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Reportaje:FAMILIA

Niños sin límites

Alumnos que maltratan a alumnos, alumnos que cambian de colegio e incluso de ciudad a causa de malos tratos, padres que atacan a maestros, alumnos que atacan a profesores, padres que denuncian a sus hijos por malos tratos (las denuncias no paran de aumentar y sólo en España la cifra es superior a seis mil al año). La lista es extensa y abrumadora. El tema ya no es anecdótico. Algo no va. Algo falla, y mucho.

Aunque el tema es complejo y hay cuestiones que también forman parte del puzzle, como la falta de conciliación de la vida laboral y personal, medios y empresas que promueven una sociedad cada vez más competitiva y bulímica, entornos virtuales de ocio donde se premia la violencia y la trasgresión ..., quizá cabría iniciar la reflexión desde lo más cercano al niño: los padres y su responsabilidad a la hora de transmitir los valores que incluyan la convivencia en armonía, el respeto del otro, de su dignidad, de su vida.

Probablemente hemos pasado de una familia de “ordeno y mando” a un entorno donde abundan la laxitud, la renegociación permanente y, en muchos casos, la renuncia, el absentismo o la dimisión de ejercer de padres. Del arquetipo imperante basado en un padre crítico y exigente se ha pasado a otro bien distinto: el padre laxo, sumamente permisivo, dimisionario o ausente, representante de lo que Javier Elzo, catedrático de Sociología en la Universidad de Deusto y uno de los mayores expertos de nuestro país sobre los valores y comportamientos de los jóvenes, define como la tipología de “familias laxistas”. Esta laxitud se traduce en un dejar hacer a los hijos lo que les apetezca, ya que la imposición del límite, la confrontación o la gestión del conflicto requiere un tiempo que se prefiere invertir en otras cuestiones más placenteras.

No nacemos sabiendo ser padres. Aprendemos a ello y aprendemos practicando. No hay otra manera. Y si no practicamos a su debido tiempo, luego no podemos gestionar al adolescente de más de metro setenta y más de setenta kilos de peso. Especialmente el oficio de educar requiere una inversión a largo plazo y una adaptación continua a las demandas y necesidades del educado.

El problema que nos ocupa ante los casos de bullying y similares tiene que ver probablemente con una escasa o nula alfabetización emocional y de valores de padres a hijos. Del mismo modo que la ternura, el afecto, la caricia, el beso, la palabra cariñosa es imprescindible, también lo es, por supuesto el “no”, el límite, la prohibición de determinados comportamientos, la frustración o la postergación del placer.

Todo ser humano debe conocer cuáles son sus propios límites, así como cuáles son los límites necesarios de su actuación en convivencia con el otro. Si el joven no ha tenido límites en su infancia, no sólo hará la vida imposible a las personas de su entorno para obtener lo que desea cuanto antes y a cualquier precio, sino que además carecerá de una propia conciencia de sus verdaderas necesidades, de sus verdaderos límites y, en consecuencia, de su identidad. Porque lo que nos moldea es lo que hemos tenido que superar, elaborar, trabajar y dar un sentido para tirar adelante. Somos lo que superamos, somos lo que incorporamos a través del trabajo y del esfuerzo. Si el premio o el regalo es permanente y sin motivo, si la demanda a pataletas es callada complaciendo el deseo sistemáticamente, se termina banalizando todo: el objeto deseado, el que aporta dicho objeto y el propio deseo. Entonces, nada importa, nada cuesta, nada vale. Por eso en las consultas de psicólogos especializados en adolescentes abundan cada vez más las depresiones y otros males mayores que nacen del “como tengo todo lo que quiero, nada vale la pena” o “me intenté suicidar porque quien me gusta me dijo que pasaba de mí”.

La mala leche, la pataleta, el berrinche, la bofetada gratuita, se aprenden y se incorporan al comportamiento, bien por imitación, bien por permisión. No son “cosas de niños” ni “juegos de críos”, nos va el futuro en ello. Quizá es necesario recuperar y lustrar palabras como respeto, responsabilidad, esfuerzo, diálogo, voluntad, entrega, generosidad, paciencia... Quizá deberíamos dedicar tiempo a hablar sobre en qué consisten estos conceptos con nuestros hijos y realizar tareas que los lleven a la práctica. Como dice el lúcido filósofo francés André Compte Esponville, “nacemos mujeres y hombres, pero devenimos humanos”. Si hemos traído aquí a nuestros hijos, seamos responsables de su “humanización”. Un “todo vale” hoy deviene un “todo vale” mañana. Y en ese “todo vale” están las semillas de la violencia futura, del narcisismo, de la idiocia moral, incluso de la psicopatía con todas sus consecuencias.

Para leer

El libro Víctimas y matones o El adolescente problemático, del doctor Paulino Castells, así como las obras del doctor Javier Elzo, nos brindan interesantes reflexiones sobre la violencia entre niños y jóvenes y posibles caminos para su gestión. Lecturas muy recomendables que nos proporcionan herramientas de gestión de estos graves problemas.

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