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Reportaje:TRANSGRESORES

Santiago Cirugeda, el agitador de la arquitectura

Anatxu Zabalbeascoa

Es un arquitecto alegal. Aprovecha vacíos en la ordenanza para construir en solares o azoteas. Es la otra cara de la moneda de los arquitectos amos del universo, que concibe su profesión como una forma de solucionar problemas y no de crearlos. Se está convirtiendo en una estrella.

"No empecé protestando, sino solucionando. Puse columpios sobre contenedores en un descampado para el barrio"
"No he visto profesión más soberbia. Como arquitecto, o eres borde o aparentemente intelectual o no te valoran"

Solar entre medianeras en el barrio madrileño de Lavapiés. El fotógrafo retrata a Santiago Cirugeda (Sevilla, 1971) en ese hueco entre dos edificios. Se han colado tras la valla. Cirugeda se detiene a mirar unas vigas de madera: "Con esas vigas hacía yo virguerías", se ríe. Calle de la Torrecilla del Leal. Olor a lejía de la cervecería junto al solar. Trapicheo en la esquina con la calle de la Escuadra. Muy cerca, en la calle del Olivar, Cirugeda levantó hace unos años un alojamiento temporal. Con un edificio hecho en pocos días ocupó un solar. El inmueble se convirtió en un centro para una asociación del barrio. A eso se dedica este arquitecto. A edificar en solares desocupados, a aprovechar vacíos legales para levantar viviendas en azoteas, a construir parques para los ciudadanos hartos de vivir sin parque y al lado de un descampado.

La arquitectura, aliada tradicional del poder, ¿puede aliarse con la agitación?

Aunque hoy represente más el espectáculo que el compromiso social, puede aliarse con cualquiera. La arquitectura da un servicio igual a la Administración que a la gente sin hogar.

¿Se hizo arquitecto para demostrar que los arquitectos no son necesarios?

Desde pequeño tenía vocación de intervenir, de cambiar cosas en la ciudad. Ingenuamente, pensaba que siendo arquitecto podría hacer más cosas. Luego, con la educación que recibí me di cuenta de que no hacía falta. Se puede y se debe hacer una ciudad con otras herramientas que no son la arquitectura.

¿Qué herramientas?

El asociacionismo, la clandestinidad. Una movilización puede cambiar más una ley que cualquier arquitectura. Puede solucionar problemas de habitabilidad, de acondicionamiento. En el trabajo que hacemos, la forma final de la arquitectura importa muy poco. Da igual que sea plástico negro o blanco.

¿Por qué quería ser arquitecto ya de niño?

Porque las ciudades me parecían horribles. Con huecos, con lugares desperdiciados, faltos de uso.

¿Cómo se da cuenta un niño de que una ciudad no funciona?

Yo soy sevillano. El centro histórico de Sevilla es el mayor de España con diferencia, catalogado. Pues no había columpios.

¿Y siendo usuario de columpios tomaba ya nota de las carencias urbanas?

Desde que tengo uso de razón recojo basura para hacer cosas. Mi madre lo sabe. Ella dice que hoy hago lo mismo que hacía de pequeño. En eso soy afortunado. Por lo demás, me fastidian y me fascinan los lugares vacíos.

¿Por qué?

Son lugares irreales, en stand by. Todavía no son, pero pueden ser. En los sitios deben ocurrir cosas. Y allí nunca pasa nada.

¿Horror al vacío?

No. No es una cuestión estética. Es que necesito que se usen las cosas. Siento urgencia por dar vida a las cosas que no la tienen y que deberían tenerla: un solar, un edificio vacío. Creo en el reciclaje de lugares tanto como en el de objetos.

¿Los arquitectos son demasiado obedientes? ¿Nunca repiensan la ciudad?

Hay de todo. Pero todos participan en los concursos que convocan los políticos y la actitud crítica es mínima. Hay un servilismo absoluto. Hay tantas ganas de construir, tantas ganas de poner ahí tus huevos, que uno deja hasta de pensar. Hay, eso sí, mucha elegancia en las formas, mucha elegancia en el trato político. Yo apenas veo arquitectos que pongan en juego su vida laboral por quejarse por algo injusto.

¿Le asusta poner en juego su vida laboral?

Ese miedo viene de vez en cuando. Pero como todo lo que hemos planteado lo hemos construido... He construido más como estudiante de arquitectura que como arquitecto. Ahora volvemos a hacer unas casas autodenunciadas que ya hice hace siete años. Viviendas ilegales para intentar buscar un protocolo legal que legalice esa situación.

A la gente que no tiene casa, a los jóvenes sin vivienda, ¿les aconseja que salgan a la calle a protestar? ¿Que tomen la calle?

La protesta pacífica es importante. Durante años me he nutrido de los correos electrónicos que llegan (www.recetasurbanas.com) con gente que cuenta sus problemas, sus dudas sobre la vivienda. Te piden ayuda técnica para poder hacerse una casa. Y soluciones hay muchas.

¿Tiene muchas?

Hay montones. Las cooperativas nórdicas: "Danos suelo, nosotros construimos". No somos propietarios de la casa, pero la utilizamos toda la vida. Rehabilitemos edificios públicos y luego utilicémoslos nosotros.

¿No hay ganas de solucionar el problema?

Ganas por parte de los jóvenes es muy difícil. Pero aun así, hay algunos echados para adelante. Tienen un pequeño ahorro y se quieren esforzar en hacer una casita.

De las suyas, ilegales, claro.

Sí, claro.

España es uno de los países con más propietarios. Seguramente hay más hipotecas asumidas que ganas de salir a la calle. ¿Cómo convence a un joven con cuatro duros para que los invierta en una vivienda ilegal que puede perder?

Un ejemplo. Mi amigo Pepe lleva siete años en una vivienda ilegal. Tiene una casa estupenda en una azotea.

¿De quién es la azotea? ¿De su familia?

Nada de eso. Estamos llegando a acuerdos con comunidades de propietarios con pocos recursos. Se pueden construir casas en la azotea con un contrato entre ellos. El inquilino paga un alquiler y gastos de comunidad. Con eso limpian la escalera o pintan la fachada. Todos ganan.

¿Usted ha tenido problemas con la ley?

Claro. Cuando puse los columpios en las cubas para hacer un parque tuve que ir a comisaría. O cuando puse los andamios para agrandar unas viviendas. Ahora he hecho una demolición en Fuerteventura. Contraté una excavadora para cortar una carretera. Y se ha cortado.

¿Para qué?

En Fuerteventura se hizo esa carretera de varios kilómetros para una urbanización que se paralizó en los tribunales. La obra está parada, pero la carretera no desaparecía. Hicimos unos carteles explicando un supuesto proyecto del Cabildo para acabar con todo aquello. Luego contraté a un señor y levantó la carretera. Es una manera de intervenir directamente. Los que más incumplen la normativa suelen ser los de la Administración pública.

¿Cuándo decidió protestar y por qué?

No empecé protestando, sino solucionando. Muy tímidamente, cuando puse columpios sobre contenedores en un descampado para que el barrio tuviera una zona de juegos, creo que solucioné una carencia.

¿No empezó agrandando la casa de sus padres?

A la vez. Yo tenía el problema de la mayoría de los jóvenes: que viven con sus padres y no pueden tener la intimidad que necesitan. Ocupé la azotea. La conecté al piso de mis padres con un tubo. Luego, por problemas familiares, me fui de casa. Y me puse a hacer casas para otros. Porque no tenía ganas de romper esa vida familiar que teníamos.

¿Cuántos son en su casa?

Éramos cuatro chicos, uno de mis hermanos falleció. Y de ahí vino toda esa historia, nuestro problema.

Y su padre, coronel del ejército, ¿qué cara ponía ante sus ocurrencias?

Siempre ha respetado mi actitud. Le cuesta entender mis replanteos legales, porque tiene unas convicciones muy fuertes. Él me animó a estudiar arquitectura.

¿Sus hermanos qué hacen?

Uno es abogado; el otro, economista. Y el que falleció era militar.

¿Su madre?

Ama de casa. Pero trabaja más que todos nosotros juntos. Y es animadora absoluta de las cosas que yo hago. Cuando puse los columpios me decía: "Yo voy con mis amigas, nos sentamos allí, y si la gente no los usa, les animamos a que se monten". No hizo falta. Se usaron mucho. Pero yo no hacía las cosas por denunciar. Yo hacía lo que hacía falta. Luego fui tomando conciencia de que hacer lo que nadie ha hecho es protestar. Ponerte a solucionar problemas puede ser protestar. Pero yo no era protestón. De hecho, necesitaba mucha serenidad, porque tenía que estudiar la ordenanza y ver por dónde fallaba para interpretarla.

¿Se ve poniendo tornillos toda la vida?

Creo que sí. Los proyectos que estamos haciendo funcionan todos con tornillos. Y eso, además de abaratar la construcción, hace que le tomes más cariño a lo que haces. Además, como montar cosas con tornillos requiere plazos tan cortos, te relacionas con la gente que va a ser usuaria. A mí me gusta. El otro día suspendí una exposición en Nueva York por irme a poner tornillos a Granada. Eso sí que es una experiencia personal, tres días poniendo tornillos juntos.

Ese mundo de charlas y exposiciones en las que participa para financiarse, ¿no teme que le aparte de su objetivo?

El mundo del arte es muy caprichoso. Si al mundo del arte le da por pasar de mí, yo voy a seguir haciendo lo mismo.

¿Qué opina del mundo del arte actual?

El mercado está condicionando mucho el trabajo de los artistas. Eso no es malo. Lo malo es que condicione su criterio.

¿Para qué quieren los ricos, que son los que pueden comprar arte, meterse lo subversivo en casa?

Seducción pura y dura, ¿no? Lo que gusta es lo que no tienes. También los políticos se dedican a seducir.

¿Con usted lo han intentado?

Hay políticos que se dedican a eso. A mí me han propuesto que haga algo más cercano a sus propuestas que a lo que yo quería: un uso distinto para el suelo urbano. Puedo entender a amigos que han caído en la seducción. Un mal momento, una enfermedad, una racha de soledad. Puedo entender que uno, un día, acepte participar en un concurso en el que no es legal ir ya como ganador. ¿Vas a hacer mal el proyecto? No. Entiendo la tentación. Pero ahora mismo tengo la fortuna de trabajar en un colectivo, una red de amigos. Si yo estoy más hundido, ellos están trabajando, poniendo contenedores o reciclándolos o haciendo un centro social.

Las lagunas de las ordenanzas, que son su campo de acción, ¿terminarán un día?

No. No se acabarán nunca porque la ilegalidad es una cosa tan antigua como la propia ley. La ilegalidad normalmente se aplica al beneficio económico puro y duro, y en nuestro caso planteamos ciertas ilegalidades no como un fin, sino como un medio. Lo que hacemos es tratar de cambiar la situación y llegar a legalizar situaciones diferentes. Siempre habrá que replantear la legislación. Es parte de su lógica. Las legislaciones deben evolucionar y hacerse mejores. No se puede ser perezoso para cambiar las cosas.

¿Se tiene que ser joven?

Conozco gente mayor mucho más joven que los jóvenes. Gente que viene de otra radicalidad, de otras posiciones ideológicas. La gente joven hoy vibra muy poco. En las asociaciones, los jóvenes se hacen visibles, pero a nivel general, la cosa de la juventud va mal.

¿Cómo lo nota?

Para empezar, por el alumnado. No doy clase en una universidad, sino en veinte. Hago talleres. Y siempre pregunto por el alumnado. La opinión en los últimos quince años es siempre la misma: más acomodado, menos curioso, más competitivo... La posición crítica o la vas reforzando de joven o estás perdido. Si no lo haces, al final te tragas una hipoteca, un trabajo de mierda y lo que haga falta. Es tan sencillo como eso. Y hay gente vieja alucinante. El otro día en Ginebra conocí a un arquitecto, Hans Peter Muller. Vivía en una casa hinchable. Treinta y cinco años llevaba allí. Se hartó de los procesos ideológicos y dijo: "Para teoría, vosotros. Yo me voy para otro lado. Me voy a hincharla".

¿No se cansa de vivir fuera de la ley?

No me canso porque no vivo fuera de la ley. Planteo legalidades continuamente. Vivo alquilado. Tengo un coche de segunda mano. No tengo propiedades. Lo que cansa es replantear continuamente la legislación. Eso sí.

¿A su madre no le preocupa que no tenga casa?

Pues sí. Obviamente, mi madre, como buena madre española, siempre me dice: "Santi, intenta comprar la casa. Habla con el casero. A ver si te compras un coche mejorcito". Pero como dice mi hermano mayor: tiene que haber gente de todo tipo. Claro que hay malas rachas...

¿Por qué hay tan pocos arquitectos socialmente ejemplares?

Porque no están claros los cauces. No sabrán cómo trabajar. Es más clara la estrategia de ganar un concurso que plantear un trabajo colectivo. En la escuela de arquitectura aprendes que una de las vías para trabajar son los concursos. Pero nadie se plantea que un concurso es tratar de solucionar con una pieza arquitectónica la ciudad que otros han inventado en un pliego de condiciones. Hay que plantear si hace falta un museo, no si va a ser marrón.

¿Por qué a los arquitectos les preocupa más ser elegantes que implicarse socialmente?

Puede que por la imagen que muchos tienen de sí mismos. No he visto profesión más soberbia. Como arquitecto, o eres borde y aparentemente intelectual o no te valoran. En los noventa estaba de moda hablar de los procesos. Cogían una mancha de su camisa, la fotocopiaban y de ahí salían los trazos para hacer la arquitectura. Yo les pregunté que puestos a elegir un proceso, por qué elegían ser elegantes. Les dije que en el arte de entonces estaban trabajando con el sexo, con excrementos, con el miedo, con la violencia. Y ellos, con cositas de colores. "Si lo que os interesa es el proceso", les dije, "sois más pobres que los artistas". Les molestó. Me respondieron que hiciera yo arquitectura con mierda.

Lo social, como lo sostenible, ¿no se ha convertido en una moda?

La palabra, por sobreusada, está vacía de contenido. Pero está claro que lo sostenible es lo que se mantiene con lo mínimo, lo que funciona bien. Socialmente, eso se ve en los barrios. Cuando uno se empieza a desarticular por falta de tranquilidad, por desigualdad de equipamientos, por absentismo escolar, por paro... hay cien indicadores que avisan: peligro a la vista.

Si todo es tan mensurable, ¿por qué no lo solucionan los políticos?<

Los planes de barrio pintan aquí y repintan allá. Pero no atajan los problemas de raíz. Hay que ver los problemas, no los equipamientos. En Europa, la iniciativa ciudadana es crucial. En España no tenemos esa cultura.

¿Hasta qué punto le afecta su manera de entender la arquitectura? ¿Hace lo que quiere con su vida? ¿O está ya tan metido en este asunto que no concibe otra manera de vivir?

Ahora mismo me cuesta concebirla.

¿Y si se enamorara?

Se podría compatibilizar.

¿No se quita cosas de la cabeza por imposibles?

No. Ni una pareja ni un hijo, por ejemplo. Mi trabajo me ha quitado tiempo, tiempo que compartí con una persona, eso sí. Pero si fuese empresario, también tendría poco tiempo.

¿No teme terminar más en bienales de arte que en descampados?

No, qué va. Digo más veces que no a bienales que a descampados.

¿Y el día que le haga falta dinero?

Todavía tengo mucho por hacer: conferencias, docencia y hasta alguna pequeña arquitectura. Alguna produce dinero, el 10% de lo que hago lo cobro.

¿Por ejemplo?

La ampliación del Museo de Arte Contemporáneo de Castellón: 12.000 euros. Sé que es poco. Pero es así. En Moratalaz vamos a hacer un vivero empresarial para gente que haya acabado la carrera. Les daremos una unidad y que ellos construyan lo que quieran. Yo colaboro con instituciones y a la vez hago proyectos ilegales. Los activistas acérrimos creen que estás perdido cuando te ven hablando con políticos. O cuando vas a una bienal de arte. Pero yo voy a todas las fiestas. En unas me porto bien. En otras no.

¿Se pone una chaqueta cuando trata con políticos?

No. Siempre voy igual, con una camiseta.

¿No teme acabar con cierta esquizofrenia?

En absoluto. Soy siempre el mismo. Con mi camiseta. La primera vez que di una conferencia, mi padre me trajo una chaqueta. Y le expliqué por qué me la tenía que quitar. No me lo ha pedido más.

¿Y no le apetece nunca ponerse una?

Algún día. En la Feria de Sevilla me la pongo. No me siento esclavo.

¿Le parece entonces que lo fuera de la ley tiene hoy un lugar en el arte?

El arte puede abordar cualquier problemática. La diferencia entre el arte y mi trabajo es que si un artista pone una cuba en la calle y llega la policía, el artista dice: "Soy artista y tengo un permiso del Reina Sofía", y el policía va y le pone una valla protegiendo la cuba. El artista pone una cosa en la calle porque tiene que cumplir un precepto. Yo todo lo que he hecho en la calle lo he hecho porque soy ciudadano. No voy a la Gerencia de Urbanismo y digo: "Soy Santi Cirugeda, déme una licencia". El arte todavía no tiene capacidad de ser ilegal. Puede hablar de lo ilegal. Por eso digo que para mí el arte es una fiesta más.

¿Se puede dormir en un banco en la calle?

La ley dice que no.

¿Y subirse a un árbol y quedarse como el barón rampante?

El árbol es un bien de propiedad pública. Si lo dañas, te pueden multar.

Si no lo dañas, ¿te puedes quedar?

Teóricamente sí. La ley de civismo catalana es la más severa hoy. Impide atar una bicicleta en una farola, sentarse en el respaldo de un banco, dormir en la calle. Y está cundiendo el ejemplo. Cada vez es más castrante pasear por la calle. En Sevilla, que el botellón era algo habitual, ya no sólo está prohibido, también lo está cualquier agrupación que pueda producir molestia a los vecinos. Hicimos un botellón de agua, y vino la policía y nos echó. No se puede siquiera ingerir alimentos en la calle. Esa ley, obviamente, la usan cuando quieren usarla. A una señora con un cruasán no le dicen nada. A un hippy comiéndose una pizza en un portal a las tres de la madrugada, yo he visto cómo le tiraban la pizza al suelo. Son ordenanzas arbitrarias.

Santiago Cirugeda
Santiago CirugedaÓSCAR CARRIQUI

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