El viraje danés
Para la primera ministra electa de Dinamarca, lograr un pacto sólido entre partidos que dure una legislatura va a ser una tarea ardua. Los socialdemócratas de Helle Thorning-Schmidt, pese a sus malos resultados, han conseguido, en unas elecciones básicamente económicas, acabar con 10 años de Gobiernos centroderechistas en el país nórdico. Pero cosa diferente será trasladar esa victoria sobre los liberales de Lars Rasmussen a una mayoría política estable. No solo porque la futura coalición danesa dispondrá de una exigua ventaja de cinco escaños en el Parlamento, sino también porque el triunfo del bloque rojo encabezado por los socialdemócratas ha sido posible gracias al enorme ascenso electoral de sus dos dispares extremos: los centristas social liberales por la derecha, y los rojiverdes por la izquierda dura.
La alianza tripartita que pretende la primera jefa de Gobierno danesa está llamada, pues, a mantener divergencias serias sobre algunos aspectos cruciales, desde la conomía (desempleo, impuestos, pensiones) hasta la política inmigratoria del país de escasos seis millones de habitantes. Dinamarca no pertenece a la zona euro (algo que continúa descartando la líder socialdemócrata), lo que le ha permitido ahorrarse los traumas que sacuden a sus miembros, pero sus otrora boyantes finanzas sufren la peor crisis en una década.
El lado más positivo de las elecciones es que han acabado con la decisiva influencia de la ultraderecha, el DF danés, que se mantiene como tercera fuerza política, aunque con tres diputados menos. El partido populista y xenófobo no ha formado parte de los sucesivos Gobiernos de Rasmussen, pero su apoyo al centro-derecha desde 2001 ha condicionado algunas de las más desdichadas decisiones adoptadas por Copenhague, como la draconiana legislación inmigratoria (de cambio improbable, dado el giro derechista socialdemócrata en este ámbito) o el restablecimiento de los controles fronterizos con Alemania.
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