Un veto infame
Si alguien concedía todavía un ápice de legitimidad a la tiranía homicida de Bachar el Asad, la indiscriminada matanza artillera de Homs, dinamo de la larga revuelta contra el dictador sirio, la cancela inapelablemente. Los muertos de Homs, más de 200, han concitado la indignación de las potencias democráticas, la ira contra numerosas embajadas sirias y gestos como la ruptura inmediata de Túnez (donde comenzó el despertar árabe) con el régimen de Damasco.
Que contra este telón de fondo Rusia y China vetara ayer en el Consejo de Seguridad, frente a los 13 miembros restantes, la moderada propuesta de la Liga Árabe que preveía el abandono del poder por el déspota que aboca a su país a la guerra civil, enluta más la jornada para los sirios y la causa de la dignidad. Y pone de relieve la inoperancia del órgano ejecutivo de la ONU en momentos críticos. Para no imponer su veto, Moscú pretendía, en un insoportable ejercicio de cinismo, que el texto repartiera por igual la responsabilidad del exterminio sirio (casi 6.000 muertos) entre la sanguinaria dictadura y quienes se han levantado contra ella.
Si China es históricamente impermeable a cualquier atropello de los derechos humanos, Moscú ha hecho de Siria, por otros motivos, su bastión en Oriente Próximo. No solo por sus millonarios contratos de armamento con Damasco o para conservar en Tartus su única base naval en el Mediterráneo. El Kremlin, aliado histórico de esta tiranía hereditaria, pierde a raudales influencia en la región, se trate de Irán, Irak o Libia. Y no está dispuesto a repetir el error que abrió las puertas a la OTAN en Libia.
Bachar el Asad, que se jactaba de que la primavera árabe nunca llegaría a sus dominios, la ahoga ya a cañonazos, después de haber traicionado todas y cada una de sus promesas. Los acontecimientos muestran que, incluso con Moscú de su lado, su suerte está definitivamente echada.
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