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Una rosa con demasiadas espinas

Francisco Veiga

Los acontecimientos de días pasados en Georgia y Osetia del Sur han sorprendido, por varias razones. Pero sobresale una en particular: ¿dónde está el sentido real de un conflicto tan explosivo? Por mucho que se haya intentado echar tierra sobre el asunto, todo empezó cuando tropas georgianas, equipadas y entrenadas en parte por norteamericanos, europeos e israelíes, se lanzaron a invadir o castigar al territorio de Osetia del Sur, que desde hace tiempo se autoproclamó independiente de Georgia y cuenta con el apoyo de Rusia. El ataque comenzó por sorpresa y en fuerza el mismo día de la inauguración de los Juegos Olímpicos, cuando los principales mandatarios mundiales estaban en Pekín.

En la cuestión de Georgia, Moscú ha dado a Bruselas un protagonismo que ha negado a Washington

A priori, la operación militar georgiana no tenía sentido, porque hubiera implicado limpieza étnica de población osetia y era de esperar una contundente respuesta militar rusa. Y Moscú lo hizo, con ganas. Desde su misma llegada al poder en virtud de la denominada Revolución de la Rosa, en noviembre de 2003, el presidente Saakashvili fue un peón de la Administración de Bush. Por su parte, los norteamericanos respaldaron la candidatura de Georgia a la OTAN y con pasión.

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La iniciativa formaba parte de la reactivación de un viejo proyecto diseñado por el presidente y caudillo polaco Józef Pilsudski en los años veinte del pasado siglo: un cinturón de estados antirrusos de Europa oriental, con centro en Polonia y compuesto además por los países bálticos, Ucrania y Georgia; la nueva versión siglo XXI parece tener la marca del muy influyente analista norteamericano, de origen polaco: Zbigniew Brzezinski

Y sin embargo, los mismos norteamericanos, comenzando por su presidente, quedaron descolocados ante lo sucedido estos días en Osetia del Sur. Es dudoso que esperaran una acción como la desencadenada por Saakashvili y mucho menos, que la alentaran. Llegados a este punto, y ante lo sucedido en Osetia del Sur y Georgia, cabe hacerse la obligada pregunta clarificadora: ¿qui prodest? ¿a quién beneficia?

Aparentemente, a los rusos, quienes se han sacado una espina que llevaban clavada desde 1991: han dado una respuesta simbólica bien contundente al asunto de Kosovo y en los mismos términos en que lo planteó Washington en su día. Y de paso han dejado malparados los planes para la ampliación de la OTAN por las repúblicas ex soviéticas, que iniciaron las denominadas revoluciones de colores entre 2003 y 2005. Por otra parte, Moscú ha cedido un protagonismo diplomático a Bruselas que le ha negado a Washington, lo que consolida una tendencia en el acercamiento Europa-Rusia ya anticipada por el analista francés Emmanuel Todd hace más de un lustro.

Pero la partida también se ha jugado desde otras mesas. Aunque la prensa occidental pasó de puntillas sobre el asunto y las instituciones diplomáticas mucho más que eso, Turquía y Armenia buscan desde hace meses un acercamiento que llevaría a la reconciliación entre ambos países, arreglaría el contencioso de Nagorno-Karabaj con Azerbaiyán y de paso estabilizaría el Cáucaso en su función de corredor energético entre el mar Caspio y Europa.

Esos tanteos se llevan en el mayor de los secretos, aunque es sabido que se han producido reuniones importantes, entre representantes armenios, georgianos, azeríes y turcos. Uno de los asuntos más delicados de esas negociaciones son los acuerdos sobre los corredores energéticos que unirán al Caspio con Europa.

De momento, el oleoducto BTC es la pieza más importante de ese dispositivo que debería ser una alternativa al suministro de energía desde y en manos rusas, dado que su recorrido transcurre por Azerbaiyán, Georgia y Turquía. Sin embargo, se ha podido comprobar que desde 1991, fecha de su independencia, Georgia ha sido un compendio de problemas más que de soluciones: inestabilidad política, guerra civil, separatismos. Además, tiene frontera con Chechenia y una tortuosa conexión con su conflicto a través del Valle del Pankisi. Pero sobre todo, el BTC hace un largo recorrido extra por el hecho de pasar por Georgia... evitando Armenia. Lo cual, además, lo deja muy expuesto a conflictos.

Hasta el momento, el hecho de que esta república fuera un satélite de Rusia y estuviera enfrentada a Turquía, la excluyó de los negocios energéticos en la zona. Pero las cosas cambiaron, y quien se convirtió en estorbo para casi todos fue el volátil presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili. La insistencia de Bush en apadrinarlo hasta el final, incluso le estaba creando problemas a algunos países de la UE, cuyas compañías petrolíferas son accionistas importantes en el BTC.

Además deben añadirse los desencuentros entre Bruselas y Washington por los numerosos errores estratégicos de la Administración de Bush, y otros problemas de gran calado, como es el origen de la actual crisis económica internacional. Por lo tanto, si dentro de unos meses el BTC fuera rediseñado, atravesando Armenia, la situación cambiaría radicalmente en la zona: menor recorrido y más seguro, estabilización del Cáucaso contando con Armenia y alejamiento de la presión de Washington en esos muy delicados asuntos europeos. Eso es un qui prodest respondido. Ahora falta saber la verdad de cómo y por qué Mijaíl Saakashvili se metió en la boca del lobo aquel 7 de agosto de 2008.

Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea en la UAB.

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