El precio de China
Pekín apuntala la posición financiera de España con la promesa de comprar más deuda
El viceprimer ministro chino, Li Keqiang, ha iniciado en España una breve gira europea que le llevará, además, a Reino Unido y Alemania. La visita de Li Keqiang responde a una voluntad de acompasar, por parte de Pekín, el creciente peso económico de China y su hasta hace pocos años discreta presencia diplomática. En un corto espacio de tiempo, y rentabilizando a su favor cuantas oportunidades le ha ofrecido la crisis financiera mundial, China ha ido tomando posiciones estratégicas en el mercado de materias primas, el comercio internacional y, también, el castigado sistema financiero, del que ha empezado a ejercer como un banco central a gran escala.
Es en esta última condición de hecho, que China parece afianzar en cada iniciativa diplomática, donde la visita de Li Keqiang a España ha cosechado los resultados más importantes. No porque sean precisamente menores los contratos comerciales suscritos, sino porque los mensajes transmitidos por el viceprimer ministro durante su estancia en Madrid contribuirán a aliviar, siquiera por un tiempo, las tensiones sobre la economía española y, en última instancia, sobre el euro. Li Keqiang ha confirmado que China ha adquirido deuda española, además de anunciar que seguirá haciéndolo en el futuro. Tras las declaraciones de Li Keqiang, quien también ha apoyado las reformas emprendidas por el Gobierno de Zapatero, las operaciones especulativas contra la deuda española resultarán un poco más difíciles.
Si los beneficios económicos de la visita están fuera de duda, la dimensión política exige matices, no limitados a España, sino referidos al nuevo orden internacional. China viene utilizando su potencial económico como instrumento para convalidar un régimen que, no por haber abandonado el comunismo, deja de ser un sistema de partido único y poco respetuoso con los derechos humanos, según se ha podido comprobar con ocasión del último Premio Nobel de la Paz. Acuciados por la difícil situación económica, los países democráticos se están viendo obligados a pasar por alto la preocupante situación interna de China a cambio de su cooperación. El Gobierno de Pekín, por su parte, no se conforma con obtener el interesado silencio de sus interlocutores, sino que, además, reclama un implícito derecho a la diferencia en las formas de entender la política desde el que justificar la represión y la falta de libertades.
La admiración hacia los logros de China no puede convertirse en un obnubilado aval para su régimen político. Otra cosa es que la crisis dificulte que los países democráticos puedan hacer distinciones. El realismo no es un argumento en favor de la resignación, sino la conciencia de que, en determinadas circunstancias, no existe otra alternativa que elegir entre dos males distintos. Pero que no exista otra alternativa no significa que el mal escogido se convierta en un bien deseable. La suerte económica del mundo depende en gran medida de China, y conviene no olvidar que China está exigiendo un precio.
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