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Creencias, intuiciones y embustes

Javier Marías

Tan rápido va todo que cuando estas líneas vean la luz, dentro de dos semanas, casi todo el mundo habrá opinado sobre las palabras en Pozuelo del ex-Presidente Aznar (“el mejor de la democracia”, según unos cuantos), y las habrá olvidado. Me disculpo, pues, por la probable superfluidad de este artículo, y me permito recordarlas: “Todo el mundo pensaba que en Irak había armas de destrucción masiva”, dijo Aznar (conservo sus habilidades sintácticas y gramaticales pero los subrayados son míos), “y no había armas de destrucción masiva. Eso lo sabe todo el mundo y yo también lo sé. Ahora. Yo lo sé ahora. Mm. Tengo la ? problema de no haber sido tan listo de haberlo sabido, mm, antes. Pero es que, cuando yo no lo sabía, pues nadie lo sabía. Todo el mundo creía que las había, ¿sabes? Entonces es un problema, porque las decisiones hay que tomarlas no a toro pasado, sino cuando está el toro sobre el terreno, y es ahí cuando hay que torear. Torear con cinco años de retraso, esa es tarea de los historiadores”.

Vale la pena detenerse no ya en lo que dijo el ex-Presidente, sino también en lo que vino a decir. Y lo que vino a decir fue esto: 1) Que en 2003 se guió sólo por creencias, intuiciones, tal vez rumores. 2) Que eso, sin embargo, no le impidió declarar en febrero de aquel año: “Todos sabemos que Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva”, o “El régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva. Puede estar usted seguro. Y pueden estar seguros, todas las personas que nos ven, que les estoy diciendo la verdad. 3) Que, por tanto, en 2003 mintió a todos los españoles, puesto que ni sabía ni estaba seguro ni decía la verdad que dijo decir, sino que pensaba que había armas y de hecho no lo sabía. 4) Que, en consecuencia, tomó una decisión tan grave como impulsar, propugnar, respaldar, semideclarar (¿qué otra cosa sino una semideclaración de guerra fue la reunión de las Azores en la que figuró destacado?) y participar en una guerra de invasión guiado sólo por sospechas, creencias e intuiciones (a las que tan dado es, por cierto, también su sucesor Rajoy). 5) Que semejante decisión la tomó pese a la opinión contraria de casi todos los demás partidos políticos y del 89% de la población española, que se manifestó masivamente con el fin de disuadirlo; y que la tomó sin certeza alguna de aquello sobre lo que aseguraba tenerla, sino porque “todo el mundo pensaba ?” y él igual. 6) Que para él “todo el mundo” todavía significa Bush y Blair y alguno más, porque lo cierto es que gran parte del verdadero mundo (incluyendo a Francia, Alemania, Rusia, despachadas entonces despectivamente como “la vieja Europa”, caduca y cobarde) no pensaba eso, o, si lo hacía, no con la ligereza suficiente para emprender la guerra que él sí emprendió; y así lo hizo saber, para irritación y despecho de Bush y del propio Aznar. 7) Que él creía que había un toro suelto sobre el terreno, cuando los espadas Bush, Blair y Aznar no es que se lo hubieran encontrado corneando en medio del campo, sino que lo sacaron ellos al ruedo para lucirse con sus faenas: el toro no estaba allí, sino que ellos se lo inventaron. 8) Que las muertes de más de tres mil americanos y centenares de miles de iraquíes ?y las que se añadirán?, producidas durante de la Guerra de Irak o como consecuencia del desbarajuste que ha causado, se deben en parte a que él tiene “la problema de no haber sido tan listo” para haber sabido “antes” lo que sin embargo antes dijo que sí sabía a ciencia cierta. Y 9) Que sus embustes, su frivolidad, su chulería con sus compatriotas, su servilismo con los más poderosos, su desdén por las opiniones discrepantes, su ciega y sorda confianza en Bush y Rumsfeld (que tal vez lo engañaron, pero él no se lo tiene en cuenta), su corresponsabilidad en el desastre iraquí y ?por imprudencia e imprevisión? en lo que pasó luego en Casablanca y Madrid, no son suficiente carga sobre su conciencia como para pedir disculpas y abstenerse de opinar de política lo más que pueda, tras tan mayúscula y catastrófica metedura de pata.

Otro tanto cabría decir sobre el actual Partido Popular en pleno, que secundó con entusiasmo sus intuiciones, creencias y conjeturas y además tuvo el pésimo gusto de prorrumpir en una ovación alborozada tras la votación en el Congreso que aprobaba aquella guerra. Allí estaban Rajoy, Zaplana y Acebes y demás. Lo que el PP no comprende es que hay muchos ciudadanos, no especialmente partidistas, que no lo volverán a votar mientras estén a su frente los mismos que decidieron y aplaudieron el inicio de la escabechina. De la misma manera que muchos no estuvieron dispuestos a votar al PSOE mientras a su frente siguieran los mismos que habían amparado los crímenes del GAL, o que algunos no lo han estado (ay, no los bastantes) a votar al PNV tras su Pacto de Lizarra con ETA. No es que al PP se lo quiera “arrinconar” ni “expulsar del sistema”, como se quejan hoy sus dirigentes y sus esbirros radiofónicos (¿o serán sus amos?), sino que él mismo se enajenó a buena parte de la ciudadanía el día en que llevó sus mentiras demasiado lejos y nos involucró, para nuestra vergüenza y desolación, en una guerra injusta e ilegal. Y la gente es olvidadiza, desde luego. Pero quizá no tanto. Y además ahí está Aznar, por fortuna, para refrescarnos la memoria de vez en cuando.

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