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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La violencia etarra no nos deja indiferentes

La calle está devaluada. Después de ver tantas manifestaciones de la AVT, tantos obispos condenándonos al fuego eterno si hacemos uso de nuestros derechos como ciudadanos de una sociedad laica, tanto vocerío antiterrorista cuya única intención ha sido insultar al Gobierno, en especial a su presidente...

Cuando uno recuerda las imágenes tremendas que han llenado las calles de Madrid estos últimos tres años, se te quitan las ganas de salir, incluso para apoyar actos con los que te identificas, como la manifestación del pasado martes día 4 en repulsa de dos nuevos y atroces asesinatos de la banda terrorista ETA. Si los medios que al día siguiente daban la noticia de la escasa concurrencia piensan que los madrileños nos hemos vuelto insensibles a las atrocidades terroristas etarras, se equivocan. Madrid fue y sigue siendo una ciudad solidaria y sensible con el dolor de las víctimas, pero no todos los madrileños necesitamos de una catarsis violenta y callejera donde cada vez se escuchan más las voces llenas de odio y vesania de los jóvenes bárbaros.

Uno de esos bárbaros gritó el día 4: "España necesita otros dirigentes". Yo le diría que España necesita otros españoles, que no sean como ellos, ni como las señoras que aprovechándose del silencio de una manifestación silenciosa, por respeto a las mismas víctimas, no dudaron en romperlo todo, silencio, respeto, solidaridad, sentido cívico, para gritarle "¡Maricón! ¡Maricón!" a Pedro Zerolo. Y, naturalmente, "¡¡Zapatero, terrorista!!".

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Estoy de acuerdo con la breve y sólida columna de Maruja Torres del jueves 6 al respecto de todo esto. (Y con la de Elvira Lindo, días antes). El hecho de que el martes 4 no nos manifestáramos en masa millones de madrileños, doloridos por los últimos muertos de la banda terrorista, y que no invadiéramos las calles aledañas a la Puerta de Alcalá y no ahogáramos con nuestro estruendo las voces que gritaban "¡Zapatero, terrorista!", etcétera, no significa que no existamos, o que pasemos de la situación, y la violencia etarra nos deje indiferentes.

No.

Significa que estamos hastiados de lo que oímos en nuestras calles y no queremos aumentar su loca algarabía. De todos modos, me da rabia que nuestra ausencia provocara esa media sonrisa de íntima satisfacción en los rostros de los Zaplanas, los Acebes, los Rajoys y las vanas esperanzas. Aunque era de prever, supongo.

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