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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un viaje con riesgos

Israel niega todo carácter político a la gira que Benedicto XVI realiza por Oriente Próximo

Desde que Juan Pablo II contribuyera a minar el comunismo en los años ochenta, el mundo ha podido dar algún crédito a la teoría de que las divisiones de la Santa Sede existen, aunque no sean de combate. Su mismo viaje a Tierra Santa en 2000, el primero de un pontífice después de que el Vaticano entablara relaciones diplomáticas con Israel en 1994, fue un éxito entre israelíes y árabes. Y bien le satisface a la Santa Sede el reconocimiento de esas aptitudes políticas, porque, tras la desaparición del último vestigio de soberanía temporal del Papado, con la unificación de Italia en 1870, el jefe de la Iglesia católica ha querido presentarse al mundo como un desinteresado broker de paz, un poder mediador en lo universal.

Pero esa racha de incursiones en el mundo de la política, de la que la más sonada fue la condena de la invasión estadounidense de Irak en 2003, no es fácil que se prolongue con el largo viaje de Benedicto XVI a Jordania, Israel y los territorios ocupados de Palestina, que comenzó el viernes pasado en Ammán, y hoy se calienta con la llegada del pontífice a la capital de Israel.

El mayor significado político del viaje es, por ahora, el mero hecho de la visita oficial al Estado sionista, cuyo Gobierno es, desde marzo pasado, el más ultraderechista y antipalestino que ha tenido jamás el país. La visita se produce, además, a los pocos meses de la invasión y destrucción de Gaza, donde el Ejecutivo israelí anterior cubrió atrocidades de sus tropas, ahora investigadas y bien documentadas. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya había advertido que el viaje debería carecer de todo contenido político. Y el Papa, con una cierta propensión a la pifia que ha irritado a musulmanes y judíos -como cuando en 2006 ofendió al islam citando a un emperador bizantino poco amigo de Mahoma; o al levantar este año la excomunión a unos obispos del cismático Lefebvre, entre los que uno negaba el Holocausto- parecía haber aceptado esa limitación. Pero la Autoridad Palestina es quien no quiere dejar así las cosas.

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El pontífice alemán llega hoy a Jerusalén y dirá lo que tiene que decir: exhortará a la paz; respaldará la creación de un Estado palestino como solución del conflicto; se dirigirá a la decreciente feligresía católica en la zona, un 2% contra un 25% hace un siglo. Pero la gran incógnita es si tratará de celebrar el miércoles, dos días antes de su regreso, una liturgia en Belén en la que el muro israelí que divide el país se contemplaría prominentemente en los televisores del mundo entero, desafiando, así, la prohibición de Israel. El viaje se debate, por ello, entre un carácter puramente espiritual o pontificio, como mejor correspondería al jefe de la Iglesia, y otro papal, más tocante al jefe de un Estado que, aun sin territorio ni divisiones, constituye toda una realidad política. Benedicto XVI tiene, en todo caso, pleno derecho a expresar su opinión sobre lo que vea.

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