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Reportaje:CINE

Anne, gélida y profesional

Se hizo famosa con 'Princesa por sorpresa'. Se consolidó con 'El diablo se viste de Prada'. Ahora protagoniza 'La joven Jane Austen'. Con 24 años, Anne Hathaway no es una joven actriz más. Tiene la personalidad suficiente como para no decir tonterías del tipo 'glamour Hollywood'.

Hollywood está poblado de actores y actrices jóvenes que aliñan sus conversaciones con adjetivos estridentes pero sin matices: "Increíble, chulísimo, alucinante". Con ellos se pueden referir a su pareja, a su último director, a su perro, a su coche o a su sesión diaria de pilates. Cuando eso no ocurre, como en el caso de Hathaway, resulta imposible no sorprenderse.

Su conversación no sólo tiene sustancia, sino que está salpicada de expresiones como "éxtasis exquisito" o "plenitud intelectual". Algunos podrían pensar que está intentando emular a su último personaje, la escritora Jane Austen, a la que da vida en La joven Jane Austen, que se estrena en España en octubre. Pero no es así. Anne Hathaway, de 24 años, nunca se ha sentido identificada con el mundo de glamour y superficialidad que parece decorar la vida de las estrellas. Le preocupa más alimentar su espíritu que su ego, y valora, ante todo, la privacidad.

"No salgo de marcha. Prefiero cena en casa y charla con amigos. A veces pienso que no pertenezco a este siglo"

El encuentro con EPS se produce en el hotel Regency de Nueva York, la ciudad que ha escogido para vivir: otro detalle que la diferencia de la mayoría de las estrellas de Hollywood. "Los Ángeles no me gusta, me siento muy sola. En Nueva York, en cambio, me siento mucho más yo, me siento entendida. Para vivir aquí estás forzado a relacionarte con la gente. En Los Ángeles, en cambio, pueden pasar días sin que te comuniques con nadie. Además, adoro el metro de Nueva York".

Hathaway es correcta y afable, pero quizá porque su piel es blanca como la porcelana ?y contrasta premeditadamente con el vestido violeta que ha elegido para la entrevista?, o porque sus ojos grandes escrutan de arriba abajo y con aire distante a su interlocutor, la sensación que uno tiene al estar con ella es que está ante una mujer gélida. Controla tanto cada una de sus palabras que apenas deja translucir ningún tipo de sentimiento.

Ella asegura que tiene mucho de romántica, ya que no hay nada como "entregarse a alguien por completo y que esa persona responda", pero también se confiesa "pragmática". Por eso cuando le ofrecieron el papel de Jane Austen sopesó mucho su decisión y finalmente decidió lanzarse a la piscina y "bucear en el personaje". "Era la única manera de no pararme a pensar si me habría equivocado. Yo creo que deberían haber escogido a Kate Winslet o a Emma Thompson, pero optaron por mí, así que decidí aceptar el reto".

Cuando hace un año se supo que la protagonista de Princesa por sorpresa (I y II) había sido elegida para encarnar a una de las escritoras británicas más admiradas de todos los tiempos, la crítica puso el grito en el cielo. "Es normal. Yo también lo habría pensado", admite ella sin rubor. Aquella saga sobre una quinceañera que tiene que aprender a ser princesa la lanzó al estrellato con 17 años. Y después siguió en la misma línea con Ella Enchanted (Hechizada), otro filme sobre reyes y príncipes rosados. Pero la percepción que la industria tenía de ella cambió radicalmente en 2005 gracias a Ang Lee, quien la transformó en la ambiciosa y dura esposa de uno de los dos protagonistas gays de Brokeback Mountain. "Hasta que no se estrenó la película de Ang Lee no fui consciente de la imagen de niña buena que se había creado la gente sobre mí. Siempre he intentado hacer lo que me interesaba, y aunque sé que escogí películas que pueden parecer iguales, en aquel momento para mí no lo eran. Yo entonces aún no sabía lo importante que es construirse una gama de personajes; no era consciente de que estaba cometiendo un error, ni de que mis elecciones podían estar poniendo en peligro mi futuro".

Como actriz tiene talento, algo que la crítica primero reconoció con sorpresa en Brokeback Mountain, después reiteró en El diablo viste de Prada, donde se midió con Meryl Streep, y ahora afirma a bombo y platillo tras el estreno en Estados Unidos de La joven Jane Austen. "La película es un triunfo para Anne Hathaway", escribía el crítico Stephen Holden en The New York Times. Y eso a pesar de que nadie ha alabado abiertamente la película por considerarla un "intento fallido" de novela de Jane Austen.

En realidad, la trama del filme bien podría haber salido de uno de sus libros, ya que explora el supuesto romance frustrado, a finales del siglo XVIII, entre Jane Austen y Tom Lefroy (interpretado por James McAvoy), un abogado irlandés que después llegaría a ser uno de los grandes jueces de ese país. Pese a que la idea generalizada es que la gran escritora británica de principios del siglo XIX fue una solterona que nunca conoció el amor y por eso escribía novelas románticas, Julian Jarrold, director del filme, ha hecho una interpretación libre de lo que podría haber sido el gran amor frustrado de su vida, según diversos documentos históricos. "Hay gente que se ha enfadado porque ha creído entender que sugerimos que Jane Austen necesitó de un hombre para inspirarse, pero ésa nunca fue nuestra intención. En la película queda claro que Jane Austen es una gran escritora antes de conocer a Lefroy y que esa relación no tiene nada que ver con el hecho de que ella escribiera novelas románticas. Saber que tuvo un amor hace su propia historia personal más conmovedora? Conoció el amor y lo perdió por circunstancias fuera de su control, eso es durísimo".

Es difícil imaginarse a famosas de tabloide como Lindsay Lohan o Paris Hilton hablando de Jane Austen. En cambio, resulta fácil entender que Hathaway devore los libros de una escritora "valiente, independiente y que se adelantó a los tiempos", entre otras cosas, porque está estudiando literatura inglesa en la Universidad. "Las he releído todas varias veces y siempre descubro algo nuevo sobre los personajes. Sus observaciones son agudas, inteligentes, creo que es muy difícil encontrar una novela que te entretenga y además te satisfaga intelectualmente; ella lo logra".

Hija de una actriz y de un abogado de Nueva Jersey, Hathaway no tiene reparo en declararse "diferente" de muchos de sus coetáneos. "Creo en los buenos modales, no me importa demasiado si una persona ha tenido una buena educación o no, pero los modales son importantes para mí. No me gusta hablar por teléfono, prefiero los encuentros cara a cara; tampoco me gusta enviar mensajes de texto, escribo notas. No salgo de marcha. Prefiero una cena en casa y luego charlas de madrugada con mis amigos. Creo que soy más aburrida que el mundo moderno. A veces pienso que yo no pertenezco a este siglo. Me gusta la idea de que antes el tiempo corriera más despacio, aunque no cedería ni un ápice de la libertad que tengo como mujer para regresar al siglo XIX".

Entrar en el universo de la moda con El diablo se viste de Prada le resultó "interesante", pero la película, que narraba las peripecias de una aprendiz de periodista a las órdenes de la directora de la principal revista de moda de Nueva York, no la ha convertido en una adicta al diseño. "Me gusta el glamour y me fuerzo a vestirme y arriesgarme para la alfombra roja, pero en general prefiero la ropa cómoda a la sexy; es más, creo que desde que hice la película esa tendencia se ha acentuado".

Apenas tiene nueve títulos en su filmografía, pero ya se ha medido con dos de las grandes, Meryl Streep, su despiadada jefa en El diablo se viste de Prada, y Julie Andrews, su abuela en Princesa por sorpresa ¿Qué aprendió de ellas? Ante esa pregunta, casi todas las actrices jóvenes recurren a los adjetivos halagadores y estridentes. Hathaway no: "Ambas han conseguido tener vidas privadas plenas y además carreras de éxito, así que descubrir que eso es posible significa mucho".

Entre los titulares que ha dado a lo largo de su corta pero intensa carrera se incluye haber mostrado los pechos en una pequeña película independiente, Havoc, dirigida por la célebre documentalista Barbara Kopple, con quien comenzó a dar el giro profesional que la alejaría del cine de princesas. En un país tan puritano como Estados Unidos, aquel atrevimiento no gustó. "No voy a perder el tiempo en opinar sobre lo que otros opinaron. Cuando la desnudez se trata como algo de lo que habría que avergonzarse, creo que hay un problema. Hago las películas que quiero hacer y punto. Además, un par de pechos en una película nunca mataron a nadie".

Su claridad de ideas también se refleja en sus elecciones personales. Desde hace varios años trabaja como embajadora de la Fundación Follieri, de su novio, un empresario de Nueva Jersey, dedicada a mejorar la salud de los niños en países en desarrollo. "Siempre he intentado ayudar como voluntaria en diversas instituciones; ahora puedo utilizar mi persona pública para llamar la atención sobre problemas desconocidos. Creo que con el aumento de la fama también aumenta la responsabilidad de utilizarla para influir en la opinión pública y cambiar ciertas cosas".

Pero esa responsabilidad tiene un límite, y al ser preguntada por sus opiniones políticas se eriza como un gato. No obstante, se atreve a decir: "La gente tiene que entender que EE UU no es necesariamente su Gobierno. Creo que la Administración de Bush está haciendo cosas que no son beneficiosas ni para nuestro país ni para el mundo, pero no es mi papel decir cuáles son. Eso sí, me gustaría que dejaran de hacerlas". Y zanja el tema con un silencio frío.

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