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Tribuna:MANERAS DE VIVIR
Tribuna
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Elogio de la infidelidad

Rosa Montero

Hace un par de semanas, Sarkozy cometió su penúltima metedura de pata al salir de una reunión con sus ministros llevando una carta comprometedora bajo el brazo. Sarkozy, ya se sabe, es una mina para la prensa; su permanente agitación y su autocomplaciente exuberancia lo convierten en una presa tentadora. Aun así, resulta sorprendente lo mucho que le interesa al personal el tema de la infidelidad. Todos los periódicos del mundo han reproducido la insustancial carta que llevaba, han elucubrado sobre la posibilidad de que fuera de una amante y han terminado publicando la explicación oficial: una mujer ha reconocido su autoría y ha declarado que era una misiva para Cecilia, la esposa del político. Que Sarkozy tenga o no una amante me parece un asunto baladí; lo verdaderamente inquietante es que se dedique a leer cartas personales en las reuniones con sus ministros, y que sea tan panoli como para salir con la hoja bien visible y permitir que todo el mundo se la fotografíe.

"El adulterio es una realidad secreta y subterránea, pero es más común de lo que la gente cree"

Pero, al hilo de todo esto, me puse a rumiar sobre la condición humana, utilizando a Sarkozy como una mera excusa para el juego. Hipótesis uno: pongamos que la carta fuera de una amante. ¿Por qué la llevaría tan a la vista? Pues tal vez por un pueril exhibicionismo, o por esa pulsión fatal que lleva a delatarse a tantos adúlteros, esa culpa que te picotea las entrañas y hace que vayas regando el mundo de pistas incriminatorias; o quizá, así de retorcidos somos todos, para darle celos a su esposa. Y, ya que hablamos de retorcimientos, imaginemos la hipótesis dos: que la carta fuera para Cecilia, efectivamente, y que quien estuviera celoso fuera él y le estuviera enviando a su mujer el viejo y elemental mensaje de despecho: "Te he pillado". Los infiernos íntimos, desde luego, pueden ser condenadamente infernales. Los infiernos de los celos, de la inseguridad y de la paranoia.

Según una reciente encuesta, casi la mitad de los españoles lee a hurtadillas los mensajes de los móviles de sus parejas. Mal hecho, muy mal hecho. Uno no debería empeñarse en conocer algo que en realidad no desea saber. Más aún, es una hambruna escrutadora que no tiene fin y que termina convirtiéndose con demasiada facilidad en obsesión y locura. Puede que el móvil de tu cónyuge se revele hoy inocente, pero ¿qué pasará dentro de una hora? ¿Y mañana?

Creo que nuestra sociedad concede demasiada importancia al acto sexual, al hecho físico, cuando el sexo, en realidad, está sobre todo en nuestras cabezas. El adulterio es, por definición, una realidad secreta y subterránea, pero es mucho más común de lo que la gente piensa. Un interesante estudio patrocinado por Nordic Mist descubrió que el 37% de los hombres españoles y el 35% de las mujeres habían sido infieles a sus parejas alguna vez, y, cuanto mayores eran los encuestados, más aumentaba el porcentaje. Natural: la costumbre desgasta, el sexo decae con el paso del tiempo y la convivencia puede crear lazos afectivos y solidarios muy profundos, pero también un asfixiante sentimiento de rutina. Y, así, además de este tercio largo de la población que se confiesa infiel, ¿quién no ha deseado o imaginado alguna vez una relación con alguien distinto a su pareja? Sinceramente, yo no veo demasiada diferencia entre tener una aventura real o desear ardientemente hacerlo y no atreverse. Entre meterse en la cama con un tercero o estar en los brazos de tu cónyuge mientras imaginas que es otra o es otro.

Si algo he aprendido con la edad es lo difícil, lo agónicamente complicado que resulta quererse, por más que las parejas siempre suelen comenzar ansiosas de hacerlo. Tú deseas amar al otro con toda tu voluntad y todo tu corazón, pero luego, la mayor parte de las veces, no sabes hacerlo. Todo es tan complicado, en fin, que no creo que en este terreno haya fórmulas magistrales ni consejos infalibles: cada cual ha de buscarse su equilibrio como pueda. Pero sí sé que la fidelidad, esa gran palabra, es un concepto equívoco, una entelequia que puede causar daño y angustia. Yo prefiero la lealtad a la fidelidad: querer y respetar a tu pareja, atenderla y entenderla, cuidar de ella. Y creo que, a veces, una infidelidad intrascendente y discreta puede mejorar tu relación conyugal porque te permite jugar a ser otro. Y eso es lo que de verdad se dirime en las infidelidades: la ambición, tan humana, de ser quien no se es. Sí, la tópica cana al aire puede ayudarte a renovar el amor por tu cónyuge. Pero para eso no debes espiar los móviles ajenos ni llevar con sarkozyana ostentación las cartas íntimas.

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