_
_
_
_
_
OPINIÓN | PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ellos no tienen miedo

Soledad Gallego-Díaz

Todos estamos muertos de miedo, los ciudadanos y los políticos, los gobiernos en pleno, aterrorizados, ante el temor que nos agobia cada día de que el sistema financiero pueda naufragar. Hay que aceptar sacrificios, recortes y despidos, los políticos deben someterse a una brutal pérdida de credibilidad ante los ciudadanos, todo ello porque nos amenaza la peor de las catástrofes.

Curiosamente, los únicos que no parecen tener miedo son, precisamente, los responsables y gestores de ese sistema, los banqueros, los ejecutivos de las grandes compañías financieras que dan la impresión de estar mucho más tranquilos que nosotros. Quizás lo menos importante sea lo más visible: hagan lo que hagan, no van a la cárcel. El caso más ejemplar es el de Angelo Mozilo, responsable de la empresa Countrywide Financial, especialista en hipotecas basura y "paquetes tóxicos", al que la reguladora de la Bolsa norteamericana anunció, orgullosamente que imponía una multa de 67,5 millones de dólares. Pagó sin rechistar: se calcula que Mozilo ganó unos 600 millones de dólares en su estupendo cargo.

La crisis no ha venido a causa de locas exigencias de los ciudadanos, sino del tumor provocado por los activos tóxicos

Lo importante, la razón por la que no están asustados ni nerviosos es porque, poco a poco, han vuelto a imponer sus criterios. Ojo, nos dicen, casi todo lo que proponen los críticos, los indignados y sus asociados, todo eso de subir impuestos a los ricos, acentuar la regulación de los mercados, vigilancia estricta y transparencia, puede tener resultados contraproducentes. Mucho cuidado, nos dicen, porque así no se podrá reactivar los mercados de trabajo, ni el crédito, ni podremos salir de la crisis. La culpa de la crisis no la tenemos nosotros, sino los gobiernos que han gastado irresponsablemente. Y tengan en cuenta que son irresponsables no solo cuando gastan sin motivo, como podrían pensar, sino también cuando dedican demasiado dinero a la educación, a la sanidad, a los transportes, a las pensiones o a los minusválidos. Eso es lo que nos ha llevado a la ruina. ¿Por qué van a estar ellos asustados, si la culpa es nuestra?

Pues no. La crisis no la han provocado las locas exigencias de los ciudadanos, sino los ininteligibles paquetes financieros, las hipotecas tóxicas y las operaciones de alta ingeniería. Ellos. Como explicaba en este periódico Xavier Vidal-Folch, el capital de la banca (al que la UE va a destinar tanto dinero) no se ha erosionado fundamentalmente por culpa de la bajada de valor de la deuda soberana, sino por el tumor que han supuesto esos activos tóxicos, de los que ahora, de repente, nos hemos olvidado todos.

Ha habido dinero a espuertas para acallar las dudas. ¿Cuánto habrán gastado en estos últimos años los grupos de presión que trabajan en el congreso norteamericano para defender sus intereses? Abunda el dinero para esas cosas. Claro que no es justo reprocharles falta de honestidad a los lobbies, sino a los congresistas que se animan a hacerles caso y a los políticos que no son capaces de hacerles frente.

Nos engañan como a bobos. La revista polaca Res Publica Nowa explicaba el otro día, a propósito de sus propias elecciones, algo que se puede aplicar a todos nosotros: "Buscamos alguien que tome la responsabilidad, que lleve adelante decisiones en nuestro nombre, que ofrezca una visión, restablezca la confianza en el Estado, nos haga sentirnos libres de las obligaciones de la ciudadanía en los próximos años". Exactamente, eso es a lo único a lo que deberíamos tener miedo. No al fracaso del sistema financiero, a su permanente amenaza, que tan poco les inquieta ellos, sino a que terminemos pidiendo a alguien que nos libere de nuestras obligaciones como ciudadanos. Hay que sacudirse el miedo, y estar seguros de que, pese al clima de incertidumbre con que nos despiertan cada día, es posible recuperar la fe en el futuro. - solg@elpais.es

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_