituyente en Ecuador, con plena libertad de redacción de la nueva Carta, se había convertido en un plebiscito sobre el jefe del Estado, que éste ha ganado a tambor batiente. Y eso que los que estaban aterrados con su segura victoria -unos cuantos de los históricos gobernantes de un país con una terrible historia- parecían contar con que no pasara del 70% de síes, lo que algunos analistas habían afirmado que equivaldría a una victoria pírrica, sin explicar por qué por debajo de esa cifra ganaba Pirro y no él.

Pero algo más de un 80% de votantes, pasado ya medio escrutinio, ha autorizado a Correa nada menos que a refundar Ecuador, hoy de lo más parecido que hay en el mundo a un Estado en agonía, sin moneda propia, economía campeona en desigualdades y medio país, indio y mestizo, a la espera de una verdadera integración social. ¿Pero quién es Rafael Correa? ¿Y hay que felicitarse de que tenga las manos libres?

Correa es un criollo de alta formación internacional, poca experiencia de gobierno, reputación personal intachable, pero también con todos los elementos en la mano para una peligrosa tentación de recurrir al populismo callejero, si las cosas no salen a su gusto. Como, además, ganó las presidenciales en noviembre pasado sin partido propio, tuvo que beneficiarse de estratagemas poco santas para prevalecer, como la destitución de 57 diputados que se oponían a la consulta. Pero de no haber actuado, sumido en una parálisis total antes siquiera de que pudiese empezar a gobernar, hay que reconocer que habría sido ignorada la voluntad del pueblo ecuatoriano, que le eligió para que renovara la casa desde los cimientos.

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¿Y qué debe hacer ahora el presidente con tan espléndido mandato? Prioritariamente, formar un partido y presentarse, sin servirse del Estado para favorecer su causa, a las elecciones de la Constituyente en septiembre; y si las gana, quizá mejor sin mayoría absoluta, aliarse con otras formaciones para comenzar a reinventar un Ecuador que lo sea para todos.

Un Rafael Correa que entienda que su papel histórico consiste en crear sólidas instituciones democráticas, lo que es del todo posible desde una perspectiva nacional de izquierda, y sin tratar de arrogarse poderes irrestrictos, como los del presidente venezolano, Hugo Chávez, a quien se le considera próximo, merecerá el nombre de nuevo padre de la patria. La antigua capitanía general de Quito, independizada en 1830 de la Gran Colombia, hace mucho tiempo que lo está necesitando.

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