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Columna
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La razón automática

Juan Cruz

Habría que hacer la crítica de la razón automática.

Levantas la voz, te indignas, lo inundas todo de tu iracundia y ya parece que tienes razón.

Y o te la dan o insultas. Rompes la baraja, amenazas, qué se han creído, es indignante. Claro, como no oyes sino lo que se dice a tu lado (para favorecer tu lado), lo de los demás no importa, ya tienes razón. La ejerces, los demás que guarden silencio. La discrepancia no es virtuosa, perseguimos la unanimidad.

Esa es la razón automática. O te la dan o te la tomas. Ya la consecuencia ha de ser unánime.

Hace rato que estamos en eso, pero como todas las cosas que empiezan, estas tienen un pico. ¿Hasta que bajan? Lo cierto es que ahora estamos en el pico de la razón automática.

¿Razones para la indignación? Miles. ¿Todas verificables, todas justas? Todo es una palabra grande, de modo que cabría plantear algunas dudas, digamos, razonables. Frente a la razón automática es mejor no plantear dudas razonables, porque esos resquicios denuncian al reaccionario. ¿Pregunta, ese pregunta? Pues desconfiemos de él.

Momentos raros para razonar, y sin embargo habría que oír. Julio Llamazares escribió un libro, Nadie escucha, que entonces, principios de los noventa del siglo pasado, aludía al ruido en el que se metió la sociedad española, animada desde ciertos medios a dar trastazos a los que se atrevieran a discrepar del pensamiento vigente, que era también el de la razón automática. Tenían tanta razón que trataron de conducir a la cárcel a aquellos que les pusieron sombras a su razón gritada.

Es un ecosistema de difícil digestión pues impide la discrepancia, que es como el omeprazol de las discusiones. Estamos en tiempos revueltos; no se ve ni un resquicio de cierto sosiego. Pero lo hay, lo hubo; es un instante tan raro que se vio por televisión; fue en los minutos basura del debate sobre el estado de la nación. Zapatero se había quedado solo, frente a los minoritarios.

Entonces Zapatero bajó la voz y se puso a hablar con los otros (con Llamazares, Gaspar, con Ridao, Joan, que todos tienen nombres de escritores) como si viniera de un largo viaje oscuro y tuviera una confesión que hacerles. "Yo estaría más cómodo ahí abajo". Las cámaras enfocaban a los contertulios, que decían sí, no o tal vez, y por un momento pensé que ese tono no era el de la razón automática, como si de pronto ese sitio en el que tanto ruido se había perpetrado minutos antes hubiera recuperado zonas de sosiego insólitas en el país gritón.

Fue, quizá, un espejismo, pero ese momento existió. Claro, Zapatero se está despidiendo, y lo hace como lo hacía Bryce Echenique, yéndose de a poquito, y le despiden como si solo quisieran oírle el lamento. A Bryce le cantaban "Y te vas y te vas, y te vas, y no te has ido". Se lo cantarán a Zapatero, se lo están cantando; aquel rato me parece que le cantaban eso.

Por lo menos en este rato no gritaban para alimentar la razón automática. Por un día sin gritos: esa no sería una mala pancarta. Pero a ver quién la saca tal como está el patio. -

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